En el Siglo de Oro, cuando ir al teatro significaba meterse en un corral de comedias y echar no solo merienda, sino comida e incluso cena, también había títeres, espectáculos que se regían por costumbres similares a las del teatro de actores, con maratonianas sesiones en las que además de la representación en sí los actores cantaban, bailaban y entretenían de mil maneras al público.
Titirimundi 2011 se abrió el pasado jueves (por cierto, mientras en la calle llovía, empieza a parecer tradición) con una propuesta de la compañía conquense La máquina real que recupera aquel teatro de títeres de los siglos XVII y XVIII, los tatarabuelos de los títeres actuales, en un trabajo que tiene un interés histórico innegable.
El segundo punto de interés de este espectáculo de apertura es el texto; “Lo fingido verdadero”, una tragicomedia firmada por Lope a principios del siglo XVII, es una obra perfecta para reflexionar sobre el metateatro, sobre la relación entre títeres y manipuladores y, un paso más allá, sobre lo teatral de la vida, sobre las muchas mentiras y fingimientos que encierra lo que cada día se nos vende como realidad.
En el debe del espectáculo, el absoluto hieratismo, la simplicidad y las pocas posibilidades de manipulación que ofrecen los muñecos, que los convierten en un tanto aburridos para el público actual; y una historia, la que representan los títeres sobre Roma y sus emperadores, que termina bastante enmarañada, cercana a una versión con togas de “Pulp Fiction”.
Precisamente el humor que destila todo el montaje, desde el montón de títeres muertos y descabezados a las meteduras de pata de los actores durante la actuación, es lo que salva definitivamente un espectáculo que dio la talla para abrir estas bodas de plata de Titirimundi.
