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El ladrón del tiempo

por Ángel Gracia Ruiz
5 de mayo de 2023
en Tribuna
ANGEL GRACIA
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—Abuelo, ¿por qué eres feliz siempre?

—Verás, Olmo, querido. Cuando murió tu abuela, sentí un dolor tan profundo, que el mundo desapareció para mí por completo y me hundí en las entrañas del silencio de mi soledad. Decidí regresar al pueblo y retomar la vida que había llevado durante tantos años: El buey, el arado, el pozo, la leña, mis libros a la tenue luz de una simple bombilla antes de dormir… Vendí la casa de Segovia. Me pasé por la protectora de animales. Conocí a Lana. Me miró con unos ojos que expresaban más pena aún que la que yo tenía entonces y la traje conmigo. Ya la ves. Su mirada ha vuelto a brillar. Ahora es la perra más feliz del planeta. Arreglé unas goteras y, aquí estoy de nuevo.

—Pero, estás siempre contento y aquí no tienes nada, ni tele, ni radio, ni internet, nada.

—En una ocasión leí: “No soy feliz por lo que tengo, Soy feliz por lo que soy”. ¡Me impresionó tanto esta frase!, que decidí comprobar si era verdad o no. Te voy a contar un cuento para que lo entiendas.

“Érase una vez un demonio invencible para los humanos y los dioses. Tenía enormes poderes y se había convertido en el amo del mundo. Se llamaba Plutocracio. Disponía de unas armas secretas que ofuscaban el intelecto de sus enemigos y eran capaces de hacer percibir a la gente lo irreal como real. Había atesorado una enorme fortuna a lo largo de los años a base de engañar a todos. Fabricaba artilugios bajo la excusa del bienestar, que sus súbditos consumían con gran gozo a cambio de unos instantes de efímera felicidad. Con el tiempo, estos utensilios se convirtieron en objetos imprescindibles para poder vivir en sociedad. Cada vez eran más caros. Llegó un momento en el que resultaba necesario trabajar durante todo el tiempo, para poder adquirir o renovar estos objetos que sólo fabricaba el diablo Plutocracio. De este modo, en tan solo unos años, consiguió robar a la gente el tiempo que tenía destinado para vivir.

Después inició la batalla de la digitalización de la vida y, una vez lograda la victoria, les robó su intimidad.

Seguidamente, creó los bancos, con el falso pretexto de guardar los excedentes procedentes de sus transacciones en un lugar seguro, sembrando previamente el miedo a un futuro incierto. Tras ello, suprimió el trueque y el dinero físico, atesorando en su reino el patrimonio económico del mundo conocido. De esta forma, Plutocracio se convirtió en el amo de la riqueza de la tierra.

A la par, inventó un sistema de organización de la convivencia utilizando la treta de hacer creer a todos que eran ellos quienes ostentaban el poder. Convocaba elecciones libres cada cuatro años, en las que el pueblo elegía a sus representantes para dictar las normas que regularían el orden social. Para ello, creó una nueva casta integrada en un sistema de partidos cuya cúpula resultaba sencilla de controlar. Los compró, los corrompió, regándolos con una gotitas de su inmensa fortuna y, de este modo, también se hizo con las normas que regían la forma de vida de los pueblos.

Así, Plutocracio se hizo el amo del tiempo de vida de las personas, de su riqueza, del miedo al futuro, del conocimiento y control de su más profunda intimidad y de la dirección de sus leyes. Había logrado que el mundo se postrara a sus pies y le rindiera pleitesía. Ahora sólo quedaba exprimir un poco más a sus nuevos esclavos con la finalidad de saciar su inacabable ansia de poder y de riqueza. Para ello, compró a las farmacéuticas, que se hicieron las dueñas de un sistema de salud basado en el tratamiento del síntoma para calmar un dolor que, en muchas ocasiones, lo había provocado él mismo. Llegó incluso a hacer ver que, aquellos que no estaban enfermos de una determinada enfermedad, podían transmitir esa enfermedad que no tenían a quienes les había prometido que estaban inmunizados frente a ella. Sembró la preocupación, el miedo y el estrés en las mentes de las personas y trató estas dolencias a través de un sistema de salud mental que previamente se había encargado de degradar, incapaz de asumir tan abrumadora carga de demanda. Introdujo ideologías en la educación de los niños, que ofuscaban su intelecto y los convertía en seres incapaces para el discernimiento. Destruyó instituciones esenciales, como la familia o la pequeña comunidad, induciendo a las gentes a un individualismo egoísta y comodón. Destrozó el sistema judicial al que siempre habían acudido a pedir amparo los ciudadanos en caso de injusticia, convirtiéndolo en una institución tan sobrecargada, que jamás resolvía nada y en una corporación corrompida en su cúpula, la cual bailaba al son de aquella casta política que, a su vez, babeaba a sus pies. Sembró el cielo de gases y rayas. Modificó el clima para que todos utilizaran la fuente energética que a él le interesaba en cada momento.

Por último, a todo aquel que no pensaba como él quería, lo tildaba de loco y le echaba encima todo el peso del odio de sus acólitos”.

Por eso me vine al pueblo, Olmo. Y, por este motivo, soy feliz. He encontrado que esta dicha está mí y que nadie me la puede robar.

—Pero, abuelo, ¿cómo se puede salir de este laberinto en el que estamos metidos?

—Es sencillo, Olmo. Consiste en parar, darse cuenta, liberarse de la adicción al consumo de los objetos que vende Plutocracio y obrar en consecuencia.

—Gracias, abuelo. Me encantan tus cuentos. Hasta mañana. Que descanses.

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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