La figura del pescadero ambulante que cada día recorre decenas de kilómetros con su furgoneta isotérmica para ir a los pueblos de la España vaciada, dando un servicio esencial para sus habitantes, está en peligro de desaparición por la falta de relevo generacional y de rentabilidad.
Hay pescaderos ambulantes que se han jubilado y, con ello, se ha cerrado una ruta de reparto que nadie ha cubierto; otros están a punto de hacerlo y ya saben que no hay nadie interesado en coger el testigo; y los que aún tienen por delante años de vida laboral están pensando si seguir o no, porque muchas veces no salen las cuentas.
A punto de jubilarse está Valentín Peña, un pescadero ambulante que hace rutas por la zona del Duratón en la provincia de Segovia y que también es consciente de la falta de relevo cuando deje de trabajar, según cuenta a EFE mientras despacha pescado en Muñoveros.
De hecho, ha sido testigo de cómo en estos últimos años se ha quedado sólo, sin competencia, en la ruta que hace por estos pueblos a pesar de que es más necesario que nunca el servicio que da porque hay muchas localidades que no tienen ningún supermercado abierto.
Por eso, no duda en coger su furgón y en echar, como ha hecho en los últimos 24 años, jornadas de hasta 12 horas entre que recoge temprano el pescado en Aranda de Duero (Burgos), deja una parte de la mercancía en la pescadería que tiene junto a su mujer en Cantalejo, localidad que es cabeza comarcal, y reparte el resto por los pueblos más pequeños de la comarca.
La vecina de Muñoveros Gema Cabreros es una de sus clientas habituales y explica a EFE que el servicio que les da Valentín es esencial para que puedan contar periódicamente con pescado fresco de calidad. Es lo que les queda, recuerda, mientras no reabra el único supermercado que había en el pueblo y que cerró hace unos años.
Por el momento no hay nadie interesado en ese negocio a pesar de que el Ayuntamiento de Muñoveros ofrece su reapertura en condiciones ventajosas, según destaca.
En la Galicia interior la situación no es mejor. Amando López es un pescadero gallego que hasta hace dos meses hacía rutas de hasta 200 kilómetros ida y vuelta por la zona de Betanzos y Cerceda, entre otros municipios coruñeses. Ya se ha jubilado y nadie ha cogido su testigo ni su ruta por lo que estos pequeños pueblos se han quedado sin pescado a la puerta de su casa, según cuenta.
Regentó durante muchos años una pescadería fija, luego compaginó ese trabajo con la venta ambulante, hasta dedicarse los últimos cinco años exclusivamente a la venta a domicilio.
Achaca la falta de relevo a que es un trabajo “duro”, que requiere muchas horas, y encima últimamente “hay menos pescado” que ofrecer al cliente por “los recortes de cuotas que, año tras año, aplica la Unión Europea”.
Amando está feliz con su jubilación, según reconoce, pero echa de menos “el trato humano, cercano y humilde” de sus clientes en los pequeños pueblos de la Galicia del interior; unas personas, por lo general mayores, que son “maravillosas” y con las que sigue manteniendo el contacto.
A los que todavía le quedan años para jubilarse es a Yolanda Lorenzo y a su marido Eugenio Ganado que tienen dos furgonetas para repartir pescado a
domicilio por los pequeños pueblos que conforman los valles zamoranos del Tera y de Vidriales. En su caso, se quejan de que el trabajo muchas veces no les compensa porque echan “12-15 horas de jornada”, con “200 kilómetros” de ruta y cada vez son menos competitivos frente a las cadenas de supermercados que hay en pueblos grandes de la zona como Benavente, según apunta Yolanda.
Se queja de la carga impositiva que soportan y de los costes, como el gasóleo o la energía eléctrica, que se les han “triplicado”. En voz alta, piensa sobre el futuro: “No sé lo que nos quedará. Si tendremos que cerrar y buscarnos otro trabajo o podremos llegar a jubilarnos con esto, pero lo dudo”.
