Me siento afortunado de volver a estar en la Ciudad de México. Es lo que voy pensando mientras, caminando por mi antiguo barrio, disfruto del espectáculo de ver las jacarandas florecidas que, con su exhibicionismo cromático, destacan entre el numeroso arbolado de las calles que confluyen en los frescos y sombreados parques de México y España –así se llaman- En este último, a solo unos metros del monumento a Cárdenas, se encuentra, desde hace quince años, el busto conmemorativo del Castellano Leonés, hijo de andaluces y enamorado de Asturias, Pedro Garfias y en cuyo emplazamiento pude colaborar de manera activa, dentro de un proyecto exquisitamente dirigido por Arturo Guzmán, poeta mexicano de gran talento. En algún momento, durante aquellos preparativos, “los españoles expatriados” pasamos a ser “el tema de conversación” de los presentes y entonces, alguien se dirigió a mí con la siguiente observación: “en México, un español, siempre es un tipo afortunado”. Estoy de acuerdo, aunque, siempre, desde mi experiencia personal y en el momento contemporáneo pero, para averiguar el grado de consenso general al respecto de dicho comentario, se debería ejecutar el imposible de preguntar a quienes llegaron en el pasado y tener muy claro qué les empujó a dar al salto. Circunstancias como la necesidad, la pobreza, la ilusión, el negocio, la empresa, el espíritu aventurero, el amor, el cainismo político, el exilio… toda una amalgama histórica de motivos entre pasiones, nobleza, infamias y dramas que, día a día, siguen construyendo la historia de España. Cuántos de ellos, como el propio Garfias, cayeron en la depresión o el olvido, o cuántos, sin un peso en el bolsillo y desde la paradoja de un inicio, de ser precavidos y reservados, terminaron mostrando un espíritu emprendedor magnífico en cuanto surgió la oportunidad, para terminar consiguiendo a base de un trabajo extenuante, muchas expectativas de escenarios productivos y en algún caso, también solidarios. Sin embargo, no sé si tuvieron que esforzarse tanto, una parte de la élite política y sus allegados que llegaron en los barcos que el General Cárdenas fletó para las élites políticas e intelectuales y que de paso, trajeron hasta Veracruz a los casi quinientos niños huérfanos, que ya nunca fueron repatriados por la oposición de México a reconocer la dictadura del también General Franco. Recuerden que de los aproximadamente treinta mil huérfanos de la guerra, veinte mil fueron a Francia, cinco mil a Bélgica, cuatro mil a Inglaterra, tres mil a la Unión Soviética – ‘los niños de Moscú’ repatriados por España en los años cincuenta-, 800 a Suiza y efectivamente, 455 a México, ‘los Niños de Morelia’. Si tenemos en cuenta los acontecimientos trágicos que convirtieron a España primero y por inercia a Europa, en un escenario de pobreza, destrucción y violencia, todo invita a pensar que, al menos, durante aquella década, de entre todos aquellos infantes expatriados, los de México fueron afortunados.
Pero volviendo al Parque España y bajo la sombra de su tupido arbolado, como les decía y siempre según me contaron, parece que, la fortuna también sonrió a una parte de esa élite republicana que, por propia iniciativa, entregó al General mexicano un tesoro procedente, en su mayoría, del museo arqueológico de Madrid y en una menor parte, al Monte de Piedad, con la macabra sospecha de que en el total, también se incluían joyas de franquistas represaliados. Todo ello y a buen recaudo, habría cruzado el Atlántico a bordo de ‘el Vita’, barco fletado para financiar el cometido republicano y con el objetivo de sufragar el gasto de la élite política en el exilio mexicano. En cualquier caso y siempre según el nieto de uno que también llegó en los barcos, estos, como buenos españoles, no se pusieron de acuerdo en el destino del tesoro del barco y las discrepancias irreconciliables al respecto, supusieron un nuevo enfrentamiento entre quienes al mando del socialista Indalecio Prieto, decidieron entregarlo al gobierno mexicano, en oposición de aquellos que pretendían custodiarlo hasta su posterior repatriación a España y por ende al museo de la Calle Serrano. Lo que pasó después, podrían imaginárselo pero, hay mucha insinuación o leyenda urbana al respecto de que, con el tesoro fundido y convertido en ‘poderoso caballero’, desaparecieron las pruebas del hecho y ya, una vez en ‘vil metal’, este adquirió un sentido más provechoso y sobre todo, práctico. No para los que se negaron a entregarlo, insisto, siempre según me contaron. De entrada, ya no les fue tan llevadera la estancia como a los primeros y con un perfil de simples expatriados, tuvieron que seguir esforzándose y no parar de currárselo. Pero como les digo, hay mucha leyenda urbana al respecto y es justo ahora, en el mes de Abril, cuando uno más se presta a recordarlo cada vez que, caminando por estas calles, alguna tormenta aislada golpee las copas de los árboles y precipite, alrededor del busto de Garfias y sobre las aceras del Parque España, un colorido tapiz morado. Ya saben, la flor de la jacaranda.
