En ocasiones, excepcionalmente, la actualidad (cualidad que acompaña a la esencia de la noticia del mismo modo que el calor es inseparable del fuego) conviene dejarla reposar unos días para digerirla y despojar así a la palabra de cualquier atisbo de reacción o ñoña sensiblería.
La libertad, observada desde diferentes puntos de vista, puede ser considerada como una condición inherente al ser humano o como un ideal ficticio e inexistente, ya sea analizada ésta desde el liberalismo o desde el determinismo. A pesar de ello, existen seres humanos que, desde que nacen hasta que mueren, aunque se les encarcele, siempre serán libres.
La disidencia, como postura de firme desacuerdo con ciertos postulados, ideologías o maneras de ver la realidad en un momento determinado, difiere del disidente o “aquel que normalmente piensa lo contrario de lo que casi todo el mundo piensa” (en palabras del propio Fernando). Mientras la disidencia es transitoria y selectiva, el disidente disiente siempre, en todo momento y sobre todo lo que se le pone por delante. Nace así, con este estigma. No hay por dónde agarrarlo, porque no tiene asas.
A Dragó se le pueden colocar muchos atributos, pero lo que nadie le puede quitar es su inalienable disidente libertad.
El magnífico artículo/homenaje que El Adelantado le dedicó en su número del pasado 10 de abril, en el que relataba con certero detalle su amplia biografía y excelsa labor literaria, me permite hoy deslizar la pluma por los recovecos de lo que es, más que por los campos de lo que hizo. Y apostillo “lo que es”, porque Dragó jamás se irá. Y es que, aunque no pensaba en la posteridad por su ubicación en el único momento inalterable del tiempo, en la presencia, lo cierto es que nos ha legado una extensa y siempre sorprendente obra literaria.
Viajero, nunca turista. Investigador de lo profundo, jamás de lo evidente o más cercano. Lector de lo clásico y preclásico, mucho más (aunque también) que de lo moderno. Aventurero insaciable, huyendo siempre de lo guiado. Trabajador incansable. Escritor de pies a cabeza, de amanecer a madrugada. De verbo ágil y agudo. De humor inteligente y afilado. Cordial y a la vez implacable con quien intentaba manipularlo o someterlo. Creador impertinente de lucideces impensables. Mujeriego, libertino y divertido. Extravagante, de entusiasmo exultante. Hablador empedernido. Buscador permanente del silencio. Siempre dijo que, después de los neoplatónicos, no se había escrito nada realmente interesante. Orientalista, como fuente filosófica de la cual bebió la cultura clásica que nos sustenta. Experimentador de la muerte desde la vida. Por ello le gustaba vivir haciendo malabares sobre el delgado filo de la navaja que separa el más acá del más allá. Él sabía que la eyaculación no era la meta, sino el fin del estado dichoso y meditativo que se alcanza en los instantes previos a la explosión final.
Estudioso de los bardos, los estados, etapas o planos que se transitan tras dejar el cuerpo. Asiduo meditador, para poder conocerse a sí mismo desde más allá del concepto del personaje construido por la mente. De prodigiosa memoria, que utilizaba principalmente para no olvidarse de quién era. Peregrino del oráculo de Delfos. Caminante entre los templos hindúes y egipcios. Iniciado en ocultos conocimientos y herméticas tradiciones.
Nos regaló su presencia por aquí con asiduidad. Últimamente había convocado muchos “Encuentros Eleusinos” en la “casa de la espiritualidad”. En ellos se hablaba en el idioma de la diosa Deméter y su hija Perséfone y nos adentrábamos en los misterios insondables de la esencia de lo humano. Segovia le encantaba, como a tantos y tantos otros escritores y creadores. Es cierto que algunos rincones poco frecuentados de esta ciudad son fuente inagotable de inspiración. Me comentaba Fernando que la luz que hay aquí no era fácil de encontrar. Y, como puede imaginar el lector, no se refería a la luz del sol, sino a esa luz que ilumina el intelecto para atisbar la Conciencia.
Se marchó como siempre quiso: Retirado. Escribiendo. Delante de su ordenador. En su casa de Castilfrío. En la soledad y el silencio de la compañía de su novia, Emma. En pleno uso de sus facultades. Con una lucidez inusitada para una persona de su edad. Sereno, tranquilo, rápido, sin sufrimiento.
Volverá. Y seguramente lo hará muy pronto, con esa celeridad que le acompañaba siempre en todo porque, ¡ha dejado pendientes tantas y tantas cosas por hacer!, ¡tantos proyectos por ejecutar!
Siempre en la memoria de los que te queremos, adiós, Dragó.
