Entre tanto trasiego de gente y maletas en estaciones de tren y aeropuertos, carreteras con tráficos esperados y asumidos se moviliza todo un país en la primera salida primaveral del año, en la que no consiste tanto en el número de días festivos en los que se autoriza a abandonar las tareas cotidianas, y obligaciones laborales, sino en el significado que para muchos tienen estos días, amplificado, si cabe, por el asedio pandémico, que impidió la celebración de esta festividad con el acervo y las ganas que definen a la Semana Santa.
Es para algunos un motivo de recogimiento y devoción religiosa, disfrutando de la denominada Pasión de Cristo, cumpliendo con los preceptos bíblicos y que sigue dictando la Iglesia. En una España diversa, y con arraigo popular, asistimos a los episodios de la vida de Jesús de Nazaret representados con distinta intensidad de Norte a Sur. En una casi competitiva Semana Santa en la que las escenas del crucificado que expresan las tallas escultóricas de artistas renacentistas y barrocos se muestran a cuál más expresiva y realista.
Tronos y pasos que muestran la idiosincrasia de un pueblo, de su historia, abiertas las puertas de sus templos, cofrades, costaleros u hombres de trono, el olor del incienso y a la cera de los cirios. Una atmósfera sobrecogida y entregada a conmemorar, por los acordes de la música de banda. Una España que recobra y transporta a épocas pasadas, que resucita a Cristo, y también a Hemingway. Un castellano que reivindica la patria y olores de la infancia, que vertebra y reafirma los orígenes y enseña al mundo sus tradiciones. Una cocina en la que se fríen irresistibles torrijas con la receta heredada que se guarda como “oro en paño, mientras se espolvorea canela sobre esos recuerdos de infancia indelebles”.
Otros, sin embargo, prefieren una Semana Santa laica, en la playa, aprovechando las buenas temperaturas, desconectando de la rutina en unas fechas que van ligadas inexorablemente a compartir con la familia.
Una semana en la que moverse de un lado a otro es la religión que más se practica en estos días que inauguran la temporada vacacional del año. Un comienzo de estación, y no únicamente la estación de penitencia a la que muchos se entregan con fervor, con total convicción y arribando al punto de origen, sea cual sea.
Un acento español que nos gusta remarcar, y rentabilizar con el foráneo y el autóctono, lleno de simbología y de tradición como uno de los emblemas culturales más enraizados en todos los pueblos de nuestra geografía. Procesionar se convierte en el estandarte de cuantos, afortunados, pueden estos días disfrutar de la forma que fuere con la implicación y las ganas que le hacen a España, un país involucrado y preocupado por no quedarse al margen del desarrollo económico, industrial y tecnológico, al mismo tiempo que se vanagloria de exhibir al mundo un escaparate singular que rescata el pasado rancio de iglesia, pecado y perdón una estética refinada y mejorada que provoca que cada año sea uno de los destinos más demandados por el turismo internacional en estas fechas.
