Asumir la responsabilidad que implica ser candidato a una alcaldía, además de motivaciones personales, hoy día, debido al descrédito en que ha derivado la política, puede considerarse como un acto de valentía. Nos encontramos ante una nueva cita electoral, ante la que las diferentes opciones concurrentes, en realidad, sólo podrán debatir sobre cómo utilizar unos recursos escasos y cómo incrementarlos. El resto de asuntos es probable que se pierdan entre promesas más que conocidas y que tal vez no merezca la pena recordar. Dado que la disponibilidad económica es cada vez más compleja y que la sociedad en que convivimos se encuentra excesivamente polarizada, el éxito electoral de los candidatos debería basarse en la capacidad de generar ilusión y confianza; y sobre todo en transmitir una idea de un municipio; porque todos, incluso los extremos de aquella polarización, coincidimos en que la Villa necesita una transformación que implica vivencia y no supervivencia; un plan y un camino. Una tarea compleja, tal vez larga. Supongo que este problema no es ajeno cualquier pueblo o ciudad, lo que requiere altura de miras. Tal vez la pasión del candidato sea una cualidad indispensable para afrontar el reto; al fin y al cabo se trata de mejorar la vida de sus vecinos.