Por supuesto que me estoy refiriendo al sábado de la Semana Santa de 1977, que en los calendarios litúrgicos aparecía marcado como de gloria y que por mor de una decisión política adoptada con la sordina prevista para aquellos días de asueto, se manifestó además teñido de rojo en todo el país. También, para la tarde de ese sábado se había anunciado en Segovia el estreno nacional de una partitura basada en la obra poética de uno de nuestros místicos más universales.
Por aquel entonces, Segovia se recogía aún más en sí misma, durante aquellas semanas santas de fervor popular obligatorio, con cines cerrados y discotecas sin abrir, todo en penumbra y con silencios impuestos por las cadenas arrastradas por los penitentes, aún resonando en la madrugada del sábado 9 de abril, que en la ciudad amaneció con tenue sol primaveral, pero que vio cómo las calles principales se iban cubriendo de púrpura, apenas alcanzado el mediodía, cuando surgió desde las ondas el urgente boletín informativo de Radio Nacional de España, anunciando la legalización del Partido Comunista; y en Segovia, al igual que ocurriría en otros lugares, fueron desplegadas al viento las rojas y viejas banderas, algunas apolilladas por el miedo y por el tiempo transcurrido a mostrarlas en público, portadas por dirigentes orgullosos de demostrar a quien quisiera contemplarles que carecían de cuernos y de otros apéndices que la leyenda de la dictadura malignamente les había venido atribuyendo. A pesar de ello, todavía tuvieron que soportar ese mismo día algunas detenciones policiales por vender en la calle ejemplares del Mundo Obrero, órgano de difusión del PCE.
De esta forma se incorporó a la legalidad la última de las formaciones políticas, la que había liderado en la clandestinidad la oposición más férrea al franquismo. Fue la postrera ventana abierta para poder respirar el aire de libertad que empezaba a extenderse definitivamente para todos. Y eso ocurrió en aquel Sábado Santo y Rojo con el que pasaría a conocerse este capítulo de la Transición, de la que ahora han decido renegar algunos de los nietos de los que la hicieron posible; Transición, que con sus inevitables luces y sus sombras, ha generado uno de los periodos más prósperos de nuestra reciente historia y que ha llegado hasta nuestros días. Veremos por cuánto tiempo.
Pero además de rojo, aquel sábado resultó también místico en Segovia, donde llevaba ya un tiempo residiendo Amancio Prada, un joven músico berciano que con excelentes resultados se había atrevido en 1975, con los versos de Rosalía de Castro, a los que el violoncelo de Eduardo Gattinoni acentuaba la sensación de nostalgia y de melancolía que la obra irradiaba. Algo similar y con la misma ayuda musical, pretendía realizar con el Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz, la obra literaria mística por excelencia. A la búsqueda de la inspiración definitiva recaló Amancio en Segovia, en donde, no sin polémica, reposan los restos mortales del santo; y aquí logró terminar de componer una gloriosa partitura que arropando la profunda sensibilidad de los versos de Juan de Yepes, ayudaba a la levitación de cuantos se acercaran a escucharla con el debido sosiego en el alma. Con muy buen criterio se pensó que el momento ideal del estreno del disco, ya grabado, debiera dejarse para el Sábado Santo de ese año, preludio perfecto a la resurrección del Señor que unas horas después anunciarían las campanas de todas las iglesias de la ciudad; pero poco después que en la de San Juan de los Caballeros, hubiera concluido la onírica búsqueda de la Esposa en pos del Amado, por prado de verdura y flores esmaltado. De esta forma me dijeron, que en la tarde del sábado 9 de abril, se expandió en Segovia la música callada contenida en esta obra magna.
Digo que me lo contaron, porque me quedé con la entrada adquirida, pero a la que tuve que renunciar porque alguien se le ocurrió legalizar a los comunistas en tan señalado día, provocando un ataque de nervios en los estamentos militares con el toque de generala en varios cuarteles de Madrid, entre ellos, en el que uno se encontraba haciendo el servicio militar, por aquel entonces también obligatorio. Como obligatorio resultó que tuviera que marcharme precipitadamente sin llegar a contemplar el final en Segovia de aquel ya histórico sábado santo, rojo y místico. Cuarenta y seis años habrán transcurrido en estos días.
