En estas líneas hago referencia a un hecho que en aquel final del siglo XIX no era nada normal. Pues si bien es cierto que la mujer podía participar en las procesiones de la Semana Santa, tenía limitada su presencia en determinadas actividades. Podían ‘desfilar’ en la procesión, podían ‘reconstruir’ las túnicas, llevar las flores para adornar las imágenes, incluso formar parte ‘limitada’ en las cofradías, pero…
Por tanta limitación fue noticia lo ocurrido, año 1897, en la procesión que organizaba la ‘Hermandad de Caballeros del Confalón’ desde el siglo XVI en San Miguel. Había pasado el Santo Entierro. Era ya el anochecer del Viernes Santo. Desde la Plaza 4 de Agosto salían los ‘pasos’ de la Virgen de Los Dolores y María al pie de la Cruz. Después de dar dos vueltas a la Plaza Mayor la procesión entraba en San Miguel. Ello no sucedió siempre a lo largo de los años, pero sí en una gran mayoría.
Pues eso. Que siendo obispo de la diócesis el cordobés José Pozuelo Herrero, cuando se iniciaba la segunda vuelta a la Plaza, cuatro mujeres del pueblo, ‘con mantones sobre sus hombros y pañuelos a la cabeza’, cogieron las andas sobre cuyo pedestal se ubicaba La Dolorosa y dieron la vuelta con ella hasta situarla en la iglesia. En ese tiempo, insisto, y hasta llegado el actual siglo, a las mujeres no se les permitió llevar las andas de las imágenes en Semana Santa en las procesiones.
En esta ocasión, por saltarse la norma, se convirtió en un hecho histórico. Ellas, las mujeres, lo pidieron y la Cofradía dio el visto bueno. El hecho, por insólito en la descrita época, y por el gran número de personas que presenciaban la procesión en la Plaza, fue tema de conversación en la ciudad.
‘Fue una acción que edificó mucho tan notable arranque de devoción cristiana’ (1).
Otra de las historias que ‘traigo’, si bien no es concreta de la Semana Santa, no está alejada de ella, pues del Cristo de los Gascones y de la Cofradía de la Santa Esclavitud vengo a referir.
Su ubicación, la de la noticia, es de 1701. La iglesia de los Santos Justo y Pastor, en el arrabal de El Salvador, se encuentra en muy mal estado. Tanto que con la finalidad de que el Cristo Yacente pueda contar con una capilla, se inicia una cuestación en la ciudad, que promueve la Cofradía y avala el Ayuntamiento, Las obras comenzaron en enero del referido año. La imagen se traslada a la ermita/iglesia de San Antolín (2) (hoy Ochoa Ondátegui), donde también se ubicó la ‘Casa de los Gascones’.
Dos años de obras. En noviembre de 1703 se lleva a efecto el traslado del Santo Cristo a la nueva capilla. El acto se celebra con un octavario en el que participaron el obispo, a la sazón Baltasar de Mendoza y Sandoval, el Cabildo, la Junta del Sepulcro del Cristo, de la que formaban parte los escribanos de la ciudad, el Ayuntamiento y la propia parroquia. El broche final se puso con la procesión. La Hermandad y Cofradía acompañó al Cristo hasta la Catedral. Participaron cientos de personas. Fue en el mes de enero de 1704.
El sermón en la colocación del Cristo en su sepulcro de la nueva capilla estuvo a cargo de Manuel de Ledesma, predicador del Real Convento de Santa Cruz; la Junta del Sepulcro del Cristo entró en la iglesia enarbolando las banderas del Entierro que portaban los escribanos. Era presidente de la Junta, el escribano Juan Antonio de Ribero, quien dedicó el acto al Prior del Convento de Santa Cruz, Diego de la Flor (3).
Como punto y final, escrito negro sobre blanco, inserto un poema del entonces director de El Adelantado, Rafael Ochoa, vecino de El Salvador, dedicado al Cristo de los Gascones y publicado en abril de 1897:
‘Sobre el altar de la capilla oscura / que a la tristeza el ánimo convierte,/ imagen de dolor mirase inerte / de un Cristo agonizante la escultura.
Tiene la melancólica figura, / la misma expresión de aquella muerte, / sin rendirse a su propia desventura.
¡Cuántas veces herido en el combate, / sintiendo de la pena el acicate,/ besé sus plantas con filial cariño.
Mientras lleno de lágrimas mis ojos / rezaba una oración puesto de hinojos, / con los amores y la fe de un niño’!
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- Así lo describió en El Adelantado de los Ochoa, su redactor Vicente Fernández Berzal.
- ‘San Antolín. Iglesia donde estuvieron ‘alojados’ los primeros benedictinos en Segovia. Era una pequeña iglesia/parroquia ¿siglo X? Allí estuvieron las armaduras de los Gascones cuando llegaron a Segovia’ (Compendio Histórico de Segovia. Ildefonso Rodríguez, 1929). El Cristo de los Gascones es una talla en madera del siglo XI. Tiene una longitud de 1,82 m. La inicial capilla, construcción de 1660, fue construida a expensas del mercader de paños Juan Vélez de Arcaya.
