Fue el filósofo Heráclito el que dijo aquello de que “ningún hombre puede bañarse dos veces en el mismo río” para dar a entender su teoría de que el universo cambia constantemente por mucho que el hombre se afane en lo contrario. Así, la vorágine del tiempo ha transformado conceptos, ideologías y estilos que creíamos inmutables y que ahora cuestionamos sin rubor, olvidando los férreos conceptos en los que estaban ancladas.
Les confesaré algo. Durante algún tiempo (poco, si sirve como descargo) en mi adolescencia fui de Los Pecos; un arrebatador dúo de adolescentes madrileños que excitaban sentimientos profundos con canciones llenas de amor, dolor, desengaño y tristeza orquestadas con el antiguo concepto de “música ligera” que imperaba todavía en los ochenta. Ellos crearon verdaderos himnos de pubertad que todavía en ocasiones martillean mi memoria en algo que los expertos llaman “melomergencia” (gracias, profesor Besa). No fui fan de carpeta ni chillido, pero en sus canciones encontraba el refugio para amores despechados, y creí en algún momento que sólo ellos sabían interpretar esos sentimientos.
En la noche del miércoles, volví a recuperar parte de esos recuerdos mirando las caras emocionadas y desencajadas de las decenas de fans del quinteto Auryn, que asistieron al concierto que ofrecieron en las Noches Mágicas de La Granja; pero como bien decía el pensador griego, los recuerdos no trajeron las mismas sensaciones que antaño, y si me embargó una sensación de conmiseración hacia las adolescentes entregadas a las armonías vocales de estos guapos mozalbetes.
Y es que el concierto ofrecido ayer en la agradable noche granjeña fue buena prueba de que este tipo de “boy bands” -antes conocidas como grupos- tienen un único objetivo, que no es otro que el de ofrecer himnos de pubertad con las mismas premisas que hace tres décadas lo hacían Los Pecos. De esta manera, y sin riesgo ninguno, Auryn tiene garantizadas muchas semanas en los primeros lugares de las listas de éxitos, y seguir atesorando premios y galardones en los “fan awards” de mayor audiencia en radio y televisión.
La fórmula es sencilla. Cinco -el número no es importante- chicos con estilismos basados en las últimas tendencias de la moda juvenil sobre un escenario ofreciendo canciones con guiños al soul y al electro-pop pero cargadas de lugares comunes y carentes del sustrato suficiente como para ser recordadas por su calidad. Añádase al cóctel la simpatía y los constantes guiños a las fans, a las que en un momento dado puede llegar a subir al escenario para envidia del resto de sus amigas, y alguna correcta versión de temas buenrolleros como “viva la vida” de Coldplay y agítese con movimientos de caderas y cambios de vestuario. Y, por supuesto, todas las canciones en inglés, por si en algún momento pica el mercado anglosajón.
El resultado es demoledor. Fans entregadas que recitan como oraciones sus canciones y que arrojan al escenario peluches, murales y mensajes de amor a sus ídolos y una nueva muesca emocional en el inconsciente colectivo de las decenas de adolescentes que ayer -tal y como rezaba una de las frases que figuraban en un cartel- consiguieron con su banda favorita “que todos nuestros sueños se hagan realidad”. Lo que no se puede negar es el éxito del concierto, que confirma que las Noches Mágicas de La Granja es un contenedor cultural que hace posible traer estilos musicales dispares y diferentes, con el fin de tratar de satisfacer a un público mayoritario.
Volviendo a los recuerdos personales, les contaré que tras el sarpullido de Los Pecos, descubrí otras “boy bands” como Rolling Stones, Barón Rojo, Leño o Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán, con armonías muy distintas pero que todavía no he conseguido olvidar, gracias a Dios. Por ello, mi esperanza es que todas las jovencitas que en la noche del viernes se entregaban en el concierto de Auryn sigan la lógica evolución que da la madurez y guarden estos recuerdos en su memoria para evocarlos en reuniones de amigos y hacer unas risas por lo que pudo haber sido y no fue.