Es oportuno en Semana Santa reflexionar sobre la importancia de las procesiones y de las cofradías. Estas tienen un origen religioso que proviene de la época de san Benito con el nacimiento de las cofradías-ermitañas donde los cristianos laicos se retiraban a vivir. Nace de forma unida y paralela a los eremos como es el caso de san Frutos. Su finalidad era rezar ante el santo que los cobija y ayudar a los pobres del entorno.
El cofrade en la actualidad se caracteriza por su devoción al santo y al “paso” en el ejercicio procesional sea semanasantino sea en torno a la devoción del patrón de su parroquia o santuario. Para comprenderlo por tanto es preciso situarlo en el ámbito religioso propio de la religiosidad popular donde los laicos, llamados hermanos o cofrades, son los principales protagonistas.
Sin embargo, durante las últimas décadas, las fuerzas políticas y turísticas intentan acaparar a las cofradías y al culto procesional convirtiéndolo en objeto turístico y político. Este afán por manipular lo religioso por parte de los políticos hunde sus raíces en las dictaduras en la cuales el dictador quiere hacerse el protagonista no solo en la representación teatral y turística sino también en la organización despojándolo del valor religioso y devocional. De esa manera suelen intentar ocupar los primeros puestos junto a los “pasos” para ser contemplados por la plebe.
Puede comprobarse que históricamente este tipo de comportamientos simoniacos suele ensuciar la verdadera identidad de las cofradías y de la religiosidad popular. Vean ustedes la publicidad de las cofradías llena de anuncios comerciales y fotografías de personajes de la vida pública sin apenas referencia alguna al significado del “paso” en cuestión. Cuando lo político se une a lo religioso suele caerse en lo que se denomina teocracia o gobierno de los dioses cuando no en un impulso al negocio turístico.
Desde el espíritu del pregón de este año, propongo tres vías para ser buen cofrade, independiente de la manipulación turística y política, que fortalecen la devoción del cofrade y fomenta la devoción (más o menos perfecta según los casos) al Señor y su Madre Santísima. Son las vías de la familia, el barrio y la propia elección, que sirven siempre a esa sustancia espiritual de nuestra Semana Santa.
Para muchos es la familia la que les entrega su devoción cofrade de manera inmediata: de niño los padres hacen cofrade al hijo. Vía privilegiada porque se recibe el testigo de manera muy temprana en la vida, que muy probablemente germinará imperceptiblemente (como las semillas) en lo más hondo del corazón del niño, y al compás de los latidos del corazón de la madre, padre, hermanos o abuelos. Esta vía hace que desde niño, se aprenda a ser cofrade acercándose a la música, a la procesión y a la contemplación del paso.
La segunda vía es la del “barrio” y parroquia, y aporta un vínculo de “territorialidad” que se suma al religioso, porque en Segovia las imágenes sagradas de los pasos identifican fuertemente las comunidades y barrios: san Millán, santa Eulalia, San Marcos, etc. Y sin negarlo, el vínculo principalmente religioso no puede soslayarse. No hay hombre ni mujer que pueda prescindir de su vínculo con una comunidad local, llámese Barrio-Hermandad o cofradía de san Andrés, Hermanos Maristas, El Cristo del Mercado, etc.
Pero queda aún la tercera vía: la que significa una elección directa, o mejor dicho, una llamada atendida, porque el Señor o la Virgen se han valido de cualquiera de sus Imágenes para hacer una llamada. Y esta puede llegar en cualquier momento de la vida. Siendo hermosos los tres caminos, este tercero tiene de especial ser el más libre, el del amor incondicional, el de la respuesta personal a esa “llamada” que, sin saber cómo, te hace una determinada Imagen cuando la ves en su Iglesia o por las calles.
Las cofradías y la procesión no pueden convertirse en objeto de turismo. Son sujeto de devoción de manera que también los que contemplan la procesión deben moverse a la contemplación porque, de lo contrario, la procesión y la cofradía se convertirá en un teatro del que se saca un fruto turístico que estropea la dimensión devocional de la procesión.
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(*) Profesor emérito.
