Seguro que este nombre no es muy conocido entre los segovianos de ayer, y menos de los de hoy. Pero corresponde a un hombre nacido en Barcelona en 1923, que siempre pregonó, y presumió, de su ascendencia segoviana. Y así los expresó tanto en España como en América, adonde viajó con frecuencia porque obtuvo por oposición la cátedra de Historia de América en Barcelona y en la Complutense madrileña. Jaime recordaba siempre sus años infantiles en las plazas del Corpus y de La Merced. De Corpus, sencillamente porque allí tenía una droguería mi querido e inolvidable Luis Martín García Marcos, tío suyo, y ambos excelentes poetas. De Marcos no tengo mucho que añadir por ser muy conocido (compañero mío en esta Redacción durante unos años), muy encariñado siempre con los jóvenes, que con confianza le conocíamos como El Abuelo.
De Jaime hay que contar que dejó escritos numerosos libros –sin olvidar nunca a Segovia, “de la que era oriundo, según él proclamaba siempre, orgullosamente, y a la que tanto quiso”, como escribía José Montero Padilla en nota necrológica cuando falleció en Madrid en 1993 y enterrado seguidamente en Segovia, donde poseía una casa, con su familia, en plena Calle Real.
Jaime Delgado fue muy amigo, aunque mayor en edad, de Paco Rodríguez Martín (fallecido ahora hace diez años), y cuando Paco era director de la Comisión Provincial de Promoción Cultural, entre ambos “tramaron”, un buen día, la celebración del Bimilenario del Acueducto, que inmediatamente contó con apoyo de autoridades españolas e italianas.
En 1966, el escritor publicó “El Libro de Segovia”, que más adelante, ya en 1974 reeditó Enebro, por encargo de la Diputación Provincial. Esta nueva edición presentó el libro en un gran tamaño (35×16), con pastas sólidas y con diferentes destinos; el mayor número fue de 982, del 201 al 1182 (poseo el 885). Lleva ilustraciones en blanco y negro de Manuel García Fernández (varias muy sugestivas por presentar rincones hoy desaparecidos),y para valorar más aún la edición, lleva un prologo del Marqués de Lozoya en el que entre otras sustanciosas frases, escribe: “No creáis saber algo de Segovia porque hayáis recorrido por espacio de algunas horas, sus callejas y sus plazuelas y porque os asomasteis algún día a las murallas para contemplar desde ella los valles del Eresma y del Clamores…Sólo conocemos el proceso de la ciudad los que, habiendo superado el promedio de la vida, hemos sido “niños en Segovia”.
Dice más adelante: “Jaime es un gran poeta; el “Libro de Segovia” es un gran poema. Un poema de añoranzas. Añoranza de un pasado roto, porque ya no nos será posible escuchar aquella música de los pequeños ruidos inefables: los coros de las niñas en los jardines; el fragor de los cubos que rozan las paredes del hondo aljibe, en el patio, y golpean el brocal con un ruido profundo reitera”.
En su gran poema, el autor va cantando, describiendo, rememorando espacios de la ciudad, desde los más conocidos y recorridos, a rincones que todavía muchas personas no han llegado a descubrir. Caminos, fuentes, ubicaciones espirituales como iglesias y conventos, plazas y plazuelas (la del Corpus, la de La Merced, sonde el poeta vivió sus juegos y correrías infantiles)…Asimismo, en un difícil ejercicio de concentración, un número muy elevado de pueblos de la provincia encuentra cobijo en la rima de sus versos. “A los trigos y los pinares-pongo su nombre verdadero.-Zamarramala, La Lastrilla,-Coca, Sepúlveda, Turégano-Aldea lengua de Pedraza,-Mozoncillo,-Aguilafuente, Cantalejo… “Digo la tierra de mi árbol,-junto la tierra con el cielo, los latidos de la llanura-escribo y canto. Son los pueblos.-Vivos de sol a sol. De luna-a luna muertos”. Y el final: Sólo Segovia cabe en mi retina. -Segovio soy, Segovio-de la esperanza y la melancolía”.
