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Juventud, divino tesoro electoral

por Sergio Plaza Cerezo
23 de marzo de 2023
en Tribuna
SERGIO PLAZA CEREZO
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Sin pagar, ni pedir perdón

El gobierno de España esperó hasta 2022 para lanzar una medida populista, propia de nuestra herencia romana de pan y circo. Ya sabemos que los votantes miopes recuerdan mejor las actuaciones posteriores al ecuador del mandato electoral.

El llamado Bono Cultural Joven (BCJ) consiste en una ayuda de 400 euros para que los jóvenes que cumplieran 18 años de edad durante el año pasado pudieran adquirir amplio elenco de bienes y servicios culturales. La segunda convocatoria, para los nacidos en 2005, tocará en vísperas de comicios. Las opciones para gastar el dinero incluyen hasta videojuegos, tanto físicos como en línea, dentro de arbitrio laxo del término “cultura”.

En el autobús, escucho la conversación entre dos estudiantes de primero de carrera; y, cierto comentario aviva mi curiosidad, cuando iba traspuesto. “Me estoy planteando votarles”, manifiesta uno de ellos. Así refiere su agradecimiento a las huestes de Pedro Sánchez, desde la condición de usuario inaugural del BCJ. Les pregunto a mis alumnos por su conocimiento del programa; y, uno de ellos toma la palabra. Nos cuenta, relativo a terceros, un episodio digno del Lazarillo de Tormes. La compra gratuita de videojuegos, con objeto de revenderlos a precio inferior al del mercado. Según parece, esto es “vox pópuli”, pues, cuando vuelvo a sacar el tema, otro estudiante, más mayor, indignado, ya sabedor de la picaresca citada, se refiere al BCJ como “un cachondeo”. Las subvenciones son una cosa; pero, la gratuidad distorsiona los incentivos del “homo economicus” en la toma de decisiones.

Entre los alumnos de máster provenientes de extranjero y provincias, el disfrute de las posibilidades culturales —las de verdad— enriquece su residencia en Madrid. Así, ir al teatro es opción sugerente en aprovechamiento del tiempo escaso —un curso académico—. El abaratamiento de las entradas para jóvenes sí tiene sentido, con objeto de crear hábito. Por un precio irrisorio se pueden ver películas exquisitas en el precioso Cine Doré, modernista, regentado por la Filmoteca Nacional; y, siempre hay presencia de la cohorte de edad referida. Una minoría, aspirante a engrosar la clase creativa.

Los mozalbetes en cuestión del autobús, susceptibles de estrenar edad mínima para votar con hogaza debajo del brazo, bien podrían haber dedicado las ganancias ilícitas a financiar la compra de bebidas alcohólicas para noche de “botellón”, institución y neologismo de España, consistente en beber alcohol con grupo de amiguetes en vía pública. En la primavera pasada, algunos días, Moncloa, puerta de entrada a la Ciudad Universitaria, estaba atestada con furgones de policía. “¿Qué pasa?”, indagué sorprendido. Habían venido a parar el botellón.

Si proseguimos con los videojuegos, existe patología consistente en la adicción padecida por muchos muchachos, debida a excesos en esta práctica recreativa. Algunos crímenes internacionales cometidos por adolescentes y jóvenes, incluso, incorporan la obsesión con algunas de estas creaciones, inductoras posibles de violencia en casos particulares. Por supuesto que hay videojuegos educativos; pero no parece idóneo meter a los que incorporan valor cultural cuestionable dentro del mismo zurrón de subvenciones.

Las consideraciones relativas a equidad brillan por su ausencia en la implementación del BCJ. El rito iniciático de entrada a la mayoría de edad, que entre los antiguos masái consistía en cazar un león, arbitra criterio único. Un vecino de La Finca, urbanización donde residiera Cristiano Ronaldo, disfruta del mismo derecho a percibir la prebenda que un joven de Parla, municipio con menor renta per cápita dentro del área metropolitana de Madrid. De forma paradójica, ¿el bono podría solicitarse en mayor grado entre los segmentos más acomodados?

Si la modernidad sólida basculaba sobre la producción, el consumo toma el testigo en tiempo de modernidad líquida, concepto acuñado por Zygmunt Bauman. El pensador eximio constataba mutación paralela en el concepto de cultura, cual proyecto inicial, dimanado desde arriba bajo influjo de la Razón en la Ilustración, con objeto de educar al pueblo, constituido en república de ciudadanos vía Revolución Francesa. Si la alta cultura era territorio de los intelectuales, las élites ilustradas, ante la globalización, incorporan dos atributos. Por una parte, la flexibilidad de sus preferencias culturales, nada quisquillosas y muy inclusivas —al contrario que antaño—, abiertas al reconocimiento tanto de una exposición de Picasso como de grafitis neoyorquinos. Por otro lado, el principio de no involucrarse en los gustos de los restantes estratos. Cada uno accede a la cultura a su manera en sociedades multiculturales.

El BCJ contrasta cómo las políticas públicas vinculan a usuarios con productores de bienes y servicios culturales en era de modernidad líquida. En algunos casos, se trata de promover el mero consumo de una cultura etiquetada cual mercancía. Sin barreras, todo entra en las alforjas de la cultura pop. El triunfo del “todo vale”.

En realidad, más allá de cualquier tipo de paternalismo, la figura del mentor, obviada, es fundamental. Cuando se cumplen 18 años, se puede votar; pero, incluso los muchachos con mejores intenciones pueden encontrarse muy despistados acerca de cómo gastar sus 400 euros. Alardeo de haber destinado el grueso de mi salario a rubros relacionados con la cultura, desde libros a viajes. Sin embargo, ahora entiendo mucho más que cuando era muy joven. Experiencia y conocimiento se adquieren con tiempo y aprendizaje.

En tanto cinéfilo, suelo citar películas clásicas en mis clases, a modo de ejemplificar estudios de caso. Y el desconocimiento absoluto de los alumnos, relativo a obras maestras del séptimo arte, desde “Ciudadano Kane” a “Ladrón de bicicletas”, resulta manifiesto. Un problema que no solo atañe a la demanda, puesto que las cadenas públicas de televisión expulsaron, hace mucho, a los filmes en blanco y negro de la parrilla. De aquellos polvos, vienen estos lodos.

Un librero de la universidad constata que muchos docentes apenas leen. Cuántos le dicen: “no sabíamos que aquí había una librería”. El sistema prima especialización extrema; mientras, se desprecian erudición y cultura general. Las raíces en la burguesía ilustrada tienden a desaparecer en el cuerpo de profesores universitarios; y, en algunos casos —no en todos, por supuesto—, haber crecido en ausencia de una biblioteca familiar conforma un déficit, más allá del éxito de país, representado por la movilidad social ascendente desde estratos humildes y rurales. Aunque acumulen sexenios por méritos de investigación, cuántos titulares carecen de capacitación para ejercer cuales mentores. Cuando asistíamos a conferencias de primer nivel en Casa de América y Círculo de Bellas Artes, mi hermano solía comentar cómo nunca nos encontrábamos allí a ninguno de nuestros profesores.

El crecimiento de contenidos gratuitos en la red resulta imparable. Si el espíritu colaborativo ha dado lugar a Wikipedia, casi todas las películas del cine argentino de la Edad de Oro –por poner ejemplo de oferta cultural muy diferenciada- se pueden ver gratis en YouTube. Cuando éramos niños, nuestro padre nos hablaba de títulos clásicos de Hollywood, Francia o Italia que convertimos en mitos. En algunos casos, tardamos años y años en poder visionar aquellas cintas; mientras, ahora, la satisfacción de deseos similares resulta inmediata. No obstante, a pesar de tratarse de nativos digitales, los jóvenes se pierden en la jungla de Internet. Además, en muchos casos, resulta inquietante la ausencia de curiosidad por acceder al elixir de la cultura con mayúsculas, por libre de barreras que se encuentre. En la medida que tantas obras maestras son accesibles vía gratuidad, parecen perder atractivo para una mayoría.

El equipamiento de las bibliotecas públicas simboliza un éxito del periplo democrático. Los centros de las administraciones autonómica y municipal se solapan en Madrid. Cualquier barrio humilde cuenta con estas infraestructuras; e, incluso, los edificios más modernos, espaciosos y confortables para el estudio suelen encontrarse en la periferia metropolitana. El inventario sobrepasa con creces la oferta de libros. Prensa, revistas culturales y catálogo amplio de DVD, correspondientes a cine de calidad, se almacenan en estantes atiborrados. La propia biblioteca de urbe mínima como Segovia impacta por su gigantismo.

¿Qué sentido tienen los 400 euros del BCJ a costa del contribuyente? Los muchachos del autobús también conversaron sobre su querencia por las hamburguesas de la cadena que arrasa en Madrid, fundada por un emprendedor venezolano. Si la gastronomía nunca había disfrutado de estatus cultural tan alto, ya puestos, el gobierno podría subvencionar almuerzos iniciáticos para jóvenes en restaurantes étnicos de comida peruana, japonesa, árabe. Desde economía y estética de la nostalgia, son sustitutivos de viajes exóticos.

Una alumna se quejó de la no inclusión de fútbol y toros. “También son cultura”, manifestó. Me sorprendió la segunda mención, pues la afición taurina —la mía no es grande— se encuentra desaparecida en combate entre los nacidos en el siglo XXI. El debate está abierto: ¿qué es cultura? ¿Lo que dice el gobierno, como en la época del despotismo ilustrado?

A modo de postdata, les cuento que el librero referido quiso inscribirse como asociado al BCJ, con objeto de realizar ventas a través de dicho canal; pero, antes las trabas burocráticas, desistió del empeño. ¿En qué medida el gobierno ha priorizado el anuncio con carga mediática en mayor grado que la ejecución del gasto? Los estudiantes más jóvenes de mis grupos apenas sacan un año de edad a los destinatarios inaugurales del bono. No obstante, a pesar de tener familiares y/o amigos nacidos en 2004, muestran gran desconocimiento sobre este programa.

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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