Vintage es el término empleado para referirse a objetos o accesorios con cierta edad, que no pueden aún catalogarse como antigüedades, y que se considera que han mejorado o se han revalorizado con el paso del tiempo. Se utiliza para designar instrumentos musicales, automóviles, libros, fotografías, y, más recientemente, prendas o accesorios de vestir, además de videoconsolas y videojuegos. También podría hablarse de profesores vintage.
Dicen los redactores de nuestras últimas leyes sobre educación, que urge propiciar el acceso de los jóvenes al mundo del trabajo y convertirles en agentes eficientes del sistema productivo. Pero lo importante es que no pierdan de vista el verdadero valor de las cosas y de las personas.
La mediocridad y la comodidad se han convertido en el estilo de vida social y pedagógico dominante. Esforzarse no está de moda. La excelencia como aspiración en la vida y en la tarea educativa se mira con sospecha. Pero si nadie tiene que aspirar a ser lo mejor que pueda ser, si no debemos exigir a nuestros hijos o a nuestros alumnos que aspiren a la excelencia, sí hemos de procurar que ‘nadie destaque’, en la práctica solo será posible que todos sepan lo mismo si todos saben tanto como el que menos.
Esto nos lleva a que sobran los educadores, los profesores ‘vintage’. Esos profesores que dan respuesta adecuada a todo lo que nuestros niños y jóvenes necesitan, sobre todo como maestros de vida, que es realmente lo importante. Profesores ‘vintage’ que tienen pasión por la verdad, unida a la pasión por la libertad. La tutoría, tarea importante para los profesores vintage, consiste en descubrir al alumno sus puntos fuertes y débiles, sus buenos y malos hábitos, animarlos, orientarles para que lleven a cabo su propio proyecto personal de vida. El profesor debe ayudar al alumno a establecer metas pequeñas y accesibles al final de cada sesión de tutoría.
La humanización de la escuela se juega, sobre todo en los contenidos. En la cultura del ‘descontenido’, del estudiar cuando y lo que me apetece, no es posible otra cosa que lo que tenemos.
El profesor ‘vintage’ hace afirmaciones de perogrullo, pero, cuando el sentido común da vueltas enloquecidas como la aguja de una brújula sin campo magnético, es preciso enfatizar hasta lo obvio. Es bastante común encontrarse con profesionales de la educación que manifiestan desánimo, cansancio en su labor. Estos predicadores de la dimisión de la inteligencia, lo más contrario a los profesores vintage , basan sus ‘ideas’ en tópicos llenos de subjetividad y vacíos de contenidos. Estos vegetantes de la enseñanza prefieren el gesto novedoso, los procesos innovadores, la excelencia educativa al esfuerzo serio y constante de los verdaderos maestros.
Queremos saber cómo educar, pero que sea como la cocina ‘precalentada’ o una educación ultrarrápida, de ‘microondas’, y eso no funciona. A los niños les sobran ordenadores y maquinitas, les sobran problemas y cuentas de tarea…, y les faltan caricias y tiempo. Amar exigiendo y exigir amando parece contradictorio, pero no lo es.
Frente a esto el profesor vintage, aunque sufre a veces el lógico decaimiento, se mantiene en la ilusión de su tarea. Educar, sin embargo, exige un saber hacer para ayudar a emerger en el educando lo mejor de sus potencialidades, por mínimas que sean, de tal manera que crezca cada día su potencial de adaptación a las exigencias crecientes de aprendizaje: desarrollar el ‘potencial de aprendizaje’. Frente a la disidencia y la añoranza del pasado, existe alternativa, los profesores ‘vintage’.