Últimos años de vida del siglo XIX y primeros meses del XX. Tiempo que no recuerdan, seguro, ni los más viejos del lugar. Pero aquel espacio temporal existió. Para muestra estos ‘botones’ que son, además, de toda confianza. Lean.
Mira tú la ‘fórmula’ empleada por el Ayuntamiento de 1897 para que no pasaran frío diferentes ‘estamentos’ de la sociedad, mientras esperaban a que alguien llamara a su puerta y les ofreciera un puesto de trabajo. Concretando. Observando la situación que se daba en el Azoguejo, lugar donde, entre otros muchos ‘actores’ se situaba la ‘oficina de empleo’ al aire libre (trabajador que busca trabajo; empresario, o figura similar, que si busca, encuentra lo que busca), la Ciudad instaló una caseta-refugio de madera con la finalidad de que pudieran refugiarse (recogerse) ‘durante los crudos días del invierno’. Palabras con las que justificó la instalación el alcalde Mariano Villa.
Allí se encontraban, cada uno a la suyo, obreros sin trabajo, vendedores ambulantes y pobres que imploraban limosna en las calles. Dejaron constancia escrita los que lo vieron que el edificio ‘era de agradable aspecto y tamaño mediano’; había bancos para descansar (los otros –¿hace falta decirlo?-, estaban fuera); en medio de la ‘sala’ una estufa; agua templada para quienes gustasen de beberla y libros ‘de sana lectura’.
¿A quién de los acogidos, me digo yo, le iba a pasar por la imaginación, con una caseta así de guay, preguntarse a cuanto estaría de altura la deuda pública de su país?
La noticia, publicada en ‘El Adelantado’ de los Ochoa, concluía: ‘esta instalación ha de producir grandes beneficios a las clases menesterosas de la población’. (¡¡¡!!!). Era un 20 de enero, no habían cerrado aún las puertas de los arcos del Monumento romano, y hacía frío ‘pa’ congelarse. Y en eso tampoco hemos cambiado.
A quien esto leyere. No me digan después de leerlo que ya lo conocían, porque me ‘chafan’ la noticia. A lo que te voy. Era 14 de noviembre de 1855 cuando en el Teatro Circo en Madrid se estrenó ‘Los Comuneros’. Zarzuela en tres actos que había escrito el sevillano Adelardo López de Ayala con música de Joaquín Gaztambide. El libreto constaba de 87 páginas y estaba ambientada en la Segovia de principios del siglo XVI, en plena ‘actividad’ comunera. La obra estuvo en cartel durante 14 días consecutivos, para después aparecer de forma esporádica.
Expuestos los datos ‘técnicos’ hago referencia de la jota para canto que se incluyó en la obra como introducción del segundo acto. Fue el momento más aplaudido de toda la obra. De tal forma que en ninguna de las representaciones se marchó del escenario la compañía sin repetirla en tres y cuatro ocasiones. El público, ya entonces, vibraba con ella. Su autor fue Martín Sánchez Allú. Aquí les dejo su letra:
‘El rey un nuevo tesoro exige al noble pechero, / Ya el pueblo no tiene oro, pero en cambio tiene acero. / Siga el festín, siga el danzar que mañana han de sonar la trompeta y el clarín (bis 3 veces) / Ay qué miedo que me da, qué congoja, qué temblor / Que ha venido a la ciudad el señor corregidor. / Siga el festín… ( bis, con gracia, 4 veces)’.
De la capital al Real Sitio con otra música. Ahora que tantos conventos quedan vacios por la ‘marcha’ obligada de quienes durante largos años vivieron y cuidaron de ellos, recordatorio hago de la llegada de la comunidad clarisa al Real Sitio de San Ildefonso. Viajaron desde Olmedo, su casa hasta ese momento, y ocuparon una finca que habían adquirido a los Herreros de Tejada. Allí fundaron, 3 de marzo de 1901, su nuevo convento. A su llegada a la localidad fueron recibidas por el Ayuntamiento en pleno y el Cabildo de la Abadía, así como por numerosos vecinos de La Granja, pasando seguidamente a la Iglesia de Los Dolores entre repique de campanas.
En esa misma fecha aparecía en La Gaceta de Madrid un Real Decreto nombrando nuevo obispo de Segovia a Juan Cadena y Eleta. Hasta ese momento había desempeñado el puesto de Provisor en el obispado de Madrid-Alcalá. Sustituía a José Ramón Quesada Gascón, fallecido de forma repentina en La Matilla, en el transcurso de una visita pastoral.
Aviso contundente. ‘Hago saber: Las palomas que anidan en el Acueducto y sus alrededores, contribuyen a dar justa nota de vida al monumento y de culto al vecindario que sabe respetarlas. Si alguien atentase contra ellas o destruyere sus nidos, el concepto público le castigará con el merecido vituperio y mi autoridad con la multa de 50 pesetas en defensa del buen nombre de Segovia.’
Yo, el alcalde. Segovia 3 de agosto de 1919. Firmado: Carlos Tablada.
