He leído con gran interés la objeción que haces a mi artículo de fecha 26 de febrero sobre Isabel la Católica. Se trata de una objeción amistosa que acepto con toda humildad y agradecimiento, porque eres una persona muy bien informada sobre nuestra querida ciudad como demostraste en tu libro ‘Personajes y sucesos del s. XX en Segovia’, donde tuviste la amabilidad de dedicarme unas páginas. Por eso debo agradecerte la atención que prestaste a mi artículo y la objeción que me pones, porque me gusta más mostrar gratitud hacia las críticas que se hacen con sinceridad, que a los elogios que se hacen para halagar.
Dicho esto, empezaré diciendo que no me importa reconocer contigo que la reina Isabel, siendo una gran reina para España, no tuvo el mejor comportamiento hacia Segovia; pero, a mi juicio, el sábado pasado no parecía ser el día más apropiado para recordarlo y lo que hice fue resaltar el nombramiento de Cisneros como una muestra de la buena gobernanza, y de paso, contraponerlo a las actuaciones actuales por parte de nuestros gobernantes.
Sin embargo, me cuesta compartir tu opinión sobre el acto del pasado sábado (bajada de pantalones, indecoroso, desprecio a nuestros antepasados), porque hay que subrayar que fueron los segovianos quienes proclamaron a Isabel. Por tanto comparten el homenaje esos segovianos que hacían jurar a los reyes los Fueros de la ciudad antes de traspasar la puerta de San Martín. El que luego cumplieran el juramento o no, es algo que ya no les correspondía a ellos.
Por otra parte, me niego a aceptar que se culpe a Isabel de la muerte de Enrique IV. Es algo que ya se utilizó por sus enemigos, pero no existe ninguna base científica para ello, o al menos yo no la conozco. Que el análisis forense de la momia de Enrique IV indujera a pensar que fue envenenado, no quiere decir en modo alguno que fuera ella la instigadora. Y si citamos el informe de Marañón, habría que citarlo en su totalidad, porque también se afirma que era impotente, con lo cual eso nos llevaría a otro debate sin fin sobre la legitimidad de Juana la Beltraneja que desembocaría incluso en la legitimidad del propio matrimonio de Enrique IV.
Bajo mi modesta opinión, es un error ver la historia desde la perspectiva actual. Si en el s. XIV (al que estoy dedicando mi lectura últimamente), bajo los reinados de Alfonso XI el Justiciero y Pedro I el Cruel hubo hombres despiadados, pactos envenenados y corrieron ríos de sangre, el s.XIV, como señala César Cervera, es el de los venenos, las traiciones y los puñales guardados en la manga. En virtud de todo ello, puede resultar una tentación comprensible pretender presentar a Isabel y Fernando como unos magnicidas. Pero hay una serie de situaciones anteriores que hay que tener muy presentes a la hora de enfocar esta delicada situación como los pactos de Guisando, donde Isabel se impone a la Beltraneja, las Cortes, o los tratados de Valdelozoya donde Enrique IV se vuelve a desdecir. Todo es de una gran complejidad.
Respecto de que lo que ocurrió fue un golpe de estado como manifiestas, si no recuerdo mal el primero que utilizó ese término fue mi admirado y querido Manuel González Herrero en su libro ‘Castilla: negro sobre rojo’ y es de las pocas cosas que, con todo el respeto que le profeso, no comparto con él.
Y aprovecho para decir aquí que estoy totalmente de acuerdo con mi amigo Jesús Fuentetaja que en un espléndido artículo señala que habría que fijar el pedestal de Isabel la Católica donde dicen los historiadores que se ubicaba el antiguo templo de San Miguel. La ubicación que se ha elegido puede inducir a confusión sobre todo a aquellos que solo se quedan en la superficie de las cosas.
Y con esto concluyo, amigo José Luis. Como verás también me he atrevido a hacer una pequeña pero sincera objeción a tu amable objeción que espero haber hecho con el mismo afecto que tú me demostraste. Pero en todo caso, lo que está claro es que da gusto cambiar impresiones con personas como tú. Un fuerte abrazo.
