Los países tienen sus mitos contemporáneos; y, de forma tradicional, las llamadas folclóricas, artistas de flamenco y copla española, han ocupado lugar de privilegio en la escena del famoseo nacional. Las muertes de Lola Flores y Rocío Jurado tuvieron seguimiento televisivo extremo por parte de un público impactado y acongojado. Isabel Pantoja es la última mohicana, ascendida al Olimpo de la España de pandereta, que también se entusiasmaba con los toreros, tras el desenlace trágico de su esposo Paquirri, ocasionado por cornada en el ruedo de Pozoblanco. Los desencuentros con el hijo arman la trama del episodio más reciente de guión prolijo en acontecimientos, digno de telenovela.
En una tarde del otoño de 2018, la Caracas enterada de Madrid se congregó en el Teatro Fígaro. Se representaba un monólogo, interpretado por Héctor Manrique, sobre el delirio del psiquiatra Edmundo Chirinos. Entre otros, el padre del líder opositor Leopoldo López andaba por allí. Estas gentes conversaban en los prolegómenos; y, de repente, todas las miradas quedaron fijadas en una pareja recién llegada de espectadores, ataviados con gran elegancia. Mario Vargas Llosa e Isabel Preysler Arrastia, representantes de un glamuroso Madrid criollo.
Esta mujer hispano-filipina no canta ni baila; pero, se ha ganado a pulso el acceso, por pleno derecho, a la tribuna de mitos ibéricos. Desde el coqueteo con lujo, elegancia y frivolidad, embajadora de una España no-popular, donde anidaban escritores laureados, políticos de ceño fruncido y aristócratas siempre dispuestos a cenar en Horcher o Jockey, la dama distante y altiva ha vuelto a ser noticia, para reforzar sus credenciales mitómanas. Al igual que ocurre con La Pantoja, ya podemos hablar de La Preysler. ‘La’ es más que Doña. A la vejez, viruelas.
Las visitas a domicilios ajenos no son frecuentes en numerosos ámbitos de esta España nuestra, donde calle y bares ejercen primacía. El diablo cojuelo fue personaje literario del Siglo de Oro; y, de incógnito, fisgaba por dentro de las casas en aquel país de celosías. Si el cotilleo es consustancial a la españolidad, las revistas del corazón acumulan larga tradición. El papel cuché es fuente de ventaja comparativa; y ‘Hola’ ha alcanzado internacionalización que rebasa el orbe hispanohablante, vía su gemela ‘Hello’. Por su parte, no hay español que no haya visto en alguna ocasión el programa Sálvame, ininterrumpido durante 14 temporadas en la parrilla de Telecinco. Algunos lo negarán; pero, mienten. Los tertulianos se echan los dardos unos a otros; y agotan la tarde con dimes y diretes de famosos y famosillos.
En las últimas semanas, el país anda revolucionado con la ruptura de la pareja formada por el Premio Nobel de Literatura y la “socialité”; e, inclusive, la prensa más seria ha seguido con detalle este culebrón de no ficción en tiempo real. Desde el entorno del escritor, se menciona la incompatibilidad en gustos y preferencias: cultura –Mario- versus espectáculo –Isabel-. Ella, cuya única confidente es ‘Hola’, ha referido los celos infundados de su novio, negados por un enfadadísimo Vargas Llosa. De la mano de Preysler, si bien con disgusto, el autor de ‘La ciudad y los perros’ había entrado de pleno en el mundillo del famoseo, con aparición incluida en MasterChef. El novelista estaría cansado de esa vida social hiperactiva; y, en un cuento de su autoría, desmenuzado por los cronistas, habría expresado de forma velada el arrepentimiento por haber abandonado a Patricia Llosa, prima y esposa por más de 50 años.
Isabel Preysler, quien recuerda a la mujer fatal de tantas películas de cine negro, se ha consolidado a sus 72 años como mito de España, objeto de varias biografías. Alguien escribió que esta dama, distante, convirtió su vida en profesión. El emparejamiento con hombres de poder y éxito profesional ha esculpido aureola de fama ‘in crescendo’ en torno al personaje.
Nacida en el seno de la clase media –a secas- de Manila, la pertenencia a la minoría hispano- filipina le abrió las puertas de la alta sociedad a esta mujer ambiciosa, linda y arribista. Así, los padres la enviaron con 17 años de edad a Madrid, donde tenía unos tíos bien situados, residentes en pleno Paseo de la Castellana, para que dejara de verse con un playboy filipino. Entre las nuevas amistades de la joven, aparecería una nieta del dictador Francisco Franco.
Cuando el cantante comenzaba a saborear las mieles del éxito, un enamoradísimo Julio Iglesias se casó con Isabel, quien le abandonaría algunos años después por el Marqués de Griñón, latifundista y aristócrata con Grandeza de España, dedicado al cultivo de sus viñedos.
La euforia ante triunfo apoteósico de Felipe González en las elecciones de 1982 tuvo prolongación en la formación del primer gobierno socialista. En la foto, destacaba Miguel Boyer, superministro de ideología liberal en el área de Economía. Su fama se vio acrecentada al expropiar a Rumasa, grupo corporativo dirigido por un empresario populista.
Les pregunto a mis alumnos de Política Económica; y ninguno había oído hablar de Boyer, si bien, no hay que recordarles la identidad de Preysler. Isabel dejó a su marido para casarse con el político. La frivolidad rodeó a la nueva familia, que edificó algo ajeno al socialismo: una mansión con 14 cuartos de baño en la lujosa urbanización de Puerta de Hierro –vecindario donde pasó gran parte de su exilio Juan Domingo Perón-. El nombre de Villa Meona, acuñado por la prensa del corazón, permanece en el imaginario popular. La dimisión de Boyer, sin finalizar el mandato, asoció, cual leyenda, dicha decisión con el noviazgo emergente.
Cual yin y yang, la misma mujer exótica que rinde culto a su supuesta belleza, arribada a Madrid para estudiar secretariado, ha ejercido atracción extrema sobre eruditos como Boyer o Vargas Llosa. Si el segundo ha disfrutado de la biblioteca del primero, dicen que el superministro podía hablar horas seguidas sobre la Revolución Francesa o el Antiguo Egipto.
El mito de La Perricholi afluye: los amores del virrey catalán Manuel de Amat, sexagenario, con la joven actriz Micaela Villegas fueron tema estrella de conversación en la Lima dieciochesca. El Madrid enterado también bautizó con apodo desdeñoso a Preysler en los años ochenta: La China. La Corte virreinal ha sido sustituida por la Corte borbónica. Y el escritor hispano-peruano, hombre de poder literario, pudo convertirse en presidente de Perú –y, por tanto, sucesor directo de Amat-. Además, el octogenario Mario le saca 15 años de edad a Isabel. Si ambas damas con solera simbolizan el mestizaje étnico en los territorios hispánicos de ultramar, Isabel desciende de bisabuelos españoles casados con mujeres indígenas de Filipinas.
Según la leyenda, en la Lima de la Ilustración aspirante a la utopía, el virrey ordenó la construcción del Paseo de Aguas para deleite de su enamorada. En cierta ocasión, montada en carroza, La Perricholi se habría cruzado con un sacerdote, encargado de administrar el viático a un moribundo. En arranque de humildad, Micaela decidió donar su calesa a la parroquia. Los expertos deshojan la margarita, sobre si Preysler encontrará nueva pareja; pero, Isabel ha afirmado que solo quiere estar con sus nietos.
Antes de la ruptura entre Mario y Patricia Llosa, me crucé con esta familia. Se dirigían a paso ligero hacia la Plaza de los Cubos, oasis madrileño con cines que solo proyectan filmes en versión original subtitulada. El escritor encabezaba el grupo, seguido por esposa e hija. Una vez anunciada la separación, volví a ver a la esposa despechada, caminante por la Plaza de España. Sabían disfrutar del centro de Madrid, a pie, como debe hacerse; y, pienso que sería harto difícil imaginarse en dichas lides a Isabel Preysler.
Sin renegar del pasado, interrogado sobre el final abrupto del idilio con la viuda de Boyer, iniciado en 2015, Vargas Llosa ha declarado: “la experiencia queda ahí”. Siempre permanecerán en su recuerdo, entre otras cosas, los viajes realizados, de los que el escritor dio cuenta en sus artículos periódicos. Así, se encontraron, inclusive, frente a los terroríficos dragones de Komodo. Mario, retornado a su vivienda enorme del Madrid de los Austrias, la zona más bonita del casco histórico, ha vuelto a pasear por la ciudad, solo o acompañado por su familia. Los periodistas le siguen; y, así, nos hemos enterado de los restaurantes favoritos del novelista y ensayista, desde el uruguayo Charrúa hasta el cantonés Don Lay.
En varias ocasiones, visité el último establecimiento, cuya ubicación previa era menos lujosa. Les puedo asegurar que servían los platos más exquisitos de “dim sum” en la capital de Las Españas. Se encontraba en la Puerta del Ángel, situada al otro lado del Puente de Segovia. Un local enorme, casi siempre vacío; pero, los iniciados lo conocían, caso de una alumna de postgrado. Cuando se lo recomendé, ya era clienta. Una muchacha estadounidense muy cosmopolita y multicultural, con orígenes maternos en la diáspora japonesa de Hawái. El abuelo paterno, puertorriqueño, militar desplazado a una base americana de Gran Bretaña, se casó con una mujer inglesa. Vaya mezcla tan enriquecedora de sangres. Y cuántos expatriados anglófonos se ganan la vida en metrópolis del mundo como profesores nativos de inglés.
Don Lay clausuró, algo que me entristeció; pero, años después, abrió sus puertas en Castelló, calle burguesa de Madrid, para conquistar al público más VIP, incluido Vargas Llosa.
