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El Adelantado de Segovia

No tendré el gusto de postrarme ante ese busto

por Jesús Fuentetaja
28 de febrero de 2023
en Tribuna
JESUS FUENTETAJA
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La historia es una prenda de abrigo reversible a la que constantemente estamos dando la vuelta para mostrar a nuestra conveniencia, la parte que más utilidad nos pueda aportar en cada momento. Y ahora parece ser que es el momento de enseñar en nuestra ciudad el rostro amable de Isabel la Católica, quien fuera coronada a instancias suyas en el atrio de la misma iglesia en la que ahora se ha decidido perpetuar su busto. Para quien tenga curiosidad de cómo sucedieron aquellos hechos, nada mejor que consultar el acta de los mismos que Mariano Grau tuvo a bien publicar en el primer número de Estudios Segovianos, en el año 1949. En la misma iglesia puede, pero no en el mismo lugar, porque entonces se tendría que haber fijado su pedestal en el quiosco de la música, en donde nos cuentan los historiadores que se ubicaba el antiguo templo de San Miguel. Turísticamente hablando no hubiera sido ello tan descabellado, pues facilitaría mejor su contemplación a los que nos visitan y constituiría una opción alternativa a la del simpático diablillo que corona la calle de San Juan.

No voy a negar las grandes virtudes que atesoró Isabel durante su reinado y que llevarían a considerarla como una de las monarcas más trascendentales no sólo de la historia de España (incluyo a ellos, a ellas y si hace falta a elles), sino de toda la historia universal, en especial por las consecuencias del descubrimiento de un nuevo mundo, al que trató de incorporar a la civilización occidental desde la impronta de los valores contenidos en la religión cristiana. Para nada pongo en duda todos sus méritos, que repito que los tuvo, pero todos los grandes personajes de la historia, e Isabel lo fue, tienen todos sin excepción alguna, sus luces y sus sombras, y depende en donde se enfoque el caleidoscopio, deslumbraran unas o se ennegrecerán otras. En estos días y con toda justicia, se nos están mostrando las primeras con gran despliegue informativo con ocasión de la inauguración de su busto.

Pero uno, que a veces siente la tentación no contenida de convertirse en díptero testicular, le apetece sumergirse en el lado oscuro. Desconozco y no es que me preocupe en exceso, si en el proceso de beatificación puesto en marcha por la Iglesia, el abogado del diablo que interviene en el mismo, haya podido aducir las dudosas muertes de todo aquel que podría haberla impedido llegar a ser coronada. Es el caso de Pedro Girón, Maestre de Calatrava, con quien se había concertado su matrimonio en 1.466 y que fallecería repentinamente a mitad del camino entre Almagro y Ciudad Real. Antes muerta que sencilla esposa de quien no colmaba sus aspiraciones regias, dicen que dijo la futura reina. O como le sucedió a su hermano menor, el infante Alfonso al que en 1.465 los alborotadores nobles contrarios a las políticas de Enrique IV, quisieron coronar rey en sustitución de su hermano en la farsa de Ávila, y quien tres años después, fallecería camino de Arévalo por ingerir unas truchas salpimentadas con la correspondiente ración de arsénico, entendemos que en este caso sin compasión.

O, finalmente, lo que también le pudo suceder a su hermano mayor Enrique, según opinión de su hija Juana, motejada interesadamente como la Beltraneja, quien en un manifiesto de cuatro páginas datado en 1475, acusó a su tía de haber ordenado el asesinato de su padre, dándole “hierbas y ponçoñas”. Este presunto envenenamiento, sin entrar en su autoría, no sería desmentido por Gregorio Marañón, tras examinar la momia del monarca depositada en el monasterio de Guadalupe.

Concedamos a Isabel el beneficio de la duda y admitamos que puede que no tuviera arte ni parte en estas muertes y que, en todo caso, ello hubiera podido ser obra de sus intrigantes y ambiciosos partidarios, que los tenía. Pero señor y diabólico abogado, más difícil será librarla del pecado de perjurio, pues tras jurar personalmente en el acto de su coronación el 13 de diciembre de 1474, que no dividiría ni enajenaría sus reinos, y mantendría sus súbditos en justicia y que especialmente, respetaría los privilegios, libertades y exenciones, buenos usos y costumbres de la Comunidad de Segovia, seis años después incumple con su juramento y segrega de la Tierra de Segovia todo el sexmo de Valdemoro y parte del de Casarrubios, que con 1.200 vasallos entrega en señorío a los marqueses de Moya, Andrés Cabrera y Beatriz de Bobadilla. No tendría que tener muy tranquila su conciencia cuando dejó dicho en su testamento que se devolviera a Segovia lo que injustamente se le había quitado, pero sus dueños invocaron a una santa que tardaría todavía años en nacer y dijeron aquello de “Santa Rita Rita…”.

Pienso, con Manuel González Herrero, que Segovia dio a Isabel, más que lo que Isabel dio a Segovia y lo siento, pero no podré contemplar impávidamente el nuevo rostro pétreo de la reina, sin que su imagen me devuelva la de nuestros antepasados que cuando tuvieron conocimiento de la injusticia cometida con la tierra de Segovia, prendieron hogueras por toda la ciudad y sacaron a la calle a sus hijos para abofetearles en público, con el fin de que no olvidaran jamás esta afrenta. Antepasados, que fueron amenazados por la reina y por su real consorte, en perder vidas y haciendas si continuaban oponiéndose a sus designios, y que para que la burla resultara completa, firmaron dichas amenazas en Toledo, a 29 de junio de 1.480, festividad de San Pedro y fiesta mayor de Segovia. No me esperen entre los visitantes de San Miguel, si no es para participar en actos litúrgicos o contemplar el sepulcro del más ilustre de los segovianos, el médico Andrés Laguna. A cambio deambularé por las calles del casco antiguo y no descarto descender al frondoso valle del Eresma, desde el empinado acceso de sugerente nombre que partiendo de la calle del Pozo de la Nieve conecta con el barrio de San Marcos.

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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