Jugar al chito es… como comer sano. Se juega al aire libre, en cualquier época del año, entre amigos y se acaba –casi siempre-, partiendo una tortilla (o más), tomando unos vinos y degustando un postre. Lo mejor, sin duda, para completar el ejercicio de andar y el esfuerzo moderado de lanzar contra el tango o chito las ‘chanflas’ de medio kilo de peso entre treinta y un centenar de ocasiones. O las que fueren. La distancia es estimada, el reglamento se ‘olvida’ en casa, pues hay quien se lo conoce de ‘memorieta’, pero lo normal/anormal es situarlo entre ‘uno’ y veintidós metros.
En este apartado la edad cuenta (incluso para comer tortilla). Los más jóvenes te dirán siempre, sobre todo a la hora de medir, que “eso es muy corto”, mientras que los que han cumplido ya la ‘tira’, mirándolos de frente les dirán “¡pero dónde vas!”. Hasta ahora, que se sepa, estas guerras acaban en el momento en el que se lanza la primera tanga, el que controla los puntos se pone al lío y el jugador que falla las tres primeras (o más) considera que había estado mejor de apuntador sentado en la silla.
Lo que sí afirmo –pregúntenle a cualquier jugador-, es que nadie quiere perder. Eso de la ‘honrilla’ se lleva mucho en este deporte/espectáculo. Tanto que no hay partida que se precie de ‘buena y honrá’ y que no tenga un metro para medir la distancia entre testigo/tango/chanfla. ¡Se corrige hasta el centímetro!. Es como el VAR, pero en bonito. Se tira la línea, sí, pero sin ánimo de ofender.
Se acaba la partida (dos y más), no hay intercambio de camisetas, nadie se escaquea a la hora de la recogida de ‘trastos’ y… ¡A la tortilla, el vinillo y el pan de hogaza!
