Aunque lo hayamos olvidado casi totalmente, los seres humanos estamos hechos para hacer el bien, para ayudar, para infundir vida en los demás. Ese es el deseo más íntimo y oculto de nuestro corazón. Crear vida, regalar esperanza, ofrecer ayuda y consuelo, estar cerca de quien sufre, dar lo que otros pueden necesitar de nosotros.
Recuerdo esto en vísperas de la celebración de la XXXI Jornada mundial del Enfermo el próximo 11 de Febrero, fiesta de la Virgen de Lourdes. En su mensaje para esta Jornada con el lema y tema: “Cuida de él”. La compasión como ejercicio sinodal de sanación, el papa Francisco nos recuerda que “la enfermedad forma parte de nuestra experiencia humana. Si se vive en el aislamiento y en el abandono, si no va acompañada del cuidado y de la compasión, puede llegar a ser inhumana. Cuando caminamos juntos, es normal que alguien se sienta mal, que tenga que detenerse debido al cansancio o por algún contratiempo. Es ahí, en esos momentos, cuando podemos ver cómo estamos caminando: si realmente caminamos juntos, o si vamos por el mismo camino, pero cada uno lo hace por su cuenta, velando por sus propios intereses y dejando que los demás “se las arreglen”.
La enfermedad es una de las experiencias más duras del ser humano. No solo padece la persona enferma que siente su vida amenazada y sufre sin saber por qué, para qué y hasta cuándo. Sufre también su familia, los seres queridos y los que la atienden.
El papa “nos invita, en pleno camino sinodal, a reflexionar sobre el hecho de que, es precisamente a través de la experiencia de la fragilidad y de la enfermedad, como podemos aprender a caminar juntos según el estilo de Dios, que es cercanía, compasión y ternura”.
Este camino sinodal está despertando interés y esperanza. Es muy importante no volver a “defraudar”. No se puede quedar solo en una experiencia que provoque entusiasmo y que, una vez finalizado, todo vuelva a ser igual, quedando en algo anecdótico las esperanzas en ir dando pasos hacia “otra manera de ser Iglesia”. El Pueblo de Dios quiere una Iglesia viva, participativa e inclusiva.
Los cristianos hemos de vivir la fe “encarnados en las realidades concretas”, con humildad, como vulnerables, no desde la prepotencia, el poder y el control. La Iglesia ha de ser “realmente” servidora de la humanidad, no una religión con normas y leyes excluyentes. Estamos aprendiendo a caminar juntos y a sentarnos juntos para partir el único pan, para que cada uno y cada una encuentren su lugar. Todos estamos llamados a participar en este viaje. La Iglesia como una morada espaciosa, pero no homogénea, capaz de cobijar a todos, pero abierta, que deja entrar y salir, y que avanza hacia el abrazo con el Padre y con todos los demás miembros de la humanidad.
Por lo que se refiere a la enfermedad, el papa recuerda que “la Iglesia se confronte con el ejemplo evangélico del buen samaritano, para llegar a convertirse en un auténtico “hospital de campaña”. Su misión, sobre todo en las circunstancias históricas que atravesamos, se expresa, de hecho, en el ejercicio del cuidado. Todos somos frágiles y vulnerables; todos necesitamos esa atención compasiva, que sabe detenerse, acercarse, curar y levantar. La situación de las personas enfermas es, por tanto, una llamada que interrumpe la indiferencia y frena el paso de quienes avanzan como si no tuvieran hermanas y hermanos”.
“Cuida de él”. La compasión como ejercicio sinodal de sanación destaca las palabras compasión y sinodalidad para el marco de la salud. Dos palabras que son clave para la comprensión del cuidado de los enfermos desde una mirada evangélica. El cuidado de la persona enferma se nos presenta como un “caminar juntos” para el alivio en el sufrimiento. La imagen de que la persona enferma y quien le cuida se acompañan como sanadores heridos, representa una revolución para las lógicas de nuestro mundo, alienantes y despersonalizadas, en las que se valora lo útil en términos de producción económica y lo perfecto.
