La directora japonesa Naomi Kawase arrancó ayer el primer gran aplauso de la Sección Oficial de la 60 edición de la Semana Internacional de Cine de Valladolid (Seminci) con ‘Una pastelería en Tokio’, un canto a la existencia frente a la discriminación ante la diferencia. La cinta convierte en protagonista a una anciana mujer enferma de lepra que, al ser descubierta cuando trabaja en una pequeña pastelería de la capital, tiene que abandonar pese a su actitud vital y positiva, lo que a la cineasta le ha llevado a afirmar que “solo” el hecho de existir es en sí “algo maravilloso”, agregó.
“El tema principal son las personas que sufren lepra, que han sido tratadas con discriminación y aislamiento en Japón. Igual que Tokue, la protagonista, aún queda gente que sufre esta enfermedad y sigue sufriendo discriminación, pero viven con una postura muy positiva”, destacó antes de ratificar que “solo” el hecho de existir “es algo maravilloso”.
En este sentido explicó que el espíritu que persigue la película, adaptación de una novela, en la que aborda el tema de las comparaciones y discriminaciones fruto de las diferencias que algunas personas perciben y que tampoco son reales porque, precisó, frente a la consideración de algunos sobre la situación de “inferioridad” de personas enfermas como las que aparecen en la película, los que les rodean —en este caso el equipo de la producción—, reciben “mucho valor y alegría de vivir”.
Por otro lado, la veterana actriz Kirin Kiki, muy famosa por sus apariciones en televisión y elegida como protagonista por el propio autor de la novela cuando aún la escribía, se trasladó voluntariamente desde Tokio hasta el sur del país para visitar el centro donde todavía vive la mujer que inspiró la obra.
Con más de 430.000 espectadores desde su estreno en Japón el pasado 30 de mayo y a la espera de ser estrenada en España el próximo 6 de noviembre, ‘Una pastelería en Tokio’ se desarrolla en un pequeño establecimiento de venta de dorayakis (tortita rellena con judías) cuyo futuro llega con la floración de los cerezos y con Tokue, una mujer de 76 años cuyas enfermas manos no consiguen aplacar su ánimo de ser la cocinera que Sentaro, el encargado, busca.
Insistente sobre su deseo de cocinar para los demás y, especialmente, de elaborar el relleno, que Sentaro compra de fabricación industrial, el hombre decide contratarla y, desde entonces, el negocio da un vuelco: los dorayakis comienzan a hacerse famosos.
