La tradición medieval del médico filósofo, del médico humanista, suministró notables figuras en el Siglo de Oro: Andrés Laguna, Valles, Huarte de San Juan, etc. El Humanismo de los siglos XV y XVI fue un movimiento intelectual y estético, a un tiempo nostálgico, crítico e innovador. Pocos españoles de las primeras décadas del siglo XVI, y tan cabalmente europeos de aquella Europa, como este egregio segoviano, incansable y al fin cansado viajero por Francia, los Países Bajos, Lorena, la Renania e Italia, y tempranísimo denunciador de la calamidad que para la vida europea empezaba a ser la contienda bélica y religiosa entre sus hombres.
Conocemos por A. Laguna que su patria es Segovia, famosa tanto por la industria y piedad de sus gentes como por la bondad de su cielo y de su sol. Nació en una casa de la calle del Sol, en la Judería, en la que vivían sus padres: Diego Fernández de Laguna médico judío converso y Catalina Velázquez, y donde también nacerían sus hermanos.Aceptamos el año 1499, el de su nacimiento, que señaló su primer biógrafo Diego de Colmenares, quien escribió: «Nació en nuestra ciudad de Segovia, en la Parroquia de San Miguel, año (según hemos entendido) de mil cuatrocientos noventa y nueve». Otras fechas señaladas de su nacimiento y muerte: 1489-1569; 1499-1559; 1511- 1560; y 1511-1559.
Inició los estudios con su padre, quien le enseñó hasta donde pudo, y quiso que estudiase latín, con Juan de Oteo y a su muerte, con Sancho de Villasano, que se lo enseñaron en el convento de Santa Cruz. En 1525 comenzó los estudios de Bachiller en Artes en la Universidad de Salamanca, y en 1530 los de Bachiller en Medicina en el Colegio de Francia, en París, donde fue alumno del cirujano Jean Tragualt (c. 1480-1546), graduándose de doctor en Medicina por la Universidad de París, en 1534. Publicó un pequeño tratado anatómico que tituló «Anatómica methodus», París (1535), que aunque fiel a Galeno, ofreció algunas observaciones directas, como la descripción de la válvula ileocecal. En rigor, el verdadero descubridor de ella fue Varolio, anatomista posvesaliano. Pero es de justicia consignar que nuestro segoviano se acercó mucho a tal descubrimiento.
Era A. Laguna médico humanista experto conocedor del griego y de las partes del cuerpo, como también N. Leonicero, T. Linacre, T. Sylvius y J. Guerther. En 1535 publicó la traducción de la obra «De Physiognomicis», de Aristóteles, hecha del griego al latín. Al regresar a España enseñó en la Universidad de Alcalá de Henares.
En la primavera de 1539, asiste a la emperatriz Isabel en el palacio de Fuensalida (Toledo), la cual tuvo un feto muerto, y ella misma falleció, el 1 de mayo de mismo año de 1539.
Señaló su biógrafo Colmenares, que A. Laguna recibió en 1539 en Toledo, el título de doctor, que se consideraba poco probable, toda vez que en ese tiempo, un decreto en vigor de la Inquisición, prohibía que los conversos o sus hijos, y era el caso de Laguna, pudieran doctorarse en las Universidades de Toledo, Salamanca y Valladolid.
En el 1539 se desplazó a Inglaterra y Países Bajos. Pasó al servicio del emperador Carlos V, cuando este fue a Alemania, Francia y Países Bajos (Flandes), para sofocar el Motín de Gante, y quizá le acompañó a la Dieta de Ratisbona. En 1540 marchó a Metz (había sido enviado por Carlos V a Lorena, como médico y embajador), siendo contratado como médico por su municipalidad, durante cinco años: de 24 de junio de 1540 hasta el mismo día de 1545; con un paréntesis de tres meses de permiso oficial en 1543 (con la promesa de regresar), para ir a Colonia (visitando antes Coblenza), invitado por el arzobispo de dicha ciudad, para pronunciar en su Universidad un discurso, luego famoso sobre los males de Europa.
Laguna español se siente, lo señaló en varias ocasiones, así, camino de Colonia, quiso visitar a su amigo Bartolomé Lathomus, y al entrar en el castillo donde este tenía su residencia, un rudo portero le preguntó: ¿y quién eres tú? ¿Y qué es lo que pretendes? y Laguna le responde cortésmente (nos dice él mismo): «Soy español y buen amigo de tu dueño», antes que el nombre, la condición de español. Laguna no se sentía extranjero a orillas del Rin, el español que en las del Eresma vivió su infancia.
Laguna vivió en una Europa desgarrada por la guerra y sus secuelas de hambre, peste y muerte.

Con unos enemigos exteriores, que desgarraron la Europa del siglo XVI, los turcos, que al conquistar Constantinopla en 1453 habían terminado con el milenario Imperio Bizantino, prosiguieron su avance, expulsando a los Caballeros de San Juan de la isla de Rodas en 1523. Solimán el Magnífico, el que acometería su gran ofensiva, Danubio arriba, para conquistar Belgrado (1521), luego derrotando a los húngaros en Mohac en 1526, y llegando a poner sitio a Viena, la capital de los dominios de los Hasburgo en 1529. Es decir, conquistas de los turcos en el Danubio y Mediterráneo.
Hubo conflictos internos, España (1521) se hallaba envuelta y revuelta con los alzamientos de los comuneros, en Castilla: Guerra de las Comunidades (cuyo último resultado sería precisamente la creciente españolización del Emperador), en la que tan activo papel jugó Segovia y la Guerra de las Germanías, la de los agermanados de Valencia y Mallorca.
En Europa los conflictos surgidos de la Reforma Protestante (guerras religiosas en Alemania y Suiza), iniciados tras la predicación de Lutero contra las indulgencias. Este fue citado en la ciudad alemana de Worms, donde acudió el emperador y había convocado la Dieta imperial. El monje agustino no quiso avenencias con la antigua Iglesia romana, pues sería estar contra su conciencia. En este año 1521, la postura de Lutero provocó el enfrentamiento de los príncipes alemanes entre sí y contra el emperador, y ni la Paz de Nuremberg (1532), ni la Paz de Ausburgo (1547), pudieron darles fin.
La rivalidad por el ducado de Borgoña entre Carlos V y los reyes de Francia, Francisco I y Enrique II, fue causa de cinco guerras (1521-1526; 1527-1529; 1536-1538; 1542-1544 y 1552-1556), que pueden resumirse en una, puesto que las precarias paces que se acordaban apenas eran otra cosa que un descanso que los combatientes se tomaban para recuperar fuerzas y llenar sus arcas exhaustas. Este largo conflicto armado, que dada la extensión de los territorios de ambos combatientes y los países que en él se vieron involucrados por las alianzas concertadas —Imperio turco, Inglaterra, Dinamarca, Suecia, Estados Pontificios— llevó la guerra a casi toda Europa.
En esta situación de violencia y destrucción, durante la cuarta guerra con Francisco I (1542-1544), fue invitado Andrés Laguna para intervenir en la Universidad de Colonia.

Él, Andrés Laguna, que compuso y pronunció el Discurso de Europa (1543), en el que además de reflejar una situación personal e ideológica muy concreta, echa mano de la tradición clásica y bíblica con el fin de mostrar y recalcar los vínculos comunes, ancestrales y casi legendarios, que unen a todos los pueblos de Europa. Con tal empeño, Laguna recoge pasajes clásicos y textos de la Biblia, que en gran parte proceden de una enciclopedia renacentista muy difundida, la Officina de Textor, y de los famosos Adagia de Erasmo, y los distribuye por su discurso en una construcción retórica de calidad mediocre que utiliza la amplificatio enseñada por Erasmo y Vives, como medio casi exclusivo de formación de periodos. El arzobispo de Colonia invitó a Laguna con la idea, que este en su discurso hiciera una llamada a la concordia y la paz, lo que el médico segoviano y viajero, llevó a cabo, con su famoso discurso, con una puesta en escena teatral y efectivista.
Su mencionado biógrafo Diego de Colmenares narró así aquel suceso: «Llegó a tanto la celebridad de sus estudios y elocuencia que la Universidad de Colonia le pidió orase en público, en consuelo de las muchas calamidades que aquella República, y todas las de Europa, padecían con las guerras entre Carlos V y Francisco Rey de Francia, y a devoción de ambos, todos los príncipes de Europa… Publicose el acto para el veintidós de enero que al general, o aula mayor de aquellas Escuelas concurrieran los mayores Príncipes eclesiásticos y seglares de aquellos Estados, con lo más granado de aquella República y Universidad. Y a las siete de la noche, a la luz de muchas hachas negras, se presentó en la Cátedra nuestro Doctor, con capuz y capirote de bayeta negra y aró, aquella célebre oración mixta, que a imitación de Terencio, aunque con más propiedad, intituló Europa que a sí misma se atormenta».
El impacto que causó entre los oyentes fue grande y el discurso que se imprimió inmediatamente, circuló por toda Europa. Lleva el discurso un prefacio de Eberth B. C. y otro de Andrés Laguna, con dedicatorias al prepósito (Jorge de Witgenstein), y al arzobispo de la diócesis de Colonia (Hermann de Weeda). En el argumento el autor pone especial énfasis en señalar lo terrible de un momento en el que nadie puede expresarse con alegría.
Cuenta Laguna, cómo se le presentó una mujer llorosa, triste, pálida, trunca y mutilada en sus miembros, hundidos los ojos y como escondidos en una caverna, extremadamente macilenta y escuálida, que se identifica con Europa, a lo que Laguna dolido por aquella visión, se dirige así a sus oyentes: «¿No veas que ensangrentada, que vil, que sórdida, que andrajosa y, finalmente, que miserable está la que en otro vencía al mismo sol con sus resplandores?».

A lo largo del discurso, Laguna va poniendo palabras en la boca de Europa, que aunque se duele del espectáculo que ofrecen sus tierras: «¿Puede, acaso resultarme agradable la vida, mientras contemplo las ruinas de mis ciudades, la desolación de mis campos, los templos incendiados, destrozados los altares, prostituidas las matronas, violadas las doncellas, raptados los adolescentes, derramada la sangre, los estupros, las rapiñas, las muertes…?»; y se lamenta de la pérdida de sus ciudades, preguntándose: «¿Dónde está ahora mi Adrinópolis?… ¿Dónde la hermana mayor, jamás suficientemente llorada, mi dulce Constantinopla?… ¿Dónde Belgrado?… ¿Dónde la floreciente Rodas?…»; siente que llega al máximo en su dolor, cuando ve que son sus propios hijos quienes la laceran: «Si únicamente recibiera de los enemigos de los cristianos las heridas que día a día me destrozan… Más cuando se trata de aquellos que yo misma engendre…».
Es dramático el final del discurso, es una llamada a que concluya una guerra en la que los soldados solo se distinguen por el color, rojo o blanco, de su cruz, con una estremecedora enumeración de las calamidades que afectan a sus hijos de toda edad y condición: Dice:
«Tened compasión de esta Europa que se derrumba… Si no os conmueve mi luto, si no os dulcifica mi llanto, si no os suaviza mi lastimosa ruina, muévanos el gemido de vuestro misérrimo pueblo, de cuya sangre están rebosantes mis senos. Conmuevan vuestras entrañas los prolongados suspiros de las viudas que doquieran andan llorando por sus maridos. Conmuévanlas los niños errantes de un lado para otro, cuyos dulces padres decoró una amarga espada. Conmuévanlas muchos padres piadosos que gimen privados de sus hijos…».
Al concluir el año 1545, pasó a Italia, donde fue investido doctor por la Universidad de Bolonia, momento a partir del cual dejó de intitularse Phibiatro -Amante de la Medicina- como hasta entonces había hecho. El papa Paulo III le nombró Soldado de San Pedro, Conde Palatino y Caballero de la Espuela Dorada. Fue médico personal del papa Julio III, y a su muerte, marchó Laguna a Venecia, y desde esta ciudad quiso marchar a Constantinopla, y desistiendo de este viaje, optó por atravesar los Alpes, dirigiéndose a Brabante, donde colaboró en la lucha y eliminación de una epidemia, que preocupaba a aquella región. Nuestro segoviano en 1548 preparó un destacado resumen de la obra de Galeno, explicando los errores diagnósticos de la misma. Dio a conocer los errores diagnósticos de varios síndromes urológicos en los «Methodus cognoscendi extirpandique excrescentes in vesicae collo carunculos», Roma (1551), y algunas técnicas para su extirpación, que fueron ampliadas por otros autores.
Encontrándose Laguna en Amberes en 1555, publicó la edición del Dioscórides que había preparado durante su estancia en Italia. Fue la primera edición del Pedacio Dioscórides Anazarbeo acerca de la materia medicinal y de los venenos mortíferos que tradujo y anotó. La traducción del Dioscórides realizada como la de Pier Andrea Mattioli (1501-1577), a partir de Jean Ruelle (1474-1537), aunque cotejando códices griegos, le dio merecida fama y tuvo especial difusión por los países de dominio español. En 1566, se publicó el Dioscórides, de A. Laguna, en Salamanca. Fue Laguna traductor y comentarista de esta conocida obra.
Juste Blanco, en 1935 se ocupó de Andrés Laguna y el Dioscórides.
D. Teófilo Hernando (1881-1976), también segoviano de Torreadrada, estudió la vida de Laguna, ocupándose del Dioscórides que inició con sus pequeñas «Annotationes in Dioscoridem», Lyon (1554), donde aparecen cerca de 700 discrepancias con Jean Ruelle. Sobre el Dioscórides, el Profesor don Rafael Alvarado Ballester, escribió: «La obra del griego Dioscórides gozó de prestigio sin límites. Y aunque ese reputado libro haya perdido, con la llegada de la medicina científica, su valor práctico, mantiene su valor histórico, al que no se le ha sacado aun todo el jugo en los aspectos botánicos y zoológicos» (1991).
Andrés Laguna, al igual que otros, publicó en 1556, un Discurso sobre la cura y prevención de la pestilencia (Amberes, 1556, folios 10), cuando era médico de Julio III.
Regresó en 1557, donde adornó la tumba de su padre, en la iglesia de San Miguel, en la que colocó dos laudes de bronce. Una contiene el epitafio conmemorativo y otra, traída probablemente de Flandes, su escudo y su lema, con una imagen de Santiago peregrino, que señala hacia una inscripción en griego que dice: «Tu espíritu me encaminará», y un barco, con el que ha de relacionarse la melancólica despedida escrita en latín, con el texto:
«Encontré el puerto. Adiós a la esperanza y a la fortuna. He acabado con vosotros: engañad ahora a otros (Inverni Partuni: Spes et Fortuna Valete Nil Michi Vobiscum: Ludite Nunc Alios)».
En 1559, Laguna es llamado por el duque del Infantado para que formara parte del séquito que iría a recibir a la futura reina Isabel de Valois, esposa de Felipe II. Viaja hasta Guadalajara, donde fallece en diciembre de este mismo año.
Investigaciones verificadas por Juan Vera en el Archivo de Protocolos de Segovia, le permitieron hallar una carta, fechada en dicha ciudad, el 12 de mayo de 1564, por la que la madre de A. Laguna concedió la libertad a un esclavo negro, que heredó de su hijo, y en esta carta, también consta que: «El doctor Andrés Laguna, mi hijo médico difunto que Dios haya… me instituyó por su universal heredera por el testamento que hizo en la ciudad de Guadalajara, donde murió en veintiocho de diciembre del año pasado de 1559, ante Juan de Molina escribano de número…».
Le sorprendió la muerte en Guadalajara el 28 de diciembre de 1559. Así concluyó el ciclo vital el segoviano, español, europeo y médico en la primera mitad del siglo XVI. Está enterrado en la Iglesia de San Miguel, de su ciudad de nacimiento. Su ciudad le erigió una estatua, en un bello jardín, cuya plaza lleva también su nombre.
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(*) *Académico de la Real Academia de Doctores de España.
