Quejas

El fútbol de élite está cada vez más alejado de la realidad. Los que forman parte de esa burbuja hacen pereza para asomarse al balcón y mostrarse a los que no están, ni estarán nunca en ella. Jugar un bolo en verano en un campo pequeño no es abrirse al fútbol modesto y los hay que llevan años sin pisar provincias.
Solo hay una competición que obliga a los equipos de Primera a lanzarse al barro: La Copa del Rey. Y con matices, que el Real Madrid y Barça se suelen asomar cuando se ha cribado de pequeños el cuadro. Más allá de los resultados y sorpresas propias de una competición apasionante de por sí como es la Copa, la noticia de los últimos días ha sido que el Real Madrid tuvo que hacer seis horas de autobús – tres de ida y tres de vuelta – para ir a Cáceres. Pobres. Y su entrenador, Carlo Ancelotti dijo que aquello no era fútbol, que el césped estaba fatal. Y eso que había ganado.
Lo curioso de este tipo de lamentos es que no los hacen los jugadores. Por Segovia han pasado recientemente el Elche, Girona, Mallorca y Alavés y no recuerdo que los futbolistas se quejaran de lo bien o mal que estaban las instalaciones o el césped, o el viaje que habían hecho. Vinieron, jugaron, ganaron con más o menos apuros y se marcharon. Y en algunos casos después de hacerse cien fotos. Es como si los jugadores fueran más conscientes de lo que la Copa representa que los que no sudan la camiseta.
La Copa mola para el pez chico, porque suele dejar a su paso un dinero que viene muy bien para tapar agujeros o construir a futuro. A los que toman decisiones en el pez grande ya no les gusta tanto. Allá ellos.