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Los Reyes

por Ángel Gracia Ruiz
6 de enero de 2023
en Tribuna
ANGEL GRACIA
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Sin pagar, ni pedir perdón

No ha pasado tanto tiempo desde aquella época en la que los reyes, los gobernantes, miraban al cielo, conocían el mapa de las estrellas, reconocían las señales cósmicas que anunciaban importantes acontecimientos, vivían en el tiempo cíclico del universo, tenían una cosmovisión mucho más amplia del devenir y eran los guardadores del orden eterno. Aquellos reyes se arrodillaban y postraban su cabeza ante los pies de los sabios conocedores de la Verdad. Los honraban y adoraban porque su advenimiento era el continente del contenido de la esencia de la divinidad.

Por aquellos días, la vida era mucho más sencilla, tranquila y apacible. La jornada transcurría regida por el reloj del sol y el clima de las estaciones. Las noches proporcionaban el soporte al sueño reparador. Todo acto era un rito. Las nubes predecían el tiempo del día siguiente. Los árboles cantaban himnos que invitaban al recogimiento al son del viento acariciando sus hojas ya fueran secas o frescas. Las piedras enseñaban ese conocimiento ancestral que habían atesorado con el paso del tiempo. Las montañas se erigían en el hogar de los dioses y concedían sus bendiciones a todo aquel que sabía pedir con respeto.

Por aquellos tiempos, no había un Dios separado que dictaba órdenes ni mandamientos, ni que castigara al fuego eterno a todo aquel que osaba a desobedecerlo. Todo era divino. Dios estaba en todas partes, tomando la forma de amaneceres y puestas de sol, de día y de noche, de luz y de oscuridad, de sonido y de silencio. ¡Era tan sencillo escucharle! Como no había ruido, siempre estaba hablando a través sigilo. Solo hacía falta parar un momento y sentir su voz en el corazón. No era necesario acudir al gimnasio para fortalecer el cuerpo. La vida se encargaba de ello. ¿Qué vivían algo menos? Es cierto pero, ¿para qué agonizar en vida con lo que ya ha vivido y que ya está muerto?

Por aquel entonces, cada inhalación era una bocanada de vida, cada exhalación un suspiro de fallecimiento. Y como todo era un ciclo, la muerte no suponía más que un acontecimiento natural del discurrir del tiempo. Por eso la vida era un celebrar permanente del seguir viviendo. Solsticios, equinoccios, lluvias, tormentas, eclipses, como regalos que eran del cielo, se alababan con regocijo en la tierra. Nacimientos, paso de niño a adulto, uniones y casamientos, muertes y entierros, venían acompañados de rituales de paso sacralizados ante la toda la comunidad. Los ancestros siempre estaban presentes, en la casa y en la mesa, en las oraciones y recuerdos, en las normas y divinidades propias de cada clan o familia.

En aquel momento, como todo se encontraba en sintonía con en orden, no era necesario ordenar nada. Y es que, mantener el orden eterno resulta tan sencillo que, salvo excepciones, todo se ordena por sí solo. Sin embargo, ordenar el orden propio del déspota, exige prohibir todo aquello que suponga el más mínimo ápice del libre ejercicio de la individualidad y para ello, resulta necesaria la promulgación de infinidad de normas estúpidas en esencia. Nos quieren hacer creer que todos somos iguales cuando, segundo a segundo podemos constatar con nuestra propia experiencia que cada cual es diferente al resto.

¿Evolución o involución? ¿Del mono o de las estrellas? En el camino de regreso a la casa del origen todo apunta a que la historia que nos han contado es la cuadratura del círculo que no se puede cuadrar.

Aquellos reyes de oriente lo dejaron todo para poder lograr todo. Ellos sabían que quien nada tiene solo puede ganar, que quien no está apegado a la materia vuela libre en el espacio compuesto por lo que realmente vale.

Aquellos reyes magos nos trajeron el regalo del conocimiento de la búsqueda y el encuentro, de la generosidad y el esfuerzo, del discernimiento de lo que realmente trasciende a la ignorancia.

Aquellos reyes sabios nos ofrecieron el oro de la abundancia, el incienso de la espiritualidad y la mirra de la sabiduría de lo Real. Quizá haya llegado el momento de pedirles este año algo importante, que no tenga que ver con cosas externas, sino con el cambio interior preciso para regresar a la felicidad de la que partimos, previa a cada respiración o nacimiento. Esa felicidad tan nuestra que dejamos que se pierda por el camino del discurrir por el exterior de nosotros mismos y hace que nos olvidemos de quien realmente somos.

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