De un tiempo a esta parte se ha tomado por costumbre firmar una especie de armisticio entre dos equipos – qué palabra esta en medio de una guerra como la de Ucrania – cuando quedan segundos para que acabe un partido, normalmente de baloncesto. Es una de esas absurdas tradiciones que nos llegan de Estados Unidos y en la que el último ataque no se juega, o directamente se deja correr el tiempo hasta que acaba el choque si el encuentro está resuelto. Incluso ha habido altercados cuando algún jugador ha querido culminar una acción mientras el otro equipo había decidido renunciar al ataque en la posesión anterior. Un absurdo todo.
Choca este supuesto ejercicio de respeto al contrario con el mal ejemplo que dan algunos deportistas durante los propios encuentros. Fingir lesiones o faltas, insultos a propios y extraños – porque lo que pasa en la cancha queda en la cancha – cuestionar la autoridad de los árbitros de manera ostensible para enervar al público… pero los diez últimos segundos no los disputamos, porque respetamos. Venga ya.
Ya lo he expresado en este foro alguna vez e insisto: el profesional del deporte se debe al espectador, que es el eje primordial sobre el que tiene que pivotar el espectáculo deportivo. Básicamente porque paga. Y, por desgracia, al espectador se le respeta poco desde la cancha y casi nada desde los despachos. Los profesionales del deporte, los que se visten de corto y los que deciden sin jugar, deberían preocuparse más de la imagen que proyectan cuando desempeñan su tarea en su totalidad, y no solo cuando todo el pescado está vendido. Menudo respeto.