“No hay en el mundo fiesta más universal y popular que la que tuvo su origen en el pesebre de Belén”, escribe Juan María Lumbreras en su libro “El país de Jesús”. Y mucho de esto se experimenta si has tenido ocasión, aunque no haya sido en los días navideños, de haber visitado aquella gruta santa a la que acuden cristianos de todo el mundo y durante todo el año.
Ciertamente, la Navidad tiene un significado profundo para los creyentes, aunque las imposiciones y nuevas costumbres, y no digamos la influencia de las ideologías, hayan ido desvirtuando poco a poco el auténtico sentido y espíritu navideños, religioso y familiar, que durante siglos se ha conservado en todo el mundo, y por fortuna sigue vigente en numerosos países, tanto de Centroeuropa como de América.
El recuerdo de nuestras primeras Navidades creo que está en la mente de cada uno de nosotros, cuando quizá instalábamos un modesto belén con figuras de papel que se sacaban de un “recortable”. Y cuando la Misa del Gallo en la Nochebuena era elemento esencial de la devoción del pueblo, que incluso acudía a ella con las panderetas y zambombas que se explayaban a la salida de la solemne ceremonia.
Sin recurrir a eso de que “los tiempos pasados fueron mejores”, lo cierto es que fueron distintos, y en las ciudades y pueblos, aunque nunca faltaran las rencillas, la amistad, el humanismo, estaban más presentes y eran más reales que en nuestros días, en los que las pasiones, las ambiciones, las ideologías, que a veces llevan a enfrentamientos incluso bélicos, han venido a trastornar la vida pacífica.
No obstante, la Historia de la Humanidad no puede borrarse por culpa de los ambiciosos de poder, y felizmente conservamos el recuerdo del Nacimiento del Niño en Belén a través de numerosas obras de arte. La pintura ha reflejado, desde los primeros siglos, el histórico nacimiento de Jesús interpretado por artistas como Fra Angélico, Van der Weyder, Boticelli, Da Vinci, Rembrant y un etcétera interminable, muestras artísticas de las que tenemos excelentes también en nuestro Museo del Prado.
En paralelo, la prosa y la poesía españolas conforman asimismo una enorme antología de firmas de todas las épocas: Gómez Manrique, Gil Vicente, Lucas Fernández, Santa Teresa, hasta “saltar” a los Lope de Vega, Quevedo, Valle-Inclán, Gerardo Diego, Pedro Antonio de Alarcón, Bécquer, “Clarín”, Pereda…
También los “genios” de la música escribieron enorme cantidad de partituras relacionadas con la Navidad.
Además, ahí tenemos la “creación” popular en la interpretación de los clásicos villancicos: “Los peces en el río”, “Catatumba”, “Dime Niño”, “Arre borriquito”, “Adeste fideles”, “Chiquirritín”…o el más actual, “El tamborilero”…
En tiempos pasados, en numerosos escaparates del comercio segoviano (digamos del auténtico, del de “anteayer”,) se colocaban figuras del Belén, incluso se convocaron algunos años concursos de escaparatismo sobre temas navideños. Y, aunque no se colocaban luces en lo alto de las calles, abajo se pisaba buena cantidad de nieve, que era cuando en Segovia “nevaba de verdad.”
En fin; los tiempos cambian, las ideas también, muchas costumbres se pierden, pero gracias a la gran labor de las asociaciones de Belenistas de la ciudad y bastantes pueblos segovianos se viene manteniendo la tradición que inspiró a San Francisco de Asís para confeccionar el primer Belén, en 1223, y que colocó en una cueva próxima a la ermita italiana de Greccio. Aquí, como muestras de gran valor artístico, tenemos los belenes instalados en el claustro del Seminario, en la Diputación Provincial y en el Torreón de Lozoya, más los que se han colocado también en algunas plazas y en el interior de varios templos, entre ellos el de San Andrés, recuperadas y restauradas sus originales y artesanas figuras.
