La última obra publicada de Ángela Vallvey, La velocidad del mundo (Colección Vandalia), recorre con sigilo el paisaje físico y sentimental de la Tierra. Sus poemas, acoplados al espíritu de la luz, de la lluvia, del viento y del amor, tratan de apresar el momento sencillo, fugaz y precioso del viaje de la vida. «No pretendo construir imágenes hermosas, sino formar parte de la espectacular belleza del planeta, de su alegría y de su oscuridad», afirma la autora.
Escritora y poeta. ¿En qué faceta se siente más cómoda?
Aunque me siento feliz en ambas, cerrar un poema es para mí como un regalo, una especie de lotería de la creación.
Como novelista, ¿evita caer en la prosa poética?
Qué duda cabe de que el hecho de tener la cabeza entrenada para la poesía me favorece a la hora de alumbrar la metáfora, pero tengo que prescindir de ella, porque la novela requiere de eficacia, y la lírica no suele funcionar como elemento narrativo.
¿Hasta qué punto ha iluminado la poesía su vida?
Acostumbro a presumir ante mi misma, nunca delante de los demás, porque sería una idiotez, de que la poesía es mi verdadero carné de identidad.
¿Qué ritmo hay que coger para escribir sobre la velocidad que alcanza el mundo?
Aunque los mejores viajes son los interiores, para destilar bien un desplazamiento geográfico que se ha hecho con el cuerpo, la velocidad tiene que ser pausada y contemplativa.
Si siguen pilotando el planeta los actuales mandatarios, ¿corremos peligro de estrellarnos?
Cuando esas grandes personalidades pregonan a los cuatro vientos que quieren cambiar el mundo, hay que echarse a temblar, porque tal vez lo que deberían hacer es dejarlo como está.
¿Cómo surgieron los versos de La velocidad del mundo?
Al calor del viaje, en distintos puntos del planeta que he visitado. Son poemas que respiran al ritmo de las cosas en el lugar donde fueron gestados.
¿Cuánto tienen de autobiográficos?
Tienen mucho de mi experiencia sentimental e intelectual, porque son parte de ese mundo que contemplo con éxtasis cuando soy consciente de lo maravilloso que es estar vivos.
¿Es el ejemplar que a usted le hubiera gustado encontrar en las librerías?
No es el libro que yo quisiera leer, sino el que he podido escribir. En realidad, nunca pretendí ser escritora, quise y quiero ser libro, y cada una de mis obras son parte de ese ejemplar que voy a hacer mientras viva.
¿Cómo le gustaría que interpretara el lector este poemario?
Mi deseo es que logre empatizar con alguna de sus imágenes, y que ese verso le sume a su vida y nunca le reste.
Para escribir un obra lírica, ¿es necesario investigar?
Hay que haber leído mucha poesía, y saber elaborar las vivencias y los sentimientos para traducirlos a palabras, con la limitación que tiene el lenguaje.
La Tierra, ¡tan ancha y tan hermosa!… ¿Hasta dónde se sacrificaría para conocerla mejor?
Lo daría todo, porque el hecho de pasar por la vida sin un conocimiento exhaustivo de la Tierra es un gran desperdicio.
Para ejercer el oficio de poeta, hay que pasar por alguna escuela o basta con tener una sensibilidad especial?
No hay que pasar por ninguna escuela, y no necesariamente hay que escribir poesía para ser poeta. Conozco a gente sencilla que da luz a las cosas cuando las mira. Algún día los científicos lo estudiarán y afirmarán: «El cerebro tiene una parte que se ilumina cuando un poeta contempla una puesta de sol», por ejemplo.
«Si no me sintiera poeta, moriría de vulgaridad», afirmaba usted hace tiempo. Es como si hablara de un amante que la visita de tarde en tarde…
De alguna manera es como si fuera mi amante, porque el encuentro con la poesía surge cuando ella quiere. La narrativa, sin embargo, necesita de constancia y de una enorme disciplina.
Pero los versos no suelen pagar las facturas de sus autores….
Evidentemente la poesía no tiene réditos. No creo que nadie se haya hecho rico escribiéndola y, sin embargo, continúa siendo la mejor imagen del humanismo.
¿Es de la autoras que escribe para gente ilustrada?
Escribo para personas con sentimientos, por eso me empeño en elegir palabras sencillas, que nada tiene que ver con la simplicidad.
¿El artificio es una trampa?
Sí, porque lo que esconde es el vacío, y yo prefiero la verdad.
¿Por qué hay tantas corrientes de podredumbre rondando los cimientos de la sociedad?
Porque detrás de la apariencia de progreso, tenemos el suelo de la casa invadido de corrupción, y es que la ambición del hombre no tiene límites.
¿La crisis obligará a España a volver a ser un territorio en blanco y negro?
No, porque el país está poblado, en su inmensa mayoría, de ciudadanos decentes.
¿El folio en blanco le ha producido angustia alguna vez?
El papel en blanco me produce cierto desasosiego en momentos puntuales. A veces, cuando me abruma la responsabilidad, me cuesta empezar una novela.
