“Los pueblos que ya no tiene solución, que viven ya a la desesperada, suelen tener estos epílogos letales: se rehabilita en todos sus derechos a los condenados, se libera a los presidiarios, se hace regresar a los exiliados, se invalidan las sentencias judiciales…. “ Hace dos mil años, Cicerón alertaba a sus contemporáneos; nuestra generación está sufriendo idéntica situación.
Todo el propósito paranoico que demuestra este gobierno, en el que todos y cada uno de sus miembros son corresponsables de la peligrosa deriva totalitaria a la que España está siendo arrastrada, nos está conduciendo a una situación cada vez más desesperante: violadores a la calle, rehabilitación penal y política de sediciosos condenados, menores abortando sin límite y consentimiento, transexualismo a gogó, reversión de la familia y una cada vez mayor desigualdad entre los españoles según el territorio donde residamos.
Lo que me llama poderosamente la atención es que toda esta involución social y política a la que nos está sometiendo esta nueva casta dirigente, de color claramente marxista, cuente con el silencio cómplice de la propia sociedad: ¿dónde están los estudiantes y profesores de las Universidades públicas y privadas opinando y manifestándose por la crítica situación de España para su futuro?; ¿dónde está el Consejo General de la Abogacía pronunciándose por el constante atropello al Estado de Derecho?; ¿dónde están las asociaciones de jueces, fiscales y letrados de la Administración de Justicia pronunciándose ante las amenazas del Gobierno?; ¿dónde están los intelectuales, escritores y periodistas no apesedebrados del poder? y ¿dónde están incluso los Obispos españoles denunciando públicamente la inmoralidad de muchas de las leyes injustas y contra natura, aprobadas por nuestro Parlamento?
No niego la responsabilidad que también le incumbe a los partidos de la oposición. A ellos les corresponde trabajar sin descanso, aprovechar todas las herramientas de las que disponen en el Parlamento y movilizar a sus cargos públicos y a la sociedad. No es la hora de devaneos y cálculos electorales. Es la hora de evitar el colapso del Estado y alimentar una esperanza de salvación, peligros de los que también advertía el propio Cicerón.
