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Cine de viajes: «Adonde vamos no necesitamos carreteras Marty…»

por Sergio Casado
11 de diciembre de 2022
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Estamos de nuevo en el cine. Viajamos. No sólo por las carreteras, sino por mar, por aire, en el espacio, en la imaginación. El diccionario de la Real Academia nos da la siguiente definición para el viaje: “Traslado que se hace de una parte a otra por aire, mar o tierra”.

Traslado. Es decir, movimiento. Precisamente es lo que vemos en la pantalla de cine, en la alfombra fantasía. Vemos movimiento, ya desde los hermanos Lumière y la entrada de aquel ferrocarril ante los asombrados espectadores. Una locomotora se acercaba a la cámara. El cine estaba naciendo.

Movimiento. Movimiento. En los viajes no sabemos cuándo nos va a salir bien el plan de viaje, el itinerario, no sabemos cuándo nos va a salir mal. La confianza a veces se rompe en el viaje de la realidad. En ocasiones hay parones que parecen eternos (a veces lo son). Quizá el mejor coche de todos es el de la fantasía, tal y como le dice el genial Doc al simpático Marty en “Regreso al futuro”: “Donde vamos no necesitamos carreteras”. El DeLorean nos llevará al futuro o nos llevará al pasado, al Lejano Oeste.

Cuanto más viajo al cine de antaño, al del blanco y negro o al mudo, menos películas conozco: tierras incógnitas.

¿Cómo empezar? ¿Cuál es el camino, cuál es nuestra carretera en este escrito? Seguiremos el consejo de Doc. Donde vamos no necesitamos carreteras, así que podemos empezar por donde queramos: por la sugerencia de Orson Welles, que siempre se retrotrae a John Ford. Si no sabemos por dónde empezar, empezamos por John Ford. La película es “La diligencia”, el viaje voluntario y el viaje obligado a través de un peligroso territorio apache. Pero en John Ford, inesperadamente, muchas veces surge el buen humor ante las adversidades. También en la magnífica “The long voyage home”, aquí titulada “Hombres intrépidos”. Así son, intrépidos en el largo viaje a casa. De nuevo John Wayne y sus amigos marineros, atrapados en un barco, pero a la vez viajando en territorio hostil. El itinerario incluirá desgracias, muerte, desolación. Pero también el buen humor. Viajemos, si las circunstancias son duras para nosotros, en lo cotidiano, recordando el buen humor de los héroes de John Ford.
En la “Caravana de mujeres” de William Wellman, el viaje es en carromatos, con esas mujeres que buscan la esperanza de una vida mejor, una vida en familia. ¡Ánimo, viajeras! Robert Taylor quiere llevaros a destino. No es un viaje de placer, no es una excursión.
Y es que muchas veces es imposible regresar al origen. Ni nos interesa. Viajamos en la alfombra fantasía, en la imaginación. Repitámoslo, como con nuestras chicas, “Thelma y Louise”. Harvey Keitel os persigue, pero vosotras os dirigís al infinito.

Y esos presos de “The way back” (“Camino a la libertad”) escapan del gulag, mal punto de partida para iniciar la caminata, el viaje por la Unión Soviética. El primer objetivo, llegar a Mongolia a pie, con escasos víveres, mal pertrechados.

Pero nos estamos desviando en nuestro camino. “Dos caminos se dividieron en el bosque y yo tomé el menos transitado”, dijo Robert Frost.

Aquí el cine es el túnel del tiempo. Nosotros los cinéfilos estamos en un viaje dentro del viaje. A veces, en mi caso, los que desaniman me dejan exhausto. Pero me levanto y sigo. Sigo un poco más. Un poco más. Lo que busco es lo que escribo. El viaje es encontrarme con mis lectores, como en las reuniones cinéfilas en “El túnel”, el maravilloso café segoviano. Allí me reúno con mis amigos, les hago llegar lo que escribo. Nos reímos, celebramos juntos, andamos juntos y recordamos al amigo desaparecido, que está con nosotros permanentemente. Tenemos nuestro viaje particular, nuestra caminata cinéfila.

Y aquí, allí, en el túnel, les cuento mi primer viaje cinéfilo, mi primer viaje a la imaginación, a través del capitán Nemo. ¿Quién es Nemo? ¿Quién es Nemo para cada uno de nosotros? La película se llama “Veinte mil leguas de viaje submarino”. La veo siendo un niño, me pregunto quiénes son esos personajes, Aronnax (Paul Lukas), Conseil (Peter Lorre), Ned Land (Kirk Douglas) o Nemo (James Mason). Mis ojos están bien abiertos ante esa creación, el Nautilus. ¿Puede el hombre construir algo así?

El viaje a lo remoto con el Nautilus. ¿Qué me interesa del cine de viajes, de carreteras, del viaje submarino? Es el viaje como aventura. Conocer a otros viajeros. Quisiera escribir sobre todos los viajes, sobre todas las películas, porque con el cine todo viaje es posible: a pie, con un carro de la compra, como en “The road”, (“La carretera”, John Hillcoat, 2009), el viaje de un padre con su hijo a través de un mundo desolado y destruido, lleno de bandidos, de caníbales. La misión es buscar la dignidad, la humanidad. Y el padre aprende del hijo y el hijo aprende del padre.

Es el viaje con el carro de la compra. Y especialmente memorable el viaje por carretera de Richard Farnsworth en “Una historia verdadera” (“The straight story”, David Lynch). Nacido en 1920, Farnsworth fue en su juventud un mozo de de establo, que entró a trabajar en el negocio del cine como jinete, como especialista. Trabajó muchos años en el cine pero su gran papel le llegó con casi ochenta años, en la historia de un hombre que va a ver a su hermano a través de cientos de kilómetros, en una cortadora de césped. Como escribió Robert Louis Stevenson en “El vagabundo”: “Todo lo que busco, el cielo en lo alto y a mis pies el camino”.

En el viaje, un mapa. Aquí las películas aparecen en los cuatro puntos cardinales. Olvidada, nos pide nuestra atención “La mirada de Ulises”, la historia de un cineasta griego, Harvey Keitel, afincado en América, que viaja a Grecia obsesionado por encontrar tres bobinas de los hermanos Manaki, pioneros del cine griego, películas perdidas. Es un largo y tortuoso viaje por los Balcanes, un viaje que le llevará a la niebla de Sarajevo, en un país destruido por la guerra: “Cuando regrese, lo haré con las ropas de otro, con el nombre de otro. Nadie me esperará. Si me dijeras que no soy yo, te daría pruebas y me creerías. Te hablaría del limonero de tu jardín, de la ventana por donde entra la luz de la luna, y de las señales del cuerpo. Señales de amor. Y cuando subamos temblorosos a la habitación, entre abrazos, entre susurros de amor, te contaré mi viaje, toda la noche y las noches venideras. Entre abrazos; entre susurros de amor. Toda la aventura humana. La historia sin fin”.

En la melancolía, “Te querré siempre” (“Viaggio in Italia”), de Roberto Rossellini. Nos movemos en el túnel del tiempo a 1954, acompañando a Ingrid Bergman y George Sanders, matrimonio británico en viaje por Italia. Llegando a Nápoles, la crisis. En Pompeya, mayor crisis todavía. ¿Qué carretera para seguir? ¿Dónde está la solución a sus problemas? Las parejas buscan algo, buscan una respuesta en los viajes. Como “Dos en la carretera”, Audrey Hepburn y Albert Finney, que no se detienen. Desde el inicio de su amor, de su vida en pareja, viajan y viajan y viajan. Pero veremos que son un matrimonio en tensión. Como Bergman y Sanders, no sabemos si Hepburn y Albert Finney seguirán juntos o se separarán. No sé si está entre las mejores películas de carretera, pero sí sé que ha de estar entre las mejores sobre el mundo de la pareja. Viaje de carretera y el tiempo gracias al fantástico guión de Frederic Raphael y la sencillez de Stanley Donen.

¡Maldito desánimo! Esa melancolía y desánimo me invaden a menudo y lo deshago en parte, sólo en parte, escribiendo. Sí, un paseíto de dos veteranos que se resisten a vegetar: “Llegas a un punto en que todo son medicamentos, enfermedades, a quién le han diagnosticado”. Bryson (Robert Redford), desanimado por una muerte, reflexiona. Pasea tras el funeral y se encuentra con un panel que informa del recorrido por el Sendero de los Apalaches. Viajará a pie con su viejo amigo Katz (Nick Nolte) con una máxima senderista: “Llévate sólo recuerdos, deja sólo huellas”.

Recuerdo la película “Un paseo por el bosque” y me viene la sonrisa. Espanto el desánimo, como nuestros dos protagonistas. Recuerdo su final, el final de su viaje, que no revelaremos, y me entran ganas de volver a verla. Como con “Entre copas”, turismo gastronómico, o más bien viaje del vino antes de una nueva época en la vida.

Tengo aquí cerca una lista de películas. No puedo decir que unas sean mejores que otras. En cada viaje se aprende algo de nuevo. Se aprende del equipo que usar en una caminata en solitario (“Wild”), del encuentro con la más profunda soledad (“Hacia rutas salvajes”), se aprende de Bruno, reparando proyectores cinematográficos (“En el curso del tiempo”) o del peligro de un mal compañero de viaje, como le sucede a Steve Martin en “Mejor solo que mal acompañado”. Y peor aún, el malo, malo: “El diablo sobre ruedas”.

Estoy abrumado por este viaje, por estas líneas. La películas me invaden. Me piden: “Viaja. Viaja. Viaja”. Y me detengo con Gael García Bernal y Rodrigo de la Serna, Ernesto y Alberto, en su viaje por Sudamérica, en su viaje en “La Poderosa”. Advierten al espectador que no vegete en el bar, dejando pasar los años, dejando pasar la juventud. Están dispuestos a todo.

Es apasionante el cambio del rumbo establecido en “Antes del amanecer”. No hay brújula que valga. Se trata de una decisión que puede resultar banal o puede resultar trascendente: Ethan Hawke (Jesse) viaja con un carnet interrail por Europa, en solitario. Va leyendo, sin mucha atención. De repente, una joven Julie Delpy (Celine) está molesta con los viajeros cercanos y decide moverse de sitio, unos asientos más allá. Lo hace cerca de Hawke. ¿A propósito y por azar?

Hawke no lo sabrá, pero se decide a abordarla, a charlar con ella en su viaje en tren. Llevan destinos distintos, pero Hawke decide tomar el timón, decide proponerle bajar juntos en Viena y pasar allí el día antes de seguir sus respectivos rumbos. Ellos cambian el viaje… ¿o el viaje les cambia a ellos? Podemos dejarles en Viena permanentemente, esa es la magia del viaje cinematográfico. Ya siempre podremos reunirnos con ellos en la capital austríaca. Cuando veo la película tengo una edad similar a ellos. Ahora, más de veinticinco años después, siguen igual de jóvenes. En la realidad, yo he envejecido, pero si me reúno con ellos soy tan joven por un rato, en la duración de la película.

“El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho”, nos dice Don Quijote. En el cine el viaje es infinito, es un viaje al cine conocido, que a veces queremos repetir muchas veces, y al cine desconocido, que nos toma por sorpresa, nos zarandea. Viajemos a “Un mundo perfecto”, viajemos a “Viaje a Darjeeling”, a “Nebraska”, a las “Fresas salvajes de Bergman o a “La strada” de Fellini, a “Pequeña Miss Sunshine”, a “Y tu mamá también”, a “Green book”, a “Rain man”, a “Nomadland”.

Viajemos con Martin Sheen, en “The way”, la historia de un oftalmólogo pillado por terrible accidente, la pérdida de un hijo, interpretado por Emilio Estévez, que también dirige la película. Sheen recibe la noticia de la muerte de su hijo en los Pirineos, donde Estévez estaba realizando el Camino de Santiago. Sheen decide ocupar su lugar, realizando el viaje que iba a hacer su hijo. El viaje visto por Estévez: “Rodando “The way” conocí a peregrinos de todo el mundo, católicos y no creyentes de Corea del Sur, Japón, Francia, Alemania, Sudamérica y África, todos con un solo cometido en su mente: llegar sanos y salvos a Santiago y al hacerlo, llegar a algún tipo de paz interior personal. Y yo creo que eso es lo que estamos todos intentando obtener. Estando de peregrinaje o no”.

Algún tipo de paz interior personal.

¡Ánimo, viajeros! ¡Viajad, viajad! ¡Viajad a los confines! De nuevo, Robert Louis Stevenson: “Los que viajan a los confines ya nunca vuelven”.

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