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El poder de la palabra

por El Adelantado de Segovia y Ángel Gracia Ruiz
14 de noviembre de 2022
en Tribuna
ANGEL GRACIA
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Cuando un conjunto de letras combinadas de una forma concreta, con significado propio, crean una unidad lingüística cerrada y diferenciada en el discurrir verbal o escrito, ¡atención!, nos encontramos ante una palabra. En su proceso externo, discursivo, expansivo, manifestándose través de la oración, las palabras son capaces de construir alocuciones, expresar ideas, transmitir y explicar conceptos tan abstractos y sutiles como pensamientos, sentimientos o emociones.

Científicos y lingüistas habían dedicado sus impagables esfuerzos a explicar la palabra desde su manifestación externa, olvidándose, en la mayoría de los casos, de su esencia interior. Y, se puede afirmar categóricamente, que no llegaron a ninguna conclusión incontrovertible cuando ahondaban en cuestiones tales como el origen del lenguaje o su supuesta relación con la evolución humana.
Quien quizá sea uno de los intelectuales de mayor renombre en la actualidad, Noam Chomsky, es el responsable de la llamada “revolución cognitiva” de los años cincuenta del pasado siglo. Elevó el lenguaje, entendido como innata capacidad humana, a la categoría de ciencia cognitiva susceptible de estudiarse utilizando el método científico. Por primera vez en la ciencia moderna (no así en la antiquísima tradición Hindú expresada de manera especial a través del Samkhya, el Vedanta o el Shivaismo) Chomsky no concibe el lenguaje primariamente como un instrumento diseñado para la comunicación, a modo de ventaja evolutiva de la especie, sino como manifestación de un impulso creador innato. La existencia de la naturaleza humana es para Chomsky un punto de partida sobre el que no cabe discusión.

De este modo, en el ejercicio, por ejemplo, de la profesión de abogado, se utiliza la palabra para exponer los argumentos adecuados, clara y ordenadamente, ante quien enjuicia, en aras a llevarle al convencimiento de la perfecta afinidad de la acción del cliente con la ley. Pero desde una connotación más profunda, como diría Chomsky, todos los seres humanos de cualquier confín del planeta (cada uno en su lengua materna) son conscientes del significado de expresiones como “dar la palabra” o “tener palabra”. Cuando, el abogado, tras batirse a través de la palabra con el defensor contrario, llega con éste a un acuerdo determinado, esa palabra se convierte en irrevocable, incambiable, eterna; esto es, adquiere la cualidad de sagrada.

Cuando alguien “tiene palabra” está testimoniando su propia veracidad, su compromiso, su autenticidad. Sin embargo, cuando falta a su palabra, pierde por completo su legitimidad, se convierte en un paria, en un payaso. Y es que la palabra confiere la impronta del poder, mientras que la infidelidad a la propia palabra desvanece por completo toda autoridad y gobierno, dando paso a la única posición posible: la imposición, por la fuerza, del mandato de su mentira. Cuando la palabra de un gobernante se convierte sistemáticamente en mentira, está alterando el orden, tanto a nivel externo (instigando a la revuelta) como interno (provocando en el gobernado un sentimiento de enfrentamiento, de ira y de zozobra). Y, en este caso, la palabra constituye la última posibilidad pacífica de autodefensa.

Pero todo lo anterior es como comparar a la palabra con una brizna de hierba en la inmensidad de un frondoso valle alfombrado de verde césped en primavera. Utilizando ahora el camino de regreso, la palabra nos lleva a los diferentes fonemas que la componen. Cada uno de ellos vibra y resuena en una frecuencia creadora de una determinada forma de manifestación. Entonces, surge la pregunta: ¿Y si el proceso evolutivo humano consistiera en la creación y adaptación de los sentidos a la capacidad de percibir las diferentes maneras de manifestarse la vibración? ¿No es el sonido previo a la materia? ¿No es el tacto, la forma, el sabor y el olor posterior a la primera manifestación sonora? ¿Y si todo fuera al revés de cómo nos lo han contado?

Siguiendo por el sendero de regreso hacia el big bang de aquella primera vibración, quizá uno pueda encontrarse, por el camino, consigo mismo. ¡Quién sabe!, puede que el viaje vaya aún más allá y finalice en el silencio anterior a la vibración, en el lugar y el momento previo al individuo, a la especie, al espacio y al tiempo, en el innombrable nombre de la palabra sin sonido.

El caso es que cuando se ahonda en las profundidades de lo interno, se produce la disolución de la diferencia con lo externo. Las fullerías, las mentiras, las manipulaciones, se revelan desprovistas del velo que las oculta. La Verdad no es lo que parece serlo y, entonces, surge un problema: Que se ven las cosas de otro modo; se percibe que detrás de cada sonido siempre permanece el silencio; se sabe que el ser es humano para darse cuenta de quién es; se reconoce que los buenos se van yendo y que no estamos aquí para perder más el tiempo. Y esto, en ocasiones, no resulta sencillo de poner en palabras. Ese es el peaje a pagar por quienes buscan la verdad.

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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