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Tres palabras

por Javier Gómez Darmendrail
6 de noviembre de 2022
en Tribuna
JAVIER GOMEN DARMENDRAIL
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La ministra de Desigualdad, feminista para unas cosas sí y para otras no, ha tardado mucho en enterarse de la muerte de Olivia, la pequeña segoviana presuntamente asesinada por su madre. También es cierto que sigue sin enterarse de que en Irán las mujeres son perseguidas, maltratadas, golpeadas y vejadas por manifestarse en protesta por la muerte de una joven cuyo gran pecado fue no colocarse el velo islámico “según las ordenanzas”. La señora Montero calla, el feminismo español calla, y el gobierno español calla. Pero no pasa nada.

Sin embargo tres palabras, Dios, patria y familia, pronunciadas por la ganadora de las elecciones italianas, han provocado urticaria en esta nueva izquierda caviar pseudoprogresista europea que se ha precipitado en decir que pone en riesgo los valores de la U.E. Desde luego, no sabía yo que creer en Dios, amar a la patria o defender la familia, pone en riesgo algún valor. ¿Esto es así porque lo han decidido decidido algunos que bajo un disfraz democrático esconden una estructura totalitaria y se creen no solo intelectualmente sino también moralmente superiores a los demás? ¿O es que pretenden convencernos del nuevo dislate de la secretaria de Estado de Igualdad según el cual “la familia natural ha sido superada”?

Me pregunto qué diría Alcide de Gasperi, uno de los padres fundadores de la U.E. sobre lo que está pasando ahora en Europa y particularmente en España. De Gasperi era un hombre querido y respetado por sus sólidos principios. Creía en la solidaridad humana, el espíritu cristiano, la fe en sus propios ideales, la tenacidad de pensamiento, la coherencia en el actuar, pero sobre todo en el sentido del deber y la honestidad. Estos eran sus principios que contrastan con algunos políticos actuales que afirman como Marx (Groucho, por supuesto), que “tengo unos principios pero si no les gustan tengo otros”. Postulado de muchos de nuestros representantes actuales muy alejado del comportamiento de los padres fundadores de la U.E. como Konrad Adenauer, Robert Schuman, el ya citado Alcide de Gasperi, Jean Monnet, Paul-Henri Spaak, e incluso Altiero Spinelli.

Konrad Adenauer, primer canciller de la Alemania Occidental (separada de la mal llamada Alemania “Democrática” por el vergonzoso muro de Berlín), con asombroso instinto político y partiendo de la ruina de la II Guerra Mundial, convirtió a su país en una nación próspera y respetada; Robert Schuman ministro francés de Asuntos Exteriores, conocido por la histórica declaración que lleva su nombre y que dio origen al Tratado de París de 1951, embrión de la futura U.E.; Alcide de Gasperi, primer ministro italiano que consolidó la democracia italiana después de la II Guerra Mundial; Jean Monnet firmemente convencido que la pacificación de Europa pasaba por la colaboración de los pueblos; Paul-Henri Spaak primer socialista en presidir un gobierno en Bélgica que propició alianzas militares que dieron lugar a la creación de la OTAN; o Altiero Spinelli, quien molesto y asqueado con el estalinismo, abandonó el partido comunista para pasarse a las filas del socialismo democrático. Todas estas personas hacen verosímiles las palabras de John Fletcher: la honradez es la verdadera política. Por otra parte, estos verdaderos estadistas pensaban en las siguientes generaciones mientras que la mayoría de los políticos actuales solo piensan en las próximas elecciones, lo que supone una diferencia abismal y con consecuencias nada positivas.

Y llegado aquí, posiblemente deba pedir disculpas porque me he ido a tiempos quizá un poco lejanos para la gente más joven. Pero para su satisfacción, hay que señalar con orgullo que en España también tenemos la suerte de tener buenos ejemplos de políticos con principios que sin duda todos recuerdan y de los que cada uno tendrá su propia opinión. Aunque también hay mucha gente menos conocida, pero posiblemente igual de valiosa, y que me gustaría personalizar en mi buen amigo Juan Carlos Guerra Zunzunégui que desgraciadamente ya no está con nosotros. Era un hombre bueno, afable, sencillo, cariñoso, capaz de entregarse a los demás sin pedir nada a cambio, y con una hoja de servicios impresionante. Fue siempre ejemplo de lealtad a España y soportó con gran caballerosidad y serenidad muchos de los dislates que se oían en el Congreso de los Diputados sobre la guerra civil, y aunque habían asesinado a su padre, nunca tuvo un mal gesto o una mala palabra para nadie. Tenía grabada a fuego aquella famosa frase de William Shakespeare: “las primeras palabras que la nodriza del hijo del rey debe enseñarle son: yo perdono”. Un gran ejemplo que contrasta con la vacuidad de algunos políticos actuales.

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