En el año 2009, tras un meticuloso estudio del viaje, compré un billete de avión, eché la mochila a la espalda y recorrí durante un tiempo el sur oeste de Etiopía. Allí, en el valle del bajo Omo, se concentra un territorio que, sin ser excesivamente extenso, acoge a la mayor diversidad étnico-lingüística del planeta. Grupos de tamaño reducido, inter relacionados en el tiempo, han experimentado una evolución propia marcada por una forma de vida totalmente diferente a la que conocemos. Fruto de aquel viaje surgió el trabajo expositivo “Etiopía signos de identidad” que ocupó el Museo Nacional de Antropología durante casi un año.
En términos muy generales, que no pueden ser objeto de análisis más conciso aquí, la forma de organización de estos pueblos parte del individuo, que pertenece a una familia, que se engloba, junto con otras familias, en un clan con los diferentes linajes familiares. Varios clanes forman los segmentos o subgrupos de una tribu y una o varias tribus conforman un grupo étnico-cultural. Se organizan a través de un doble sistema determinado por la edad y la generación, de tal modo que el individuo avanza en el grupo según va cumpliendo años (edad) y según va atravesando (o no) ciertos ritos iniciáticos “de paso” (generación). Así, quienes alcanzan la mayor edad y el mayor grado de avance generacional (sabiduría y méritos que marcan el paso de los diferentes rituales), conforman el Consejo de Ancianos que va a regir los designios del grupo (ritualismo, comunicación con los dioses, aplicación de la ley natural, resolución de conflictos, cuestiones económicas, decisiones generales que afectan a todos, etc.).
Salvando las distancias, en las sociedades modernas, existe un órgano importante, o consejo, (que no es de sabios aunque sí de ancianos) que se viene llamando Consejo General del Poder Judicial. Sus funciones principales vienen siendo: proponer el nombramiento del Presidente del Tribunal Supremo y del propio CGPJ, nombrar (bajo el refrendo del Ministro de Justicia) a los magistrados del Tribunal Supremo y presidentes de Tribunales y Salas, nombrar (también bajo refrendo) a los jueces, la labor sancionadora y formativa de la judicatura y nombrar a dos miembros del Tribunal Constitucional. Quizá su misión más importante sea velar por la independencia del poder judicial respecto del legislativo y el ejecutivo y su control mediante la aplicación de la ley.
La Sala Primera del Tribunal Supremo resuelve, en lo que aquí interesa, las causas civiles más importantes que pueden afectar a interpretación de las normas respecto a hipotecas, cláusulas suelo, decisiones que afectan a la economía extra particular.
La Segunda, entre otros cometidos, tiene la competencia de juzgar a los políticos, ya que ellos mismos se han erigido como casta diferenciada de la ciudadanía (aforamiento) y no pueden ser enjuiciados como cualquier hijo de vecino por un Juzgado de lo Penal o Audiencia Provincial. Van directos al Supremo con lo que, teniendo su control, se encuentra asegurada su impunidad.
La Tercera, tiene en la actualidad pendiente de resolución cerca de diez mil reclamaciones por responsabilidad patrimonial de la administración debida el cierre inconstitucional de las empresas durante la era covid.
La Cuarta, la unificación de doctrina en asuntos de gran relevancia nacional sobre la interpretación de contratos y leyes laborales.
Y el Tribunal Constitucional debe de resolver en breve diversos sobre recursos de inconstitucionalidad que afectan a leyes como el aborto, la educación, la ley trans, los indultos, etc.
El caso es que este circo que han montado tiene como único objetivo hacernos “tomar partido” por unos u otros, dividirnos, crisparnos, entretenernos en escribir y leer ríos de tinta para diluir la verdadera entidad de la cuestión.
Los políticos son un cáncer. Todo lo que tocan lo enferman. Su único fin es el poder. Para ello, pactan, se alían, intrigan a nuestras espaldas, se compran los unos a los otros con nuestro dinero, imponen sus ideologías a base de decretos. Dentro de su estrategia bélica se encuentra atacar y vencer a quienes les controla, buscar su impunidad penal para poder llevarse todo sin que pase nada. El caso es que estos títeres indeseables no son más que las marionetas que ofrecen el espectáculo creado por quienes mandan a la gente a matarse para hacerse con el dinero del mundo.
Cuando se apaga la tele, se desinstala tik tok, se vuelve a los clásicos, a estudiar las culturas que nos precedieron, se regresa a una economía más nuestra, más cercana, y se para a pensar un momento, resulta muy fácil darse cuenta que la culpa no es de uno ni de otro. El problema se esconde detrás de su circo. ¡Quién sabe!, quizá haya llegado el momento de auto inmunizarnos frente a ellos, de discernir todo engaño procedente de sus mentiras veladas y, sobre todo, de dejar de tirarnos piedras entre nosotros por “tomar partido” por uno o por otro. El fin último de todos ellos es el mismo y, evidentemente, nosotros no estamos entre sus planes.
