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Toño

por David San Juan
3 de noviembre de 2022
en Tribuna
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La iglesia de Montejo de la Vega de la Serrezuela es un edificio moderno. El viajero que llega hasta ella se topa con el típico templo de los años 80, sobrio y funcional, que contrasta con los más venerables e históricos de la mayoría de nuestros pueblos. Hace unos días, en su interior, tuvo lugar un sencillo acto que, asomándose de puntillas desde las páginas de la prensa, ha pasado desapercibido para muchos a pesar de la carga de significado que tiene. Y es que en Segovia tenemos demasiados actos y convocatorias como para estar pendientes de todos. Pero este es distinto. Veamos por qué.

En el modesto templo de Montejo, el pasado 30 de octubre, José Antonio García Baciero, “Toño”, recibió de manos del obispo de Segovia el VI Premio San Alfonso Rodríguez. A muchos ya les va sonando esto: es el galardón anual con que la diócesis reconoce la labor callada y eficaz de tantas personas desconocidas (pequeños santos de nuestro tiempo) en favor de la Iglesia y la sociedad. Y este año, de una manera especial, el premio se ha entregado en el mismo lugar donde Toño ejerce, día tras día, su trabajo de sacristán. De hombre servicial y disponible que procura y consigue que todo esté en orden para los que acuden hasta la parroquia erigida a orillas del río Riaza.

No es por casualidad. Es una forma de reconocer la realidad rural de nuestra diócesis, de una Iglesia que, a pesar de los embates seculares de los tiempos, se mantiene en las pequeñas comunidades dispersas por toda Segovia gracias al trabajo de personas como Toño que ponen lo mejor de sí mismas. No sé si se han dado cuenta cuando viajan por la provincia de que todas las iglesias, templos y ermitas que forman el fabuloso patrimonio religioso de Segovia —a mí me gusta verlo así— son como los nudos de una red de siglos, los nudos de una red, de un entramado cultural y espiritual que tiene un sentido completo, que explica mucho de lo que somos y que, también, constituye un elemento indiscutiblemente vertebrador del territorio. ¿Qué pueblo no se siente orgulloso de su iglesia, de sus ermitas? ¿No son éstas como puntos geodésicos del mapa íntimo de Segovia, como hitos que se alzan serenos, testigos del pasado y presente de nuestros pueblos?

Todo es necesario. Sobre todo lo más pequeño. En esas iglesias cada vez más vacías los domingos —el despoblamiento del medio rural y el desapego por lo religioso, sociológicamente impuesto, tienen la culpa—, hay gente como Toño y otros muchos apóstoles de lo discreto, gente sencilla, servicial y creyente, que dan sentido a la presencia de la Iglesia —es decir, de Cristo— en medio del mundo. Y que ejercen una labor social inestimable manteniendo el patrimonio, acogiendo al visitante, dando vida a los pueblos. Las iglesias, a pesar de su belleza, no dejan de ser un continente con mayor o menor mérito artístico y arquitectónico, y qué bien que disfrutemos de ello, pero no perdamos la perspectiva: lo verdaderamente importante son las personas que las habitan.

Hace muy poco que terminó octubre, el mes de los santos segovianos, el mes de san Frutos, Valentín, Engracia y de san Alfonso Rodríguez, el santo de lo cotidiano. Noviembre comienza con Todos los Santos, los discretos, los desconocidos. Y, sin solución de continuidad, como queriendo decir que de ellos se nutre, viene el día de la Iglesia Diocesana que celebramos este domingo 6 de noviembre. ¿Para qué un día de la Diócesis? ¿No será otra jornada más de esas que festejamos obligados con una campaña que se limita a unos carteles y unas cuñas en la radio? No, ni mucho menos. Es un día para hacer memoria agradecida de lo que somos, para ser conscientes de los esfuerzos de cada uno de esos hombres y mujeres maravillosos que mantienen nuestras comunidades en favor de todos. Sí, de todos. También de los más renuentes a las cosas de la Iglesia y que casi han dejado de entrar a los templos. Porque en éstos se sigue celebrando la fe y se sigue orando por todos. En nuestras parroquias se sigue bautizando, se sigue enseñando a vivir y a creer y se sigue despidiendo a nuestros muertos. En ellas, se acoge al caminante que viene de paso, se escucha al que vive con angustia, se comparte lo que se tiene, se celebran sacramentos y fiestas patronales y se procura hacer la vida más fácil a la gente. En esta sucesión de fiestas y duelos que es el devenir humano, no faltará muchas tardes una abuela que, sentada en el extremo de un banco, rece por sus nietos. Quizá esos que, alejados de la fe y de la Iglesia, propaguen una imagen de ésta que no tiene nada que ver con la realidad.

No importa. Estemos alegres y orgullosos de lo que somos como Iglesia segoviana y como sociedad. Estemos agradecidos y esforcémonos por hacer las cosas bien, con sencillez, poniendo corazón en todo lo que emprendamos. Y si en esa tarea pasamos desapercibidos como el bueno de san Alfonso Rodríguez, mejor. Que la jornada de la Iglesia Diocesana sirva para hacernos caer en la cuenta de que, en nuestro día a día, podemos ser como los Santos que festejamos el primero de noviembre, como todos esos que, salvo el nombre, han dejado tras de sí lo mejor de sí mismos. Como Toño. Como tantos.

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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