Leo mucho últimamente. No sabría decirles una cifra exacta de caracteres, capítulos o páginas. Mucho. No es una fase ni un momento convulso de mi vida en la que necesite evasión, y tampoco está asociado a una disfunción, creo, o a una necesidad imperiosa de asimilar conocimientos. Simplemente encuentro placer en todo el proceso asociado a la lectura: elegir el texto, disfrutarlo y el poso emocional que deja. Como cuando preparas los bártulos para salir a correr, montar en bici o la pachanga con los colegas. Después del esfuerzo regresas a casa con el recuerdo de las risas y las magulladuras propias del envite. Lo que no hace la lectura es adelgazar, vaya, pero no todo iba a ser perfecto.
Siempre consideré la lectura como un tipo de ejercicio. Agiliza la mente y eso, al fin y al cabo, no deja de ser un paso más en el objetivo primario de alcanzar el bienestar. Y si piensan que no estoy en mis cabales por comparar la lectura con el deporte, esperen a descubrir que para mí escribir diez o doce páginas es como correr cinco kilómetros a buen ritmo. Una paliza de la que estar orgulloso. Y eso que tampoco adelgaza.
Hacer deporte es sano en todas sus modalidades y en función de las capacidades de cada uno. Quizá leer o escribir no nos quite los michelines, pero a buen seguro nos aleja de uno de los grandes males de la sociedad en la que vivimos: la ignorancia, que es muy atrevida.
Y si lo que necesitan es una recomendación, acérquense a cualquiera de los libros de Elvira Sastre. Escritora tan valiente como brillante, segoviana y un poco de la Sego, que lo sé yo.
