Hay una realidad que cada vez se hace más palpable y es que somos seres ecodependientes e interdependientes. Eso quiere decir que cada vez estamos tomando más conciencia de que los miembros de la especie humana dependemos del universo, del mundo que nos cobija; y, también, que dependemos unas personas de otras, como miembros de una única familia humana. Somos parte del universo y somos miembros de una sola humanidad, que puebla el planeta Tierra, nuestra casa común.
Nuestro destino como seres humanos está ligado de manera irremediable a la madre Naturaleza, para bien y para mal, nuestro futuro depende de los otros seres humanos con los que caminamos en la historia. No somos seres poderosos, autosuficientes y absolutamente autónomos. Somos seres frágiles, vulnerables, dependientes de la Naturaleza y de las otras personas. No podríamos vivir ni sobrevivir sin ellas.
La exhortación Apostólica `Laudato Si´ del papa Francisco constata plenamente la interconexión de toda la realidad creada y destaca la necesidad de escuchar al mismo tiempo el clamor de los necesitados y el de la creación. De esta escucha atenta y constante puede surgir un cuidado eficaz de la tierra, nuestra casa común, y de los pobres. No puede ser real un sentimiento de íntima unión con los demás seres de la naturaleza si al mismo tiempo en el corazón no hay ternura, compasión y preocupación por los seres humanos. Paz, justicia y conservación de la creación son tres temas absolutamente ligados, que no podrán apartarse para ser tratados individualmente so pena de caer nuevamente en el reduccionismo.
Salvando las distancias y la coyuntura social y religiosa, ya lo intuyó de alguna manera en los finales del siglo VII y principios del VIII San Frutos, Patrono de Segovia, cuya fiesta estamos a punto de celebrar: “según una tradición, en un acto de libertad cristiana, rompió con la ciudad y buscó las soledades del Duratón, para seguir a Jesucristo y en Él encontrarse con Dios. En el silencio de aquellas soledades llegó a ver bañadas en la luz de la verdad de Dios todas las cosas: la naturaleza y los hombres. Llegó a querer a los hombres más allá de sus disfraces, en su desnudez humana y repartió con sus vecinos, pobres campesinos y pastores, lo que tenía, su sabiduría, el “buen ánimo” que recibía de Dios, y aun su escaso pan. Aquellas gentes de aquellos parajes pobres vieron en Frutos a un hombre del que se podían fiar, de corazón entero, no doble, recogido todo él en la verdad de Dios. Después de su muerte empezaron a venerarlo como santo, según se hacía entonces”. (A. Palenzuela).
Felizmente desde hace años se ha revalorizado la Fiesta de San Frutos con muchos actos festivos, folclóricos, religiosos, solidarios… Bien están y es de agradecer la ilusión y esfuerzo que tantas personas ponen en ello, pero deberíamos sentirle cercano, compañero de camino y recuperar lo que de verdad da sentido a su vida: “la compañía de San Frutos nos ayudará a los cristianos de Segovia y de Castilla a tratar de salvar lo esencial, que pueda, con su fuerza, configurar humana y cristianamente este mundo futuro. En este empeño nos estimulan su incondicionada búsqueda de Dios, y su cercanía y servicio de buen samaritano. Nos estimula también su modo de llevar a cabo todo esto, sencillo, pobre, sin artificios, desnudo, con la fuerza de la verdad. Nos es buena la compañía de San Frutos para que el hombre de nuestras tierras pueda creer en Dios, vivir esperanzado y habitar en ellas, humanamente y en paz con la naturaleza.” (Antonio Palenzuela)
Lo expresado por quien fuera durante 25 años obispo de Segovia, empalma con las tres grandes encíclicas (Evangelii Gaudium, 2013, Laudato Si`, 2015, y Fratelli Tutti, 2020) que están llenas de estas tres grandes intuiciones novedosas: 1. Caminamos formando parte de un universo en permanente transformación y como miembros de una sola humanidad. 2. La vulnerabilidad constitutiva del ser humano. 3. Los cuidados como el centro de la vida personal y comunitaria.
Lo dicho, San Frutos “el siervo bueno y fiel” de actualidad. Feliz día de su fiesta.
