Supe de Sergio Scariolo en el año 96, en un Estudiantes – Team Systems de Bolonia en el viejo Palacio de los Deportes de la calle Goya. Scariolo dirigía al equipo italiano, y a Fermín y a mí nos pareció un tipo muy elegante; una especie de Pat Riley a lo europeo, teniendo en cuenta que los italianos tienen mucha más clase que los estadounidenses.
Dudé por primera vez de Scariolo cuando fichó a Gnad y Larsen para el Real Madrid. Ni Jose Arízaga, ni yo, lo entendimos. Después prescindió de ellos (nos dio la razón sin saberlo) y más tarde ganó la Liga en el Palau.
Dudé por última vez de él -y juro que no lo volveré a hacer- con la convocatoria de Lorenzo Brown para el Eurobasket de este año. Ya que no tienes grandes anotadores, ¿por qué no buscas un anotador compulsivo?, pensé. De lo que no dudé -y, por tanto, no me incorporé a ese debate de oportunismo e ignorancia- era de que había que buscar algo por ahí fuera, como Francia tratará de incorporar a Joel Embiid, o del mismo modo que nunca se pudo convocar a Ibaka (no confundir con Ikea) y Mirotic a la vez, dos jugadores formados y educados en nuestro país.
Scariolo ganó con un equipo lleno de estrellas en el que surge el conflicto de si Llull se juega el último tiro, o que si la abuela -o Navarro- fuma; ganó con un equipo en el que mezcla estrellas con actores secundarios (el Mundial de 2019) y ahora gana el Eurobasket con un equipo plagado de jugadores de clase media, sin contar en ningún pronóstico.
Un ejemplo de adaptación con distintos recursos a diferentes entornos para obtener el mejor resultado posible. Admirable.
