Abel Hernández (Sarnago, Soria, 1937) se resiste a valorar su nuevo trabajo (“no quiero juzgarme”) y también a establecer comparaciones entre “Historias de la Alcarama” y “El caballo de cartón”, pero es inevitable. “Creo fundamentalmente que este segundo libro es un trabajo más estructurado, más redondeado, con más vida propia; sobre todo, tiene un hilo conductor, un diario que escribí durante dos meses, en mi infancia e incluso una trama, un tanto misteriosa, de la que el otro carecía”, reflexiona, en una entrevista concedida a EL ADELANTADO.
Además, reconoce que en esta segunda novela hay un esfuerzo formal mucho mayor, “con mucho trabajo sobre el lenguaje; es un libro muy elaborado, en el que en algunos momentos escribo en función de conseguir recuperar el lenguaje de esa época, que yo creo que es un poco el alma del libro. Y luego tiene un ritmo, un suspense… Este libro sabía desde el principio cómo iba a acabar, y el otro no, fue saliendo como fue saliendo”.
Otro aspecto en el que se observa que Hernández ha crecido como escritor es la preocupación creciente por los personajes. Apenas dibujados en “Historias de la Alcarama”, en este nuevo libro su madre, los tíos Co y Sotero o los chicos del pueblo se convierten en personajes con mucha más carne, bien definidos. Y junto a las personas, los otros personajes, los otros protagonistas, los animales.
“En el libro hay un interés intencionado por describir a los animales, sobre todo los que eran más cercanos a nosotros, con los que convivíamos, como los caballos, los perros o los gatos, aunque también, de manera más tangencial, otros como los pájaros”, explica Abel Hernández, para añadir que aún le emociona “el recuerdo de ver parir a las ovejas; es algo que ha cambiado totalmente en el medio rural, hoy en día ya no se ven animales por la calle”.
En ese contexto, el tercer lado del triángulo de los personajes lo constituyen los muertos. Los animales, los vivos y los muertos. Y con los muertos, quizá también los que desaparecieron de su tierra para marchar a la ciudad en pos de un futuro que creían mejor, un éxodo que queda plasmado en esa foto escolar que Hernández repasa para dejar al descubierto una enorme diáspora.
El escritor se emociona al hablar de esos pueblos vacíos, como su Sarnago, al hablar de esos campesinos que cambiaron los aperos por las fábricas. Y, más allá de las diferencias, ese es el nexo que une “Historias de la Alcarama” y “El caballo de cartón”, la emoción. “Los dos libros me han salido de dentro, y aunque hay otros trabajos, como el ensayo que he publicado recientemente sobre Adolfo Suárez, que tienen muchas más ventas, estos libros son los que verdaderamente son como hijos para mí”, confiesa.
desde dentro La visión de Castilla que da Abel Hernández, que algunos críticos han comparado con la de Delibes y otros con la de la generación del 98, es la de una Castilla decadente, pero él subraya que la generación del 98 “habló de esa Castilla decadente desde fuera, porque ellos no habían pisado la tierra; yo intento no ser enfático, pero cuento la memoria de esa historia desde dentro de lo que pasó”.
Y piensa seguir contándolo. Aunque en los próximos meses su trabajo se centrará en un nuevo ensayo político que le han encargado, tras el éxito del libro que ha dedicado al ex presidente Suárez, ya trabaja en la que será la tercera entrega de estas historias en torno a la Alcarama, su Macondo particular, un libro que volverá a publicar en Gadir, la editorial del segoviano Javier Garcillán, que recientemente obtenía el Premio Nacional a la Labor Editorial por su exitosa trayectoria.
“Mi idea es hacer un volumen de relatos breves, para el que ya tengo algunas ideas. Aunque me gustaría que la temática fuera variada, me interesa, por ejemplo, toda la parte mágica, de influencia medieval, que hay en toda esa zona de la Sierra de la Alcarama”, historias que a buen seguro los seguidores de Hernández estarán encantados de seguir conociendo.