Cual sería mi sorpresa al llegar hace unos días a la Plaza Oriental: un rebaño de ovejas dispuesto a atravesar los arcos del Acueducto. Qué bonito. ¡Por fin!, pensé, ante escena no presenciada con anterioridad en Segovia. ¿Sería una celebración para recordar al Honrado Concejo de la Mesta? No en vano, en dicha vía pública un mojón informa sobre un antiguo descansadero de ganado ovino trashumante.
En dos ocasiones, había visto espectáculos de pastores, auxiliados por perros, para manejar las ovejas; y pensaba que también me gustaría disfrutar de dicho momento en Segovia. Mi primera vez (1997) aconteció en una granja preciosa, ubicada en medio del verdor de la isla norte de Nueva Zelanda, un país con paisajes de cuento de hadas. Aquel negocio orientado al turismo estaba regentado por asiáticos, buscadores de la calidad de vida ofrecida por aquella nación amable. Me tuve que ir justo a las antípodas para vivir una experiencia tan segoviana. En una hacienda del lado argentino de la Tierra del Fuego, llamada el Galpón del Glaciar, asistí en 2007 a una demostración similar, culminada con la esquila de algunos ejemplares efectuada por correntinos. Su provincia en el interior profundo del país austral es suministradora principal de estos trabajadores. Les recomiendo una película preciosa, titulada “Tres vidas errantes” (1960). Robert Mitchum interpretaba el papel romántico de esquilador nómada en Australia, quien no quería cambiar dicho modo de vida, a pesar de las incomodidades acarreadas para su mujer e hijo. Ya saben que, pese a la prohibición para la salida de España, las merinas, con orígenes hispano-bereberes, asentaron sus reales en Oceanía, donde se reprodujeron como nunca antes lo habían hecho.
Unos minutos después de abandonar el Azoguejo, leí una crónica de “El Adelantado”; y descubrí que no se trataba de una iniciativa local. Aquellos instantes almacenados en la retina correspondían a un acto —o “performance”, según la jerga del arte contemporáneo— patrocinado por el Hay Festival. En el centro del redil, llamaba la atención la elegancia inglesa de una mujer muy guapa vestida de negro, acompañada por el pastor Montes y un segundo hombre. Me quedo achantado al saber quién era este último personaje: todo un Premio Nobel de Física, la disciplina más compleja dentro del campo científico. Este señor debe valer un potosí, según lo habría expresado mi abuela.

Muchos descendientes de segovianos llevamos impreso el legado de las merinas en nuestro ADN, con apellidos como Borreguero. Por mi parte, citaré tres vínculos ovejeros. Por un lado, desciendo de mayorales de Navafría, Prádena y Arcones que, como en un “western”, dirigían la conducción de rebaños inmensos hacia Extremadura. Historiadores locales y nacionales han estudiado a un personaje que, procedente de aquellas familias, llegó a ser magnate empresarial, alcalde afrancesado de Madrid y valedor de la deuda pública emitida por José I. Comparto con él numerosos antepasados. Por otro lado, un ancestro leonés de Puebla de Lillo, establecido en Navafría durante la segunda mitad del siglo XVIII, pleiteó ante la Real Chancillería de Valladolid para que se le reconociera su condición de hidalgo; y, así, poder acceder a ciertas exenciones fiscales. El cura encantador de aquella villa nos recibió con pastas y vino dulce (1999); y explicó cómo algunos extremeños con raíces en el municipio habían contactado con él. Todo un punto neurálgico del mapa mesteño. Por último, en mi árbol genealógico de dicha centuria también aparece algún pastor de Sotosalbos. Antes de contraer matrimonio con novia serrana, el obispado exigía apertura previa de expediente para descartar casos de bigamia. Y párrocos de localidades como Trujillo expedían certificados, donde se hacía constar cómo aquellos segovianos no andaban emparejados por aquellas tierras meridionales.
En 2019, un señor mayor de Aldealengua de Pedraza visitó el Archivo Histórico Provincial, que era mi segunda residencia en Segovia. La conversación fluyó; y me relató cómo, en su juventud, acompañaba a su padre, pastor trashumante, en aquellos viajes con duración aproximada de tres semanas. Una escena de dureza se le quedó grabada: aquella jornada, bajo una lluvia intensa al anochecer, cuando atravesaban, de paso, un pueblo de Ciudad Real. El nombre de la localidad, precioso, muy literario, nunca se le olvidaría: Mestanza.
En la “performance” que es génesis de esta tribuna, las ovejas repitieron unos recorridos circulares en corralito dentro del Azoguejo; mientras, los perros blanquinegros —pastores australianos— hicieron con maestría su labor. Ambos impedían que cualquier miembro se alejara del rebaño, ni siquiera unos centímetros. Cuando estaba en primero de carrera, leí con fruición una obra monumental: “La Mesta”, de Julius Klein. Ahí se explica muy bien cómo el mejor amigo del hombre formaba parte de las cuadrillas castellanas de pastores por derecho propio. La cuestión del bienestar animal ya estaba encima de la mesa.
Sin embargo, desde hace tiempo, yo echo de menos a esos perros cruzados con mastines, “amastinados” diría yo, descendientes de aquellos canes heroicos que guiaban al ganado ovino trashumante por las cañadas reales, camino de los pastos situados en la Serena, Valle de Alcudia y demás. Cuando yo era niño, abundaban: que ilusión me hizo la adopción por una anciana, vecina de mis abuelos, de un ejemplar callejero, con tamaño más pequeño de lo habitual. Era muy bueno; y, mi perro Timi movía el rabo cuando nos encontrábamos. Yo Iba en el coche cuando vi a una mujer que paseaba con unos de estos animales, por el barrio de San Lorenzo, hará dos o tres años. Toda una rareza: la historia se los llevó por delante.
En “La raza cósmica” (1925), ensayo clásico firmado por José de Vasconcelos, se glosaba el mestizaje en Latinoamérica como activo enriquecedor; una avanzadilla de las sociedades multiculturales del siglo XXI. No obstante, nuestro trato con los perros avanza en dirección contraria. Los individuos sin pedigrí, llamados perros vagos en Chile —nombre mucho más entrañable que “chuchos”—, están en vías extinción. Las denominaciones de los animales de compañía más demandados cambian con las modas. De forma inquietante, desde que llegaran en los ochenta aquellos doberman que asustaban —ahora casi desaparecidos—, la tenencia de ejemplares pertenecientes a razas peligrosas no cesa de crecer. Este fenómeno deja entrever cierta inseguridad; y me asusta. ¿Una deriva del pensamiento único?
Las ovejas junto al Acueducto llevaban inscritos síes y noes en sus lanas. Según informa “El Adelantado”, los artistas intentaban reflejar las múltiples combinatorias posibles. En el intento por afrontar la dificultad de los fenómenos analizados, los físicos decidieron estudiar el concepto de complejidad. La idea de un todo que sobrepasa la suma de las partes resulta fundamental. En mis clases, yo explico algunas aplicaciones de la Economía de la Complejidad.
En la entrevista realizada por este medio, el Premio Nobel Konstantin Novoselov, artífice junto a la artista Kate Daudy del “show” del Azoguejo, plantea un interrogante inquietante, susceptible de abordaje incipiente desde su disciplina: “¿dónde está la frontera entre la vida y la muerte?”. Según una máxima de la Física de las partículas subatómicas, la onda de materia solo se convierte en materia cuando aparece un observador inteligente, quien puede modificar una realidad que no es objetiva. Las religiones son cuestión de fe; pero, hay conexiones asombrosas entre descubrimientos en Física Cuántica y el misticismo de budismo, taoísmo e hinduismo. Fritjo Capra —físico— lo explica muy bien en “El tao de la Física”, libro pionero.
Según señala “El Adelantado”, Noboselov ha abandonado Manchester para establecerse como investigador en Singapur. El médico español Bernat Soria hizo lo propio en su momento. La metrópolis prima la atracción de talento. ¿Por qué la próspera ciudad-estado no cesa de escalar posiciones en el ámbito tecnológico? Una pista cultural: Lee Kuan Yew, patriarca del milagro económico del pequeño gran dragón asiático, era Hakka. Si, desde el confucianismo, los chinos otorgan importancia suprema a la educación, este sesgo se multiplica entre los miembros de la minoría étnica reseñada.
