Se considera que la cultura popular se distingue por ser precisamente un producto creado y consumido por las clases populares, o sea, por las gentes del pueblo llano. Y en su concepto entra una gran variedad de temas y matices que se mantienen vivos principalmente en los pueblos de cada provincia española. Porque realmente la cultura popular viene a ser un resumen de las manifestaciones artísticas y folclóricas que salen directamente del pueblo y que en su mayoría son transmitidas de generación en generación.
Recordemos, por ejemplo, las reuniones “a la solana” que han sido muy características también de los pueblos levantinos y generalmente de las zonas de temperaturas altas. Costumbres que suelen darse más concretamente en buena parte de los pueblos de muestra provincia, aunque tampoco se olviden de ellas vecinos de algunos barrios de la ciudad. En estos corros no faltan, por supuesto, las conversaciones en las que entran en juego todo tipo de comentarios.
Estos hábitos nos traen también al recuerdo el protagonismo de chicos y chicas practicando antaño una serie de juegos que ya pueden ser considerados como “clásicos de tiempos idos”…y que no volverán, claro está, aunque nunca se haya olvidado algunas de sus prácticas que todavía podemos encontrar, y que nos admira verlas resurgir de un largo tiempo de olvido.
Junto al escondite, que practicábamos chicos y chicas, que ya algunas de ellas emulaban en velocidad a nuestras carreras, ahí estaba también “la gallina ciega”; el aro, que hábilmente se conducía con unas guías preparadas con alambre grueso, o el juego de la “chirumba”, en el que se usaban unas paletas de madera para “pegar” unas pequeña pieza del mismo material para alejarla lo más posible; o los “bolos”, colocados a cierta distancia contra los que se lanzaban unas bolas de madera o hierro, según lugares y costumbre; tampoco faltaba entre los chicos la “pídola” para saltar sobre uno o más compañeros agachados que soportaban por unos instantes el peso del saltarín que apoyaba sus manos sobre nuestra espalda; el tango era también parecido a los bolos, lanzándose unas pesadas chapas para derribar el trozo de madera que esperaba en solitario; juego con el inocae, un cochecito que colocado sobre una mesa la recorría toda y al llegar al borde se volvía, por lo que no caía al suelo, y de ahí su nombre de inocae; el baile de la peonza o, para ellas, el juego del diábolo, original dicen de China… Afortunadamente se conservan aún algunos de estos juegos, incluso en la ciudad, que suelen practicarse en las fiestas populares y en los que hay todavía muy buenos especialistas.
Diversión muy diferente había en los altos de La Piedad en épocas en las que algunos agricultores empleaban el amplio espacio para extender la paja que se trituraba mediante un primitivo trillo (de los famosísimos construidos en Cantalejo), que arrastraba una mula o borrico girando en círculo; los chiquillos a veces eran autorizados a sentarse sobre el trillo en un pequeño banquete y manejando las guías conductoras del cansino y paciente animal.
En pequeños pero muy gratos (y educativos) museos etnográficos establecidos en algunos pueblos por vecinos amantes de conservar los utensilios en desuso hace años pero que en muchos casos han formado parte de sus vidas, podemos encontrar muy bellos y emotivos ejemplos para recordar a nuestros ancestros.
El pueblo, que es sabio, siempre ha conservado costumbres populares, religiosas y militares, aunque los cambios que se producen en la sociedad han contribuido a modificaciones y, lamentablemente, olvidos.
La costumbre del rezo del Ángelus procede de los primeros cristianos, y en nuestra ciudad, y algunos pueblos, todavía a las doce de la mañana las campanas de algunas iglesias, monasterios y conventos anuncian con sus toques este momento. En la antigüedad era norma incluso detener el trabajo en el campo para el momento de la oración. Un testimonio universal de este rezo le tenemos en el famoso cuadro titulado “El Ángelus”, del pintor realista francés Jean F. Millet, que se conserva en el Museo Orsay, de París. En el campo de labranza un hombre y una mujer dejan momentáneamente su trabajo para rezar el Ángelus. Se dice que la cesta que figura a los pies de ambos contenía inicialmente el cuerpo de un recién nacido, posiblemente muerto, pero la escena provocó reacciones muy contrarias en cuantos lo contemplaron, hasta que el artista decidió eliminar la figura y dejar vacío el cesto. Dalí, entusiasmado con el cuadro, confirmó en un libro esta historia.
El Ángelus recuerda la Encarnación y la Anunciación. Durante el paso de los siglos se rezaban tres avemarías, y desde el XVI se añadieron tres frases con palabras de la Virgen. El Papa Juan XXIII comenzó a rezarlo en la plaza de San Pedro los domingos y días festivos. En Semana Santa, el Ángelus se sustituye por el “Regina coelis”, que recuerda la Resurrección de Jesús.
Otra costumbre, esta militar, se produce en el momento de izar por la mañana la bandera española y en el de arriarla por la tarde a la puesta del sol. Recuerdo que tanto ante la Academia de Artillería como del desaparecido Regimiento de Artillería, las gentes deteníamos respetuosamente nuestro paso durante el solemne acto.
