Las ciudades con cascos históricos visitables se enfrentan todas ellas a la misma dicotomía, decidir que resulta más prioritario, si hacerlas atractivas para el turismo o garantizar la calidad de vida de sus moradores. Lo ideal sería compatibilizar de forma armoniosa ambas cuestiones, que sin perjuicio de competir entre ellas, para ver quién consigue atraer cada vez mayor números de visitantes, intenten al propio tiempo, hacer más cómoda la vida de los que decidieron quedarse a vivir entre sus muros. Lo contrario llevaría a las ciudades a convertirse en parques temáticos de cartón piedra, pero sin alma detrás del telón monumental que se ofrece a la contemplación visual de los ocasionales turistas.
Algo de todo un poco es lo que sucede en Segovia, ciudad visitable por excelencia, no solo por la cantidad y calidad de los monumentos que atesora, sino por el conjunto armonioso de su casco histórico, repleto de sugerentes y recónditos rincones donde resulta fácil extasiarse con su observación. Nuestra ciudad compite con otras de su entorno, principalmente con Toledo y Salamanca, y en menor medida con Ávila, en promocionar su oferta turística de contenido cultural y también gastronómico, por qué no decirlo, con excelentes resultados, como puede comprobar cualquiera que pasee a diario y al mediodía por sus céntricas calles.
Pero también Segovia debe ser ante todo una ciudad habitable y me temo que en esto no se está cuidando convenientemente a la gente que debe mantener viva la cotidiana actividad del casco histórico, cuando llegada la noche desaparecen los turistas. Por muy atractivo que resulte habitar el cogollito en torno a la Plaza Mayor, tienen que apechugar con los lógicos inconvenientes incluidos en el precio: dificultad para llegar con sus vehículos hasta la puerta de sus casas, soportar a los turistas por entre el día y a los gamberros por la noche (ruidos y orines), escasez de comercios de alimentación, falta de consultorio médico, y otras similares que dejo para que las expongan los amigos de AVRAS que podrán hablar con mayor conocimiento de causa que quien esto escribe. No es de extrañar la proliferación de edificios, algunos singulares, que están quedándose vacíos en el casco histórico, a la vez que continúa la tendencia ya iniciada algunas décadas atrás, de salir a morar en los arrabales y sobre todo la de elegir para vivir cualquiera de los municipios del alfoz, donde la existencia puede ser más cómoda, agradable y según los casos, hasta placentera.
Lo de renunciar a vivir en la acrópolis segoviana no es algo que venga de ahora. Si nos remontamos en la historia, podemos encontrarnos con situaciones similares. Ya en la segunda repoblación de la ciudad llevada a cabo oficialmente por Raimundo de Borgoña (yerno del rey Alfonso VI) en 1088, lo primero que se habitaron fueron los arrabales, como nos recordó el Marqués de Lozoya en su conferencia de 17 de octubre de 1966, reproducida hace unos domingos en este periódico: “En Segovia se fundan primero los arrabales y se tarda mucho tiempo en subir a la ciudad”. Cómo sería la cosa que dos centurias después el rey Alfonso X, llamado el sabio, puede que también por esto, con fecha 27 de septiembre de 1278, concede una exención de todos los pechos a los moradores de Segovia que residan dentro de los muros de la ciudad, salvo, entre otros, el de la moneda y el del yantar. Y, casi otros dos siglos después, Enrique IV, siendo todavía príncipe aunque ya señor de Segovia por la donación que le hiciera su padre el rey Juan II en febrero de 1440, con fecha 3 de enero de 1452, dicta una cédula por la que prohíbe salir a vivir a los arrabales, so pena que el que así lo hiciere perdería todos sus bienes.
No me atrevo a decir con Chesterton que el pasado ya no es lo que era, pero si buscamos en él, podemos encontrar algunas soluciones que salvando las distancias de tiempo lugar y circunstancias bien podrían ser aplicadas en el presente y puede que también en el futuro. El ejemplo de ofrecer beneficios fiscales de Alfonso X podría ser una de ellas, no tanto como la amenaza confiscatoria de nuestro querido Enrique IV. En cualquier caso, se requiere que la imaginación encienda el poder para permitir que Segovia sea tan grata de visitar como de habitar. Medidas que no se queden solo en cerrar al tráfico el recinto amurallado e imponer absurdos por innecesarios carriles bicis en su entorno, en una ciudad que como recuerda la copla, todas son cuestas arribas para llegar a la plaza, tanto física como metafóricamente hablando.
