Comenzó el mes con mucho movimiento, en concreto con el paso por el municipio de mil quinientas ovejas de camino al Esquileo de Santillana. Entraron por el cordel de las Campanillas haciendo noche en La Panera y llegando hasta la plaza del Ayuntamiento de El Espinar para asombro de las criaturas del colegio y de curiosos. Descansaron en el Pinarillo y continuaron su viaje haciendo noche, seguramente, cerca de Los Ángeles.
Pasaron esquiladitas, sin vellones, como si lo hubieran perdido por el camino… Y claro, sabiendo esto, cualquier soñador que haya pasado recientemente por La Estación de El Espinar podría jugar a imaginar que esa lana fue lavanda, escarmenada, teñida y tejida hasta dar en la explosión de formas y colores que cubren los árboles, los muros, las calles o la Plaza del Caño para celebrar, después de dos años de espera, el Femuka. Porque, como suaves enredaderas, las hebras de colores lo cubren todo, hebras de distintos ovillos que hubo que pegar entre sí en invierno en algún lugar caliente y compartido por grupos de tejedoras. Es divertido pensar cómo ellas nos llevaban la delantera disfrutando ya este Femuka, que todavía hoy se puede vivir, con la magia de ese otro pegar la hebra, es decir, saltando de una conversación a otra, de un recuerdo de una edición pasada a la ilusión de esta. ¿Pero cómo no vamos a pasarlo bien en La Estación estos días si estamos arropados por la risa, la amistad y la esperanza que se tejieron junto a la lana?
Por otra parte, pegar la hebra también es eso de encontrarse con alguien y enredarse a hablar, algo bastante habitual en el ir y venir del Femuka y muy adecuado para el verano. Charlar no tiene coste (salvo lo que se quiera añadir) y la conversación -además de ser uno de los mayores placeres de ser humano- puede ayudarnos a conocernos mejor y desliarnos por dentro y, si verdad escuchamos, a desarrollar la tolerancia y la simpatía. Así pues, ¿charlamos?
