Llámenlo suerte, llámenlo destino, llámenlo azar…
Lo cierto es que Isabel disfrutó un poco de todo eso. Y no era tan fea, lo único que sus hermanas, Lola y Mini, eran demasiado guapas, con grandes ojos azules y muy esbeltas. Algo que Isabel, la del medio, no pilló. Baja, rechoncha y ojos oscuros. De ahí su complejo.
Aunque por otro lado, debo decir, que complejos tenía pocos, pues hizo siempre lo que quiso y como quiso. Nació en 1926, periodo un tanto convulso en nuestro país, sobre todo, para las mujeres que o se casaban o se quedaban “para vestir santos”. Pero ella, decidió vestirlos a todos. Al principio tanteó la idea de ser monja y hasta llegó a vivir un periodo de tiempo en un convento, pero pronto salió de tal mística vida. Quién sabe. Nunca llegó a decir la razón exacta del cambio de idea. Fuera por h, fuera por b, Isabel consideró que su vida debía ir por otros derroteros. Estudió y llegó a ser enfermera, del clínico, como decía ella.
En plena mitad de siglo XX, es una España limitada, ella empezó a trabajar como enfermera, se sacó el carnet de conducir, para poder “ir y venir” de Madrid a su querida Granja, donde al final se compró una casa, y empezó una vida de lo más independiente. Mujer, pero independiente. Dio su vida a los demás, a los enfermos, pero también a su familia. Decidió no emparejarse y no tener hijos, pero le cayeron “6”, los de su hermana Mini, que cómo no, ayuda necesitaba y más con la última que, aunque tenía un cromosoma más, venía pisando fuerte.
Así crio a sus sobrinos y a sus sobrinas a los que consintió y nunca regañó y, después, crio a los hijos de estos: 10 sobrinos-nietos, o llámenlo como quieran, que ya con tanto parentesco, nos liamos. El caso es que su casa estaba llena siempre de niños que querían merendar y ella, gustosa del buen comer, aprovechaba la ocasión para sacar siempre un aperitivo. Recibía a todo el mundo en casa con un «¿quieres algo de comer?». Qué placer por comer.
Ninguna señora ha disfrutado tanto de comidas en restaurantes y bares, porque el dinero está para gastarlo y más con tu familia. Cualquier celebración debía pasar por restaurante, de lo contrario, no era una celebración. Sangría y bocatas de jamón, ese era su menú especial. Agua para los patos y jamón del bueno, que … el dinero está para gastarlo.
Amante de las cartas, del flamenco, del punto y de los viajes, comenzó su jubilación recorriendo mundo. Visitó lejanos países, donde compraba regalos para todos, y en los periodos de descanso se instaló con su hermana Lola en La Granja. La pareja siempre tenía hueco en su casa para los demás y “el parque”, como así lo llamábamos todos, pasó a ser símbolo de hogar.
Con 95 años, se ha despedido de todos nosotros, otorgándonos una gran lección: la vida está para vivirla. Siempre sonriente, animosa y alegre. Siempre con hueco en su mesa para todos. Siempre con ganas de pagar y de gastar por los demás, dinero, pero también tiempo. Tiempo el que nos has regalado a todos sin esperar nada a cambio.
Valiente, independiente y mujer. “La Isa”. Gracias.
