Este final de junio es la ola de calor del calendario político. Siempre hablamos de las campañas, pero llegamos a ellas con sesgos y prejuicios que conformamos en días en que la política se dispara; días claves, como el de mañana cuando sepamos los resultados andaluces, el papel de Vox en el Gobierno y las reacciones posteriores. Hasta que pase San Juan y San Pedro y nos sumerjamos en el “dulce hacer nada” y el aire acondicionado quien pueda (solo el 34% de españoles lo tiene y solo el 29% lo usa). Los muy creyentes renuevan votos en estos tiempos acelerados, pero los indecisos los remueven. Igual que el pico de las separaciones de pareja se produce en septiembre pero los mosqueos en junio; las lecturas, siestas y charlas veraniegas se encargan de encontrar las razones teóricas a la intuición de desencanto con la que salimos a veranear. La estrategia pública era desearnos un feliz y libre descanso y vernos a la vuelta para disfrutar juntos de la recuperación rápida impulsada por los fondos europeos y sin embargo, nos vamos raros. Como un matrimonio que no abre el pico hasta La Roda para preguntar si han cerrado el gas.
Como dice Tyson, “todo el mundo tiene una estrategia hasta que suelto la primera hostia”. Una inflación de la hostia. Cambian las conversaciones de la calle, pasamos de la mascarilla a la “menos carilla”. Del “no puedo salir” al “no hay quien salga”. Vuelven los hombres de negro a pastorear “pigs” sureños y reaparece la prima, como la muerta de la curva del liderazgo de Zapatero. La que sube el precio de lo que debemos para que compremos menos y así abaratemos lo que debemos comprar después. Para que baje el Lidl de octubre hay que pagar más en la hipoteca de septiembre. Es el mercado, amigo.
La estrategia del “Gobierno Sánchez” pasaba por el gasto y ahora hay que cambiarlo por el ahorro. Eso cambia la ambición de la cita. La alegría de sacar 50 pavos en el “100 montaditos” no es la misma que en una marisquería. Este Gobierno nunca ha tenido un viento favorable por mucho que moviera las velas. Solo le ha faltado una plaga de langostas. Tampoco le va bien a Yolanda Díaz, el recambio del cambio. En su gira de presentación va a tener que prescindir de la parte de los represaliados franquistas y de la riqueza de sumar sensibilidades para centrarse en la pobreza laboralista y convertirse en la representante sindical del ya estable precariado español. Tampoco al nuevo PP, aunque la mayoría social crea que la derecha gestiona mejor la economía y la izquierda le de más confianza en lo social. “Que la derecha lo gane y la izquierda lo gaste”, dice la demoscopia. Como si las pensiones o la sanidad no fueran economía. A Feijóo empieza a notársele que la economía no es su tema favorito y que hablar de tipos le hace parecer más mayor que maduro.
Con este panorama es fundamental hablar de lo que la gente habla para no hacer “política de niño burbuja” o lo que es peor, convertirse en el Grinch que nos robó las vacaciones. Las primeras en tres años sin tener que pedir los chopitos por código Bidi. Este cabreo solo beneficia a Vox, que acusará desde sus chalets refrigerados a los burócratas de Bruselas, a los chiringuitos feministas de Podemos, a los sindicatos socialistas y a la tibieza cómplice del PP. Reciclando odio.
Pedro, el lobo de Vox ya está aquí y tendrá que domarlo el PP como el PSOE hizo con Podemos
Voy a decirlo en broma porque la cosa es muy seria: si la izquierda no quiere que el “Muro de Bertín” levantado en Andalucía siga avanzando, tiene que leer bien los resultados. Si no quiere que la derecha se vea como la forma natural para salir de la recesión que vendrá cuando vengamos de vacaciones, hay que apostar por algo más que cruzar los dedos para que Vox entre en el Gobierno y reeditar el cuento de Pedro y el lobo en las generales. Pedro, el lobo de Vox ya está aquí y tendrá que domarlo el PP como el PSOE hizo con Podemos. Ahora hay otro lobo. La inflación ha tumbado más gobiernos que la corrupción o la falta de apoyos parlamentarios. La socialdemocracia tiene experiencia acreditada en afrontar crisis. Y una visión tan ortodoxa económicamente como el liberalismo. Y menos dura, porque es capaz de adaptar las decisiones financieras europeas a la realidad social española. Es más importante la reacción de la izquierda ante las elecciones andaluzas que los resultados. Echar la culpa a la calle o echarse a la calle a culpar es peor. Mejor callarse y echarse a pensar. Si no queremos que todas las promesas se queden en el aire. La política está en el aire. Acondicionado. A tope de gas.
