En su número 199 de 9 de enero de 1892, El Faro de Castilla, publicidad semanal, publicó en su primera página un editorial que pese a los años transcurridos, 130, es trasladable en todo a la situación actual. Incluido el titular que, con mucho ‘tino’ aparecía en la cabecera del periódico.
Sin más argumento, el que quiera entender que lea.
‘En la gobernación del Estado acaso lo que menos son esas ideas y esos principios que cada uno con tanto calor sostiene; lo de más son las personas encargadas de esa gobernación. Nuestra experiencia nos ha obligado a convencernos de una cosa que para muchos será una necedad y que consiste en creer que todas las formas de gobierno son buenas, siempre que lo sean los gobernantes.
(¡Válgame!)
Por ello… no podemos por menos de ocuparnos de la administración del partido gobernante, por lo que influye en el tristísimo estado a que ha llegado nuestro desgraciado país.
El grado de bondad de cualquier sistema solo puede medirse por la mayor suma de bienestar que proporciona al país; esto nace exclusivamente de la gestión administrativa, de las personas encargadas de su dirección, con exclusión completa de cuanto atañe al enmarañado fárrago de la política interior que no consiste ni se encamina a otra cosa que a medrar lo menos a costa de lo más.
(¡Válgame!)
El hacer economías es imposible ¿no ha de serlo? como los destinos de las diferentes dependencias, no son aquí el premio de la constancia, de la honradez, ni de laudables servicios prestados, sino el medio de premiar servicios de carácter puramente personal y de rápidos y a veces inmerecidos encumbramientos. ¿Cómo romper los escalones que han servido a esas eminencias a la cumbre del poder?
(¡Válgame!)
No puede, por tanto, reducirse el número de empleos, ni los cuantiosos sueldos que les están asignados, porque eso sería privarse de gran número de partidarios, cuya decisión debe medirse por el pedazo de turrón concedido o que se esperar adquirir… y el gobierno piensa (decide), nivelar el presupuesto a través del aumento de los ingresos a costa del contribuyente y del empleado.
Nada más absurdo ni más inconveniente: el contribuyente no puede ya con la carga; pruébenlo con el escandaloso número de fincas que se ve obligado a incautarse el fisco para cobrar los impuestos…
A todo esto, toda esta exuberancia de cargas, además de la miseria, produce la carestía de productos de más necesario consumo, viniendo ello a redundar en perjuicio del obrero que carece de jornal o del poco sueldo de los que están empleados. A los que se coloca cada día en situación más comprometida.
¿Qué es lo que se busca por ese camino? ¿La nivelación del presupuesto? No; ese fin no es más que una engañosa ilusión o un irritante pretexto. ¿Qué importa que los presupuestos aparezcan sin déficit al formarlos, si el déficit ha de resultar al concluir el ejercicio por la dificultad de recaudar impuestos imposibles?
No es este, no puede ser, el medio de mejorar la administración, ni de aliviar la terrible crisis que venimos sufriendo; por el contrario, es necesario simplificar el complicado organismo de nuestra burocracia administrativa, a fin de que puedan llevarse todos los servicios con menos empleados y con mejor retribución a los que le tienen tan pequeño que no les alcanza para cubrir sus más perentorias necesidades’.
Párate y piensa. El filósofo griego Eubulides dijo (supuestamente): ‘Un hombre afirma que está mintiendo. ¿Lo que dice es verdadero o falso?
Tómate tu tiempo. Ahí te quiero ver.
Historia gobernante
Era Rey de España Alfonso XIII y cubriendo su minoría de edad estaba su madre, la reina M. Cristina, esposa de Alfonso XII, que había fallecido unos meses antes del nacimiento de su hijo. Cierto.
También in illo témpore, presidía el Consejo de Ministros Antonio Cánovas del Castillo (Unión Liberal) (5-7-1890 / 11-12.1892). Mismo cargo ocupó Práxedes Mateo Sagasta (Progresista liberal constitucional-fusionista), 11-12-1892/23-3-1895). Fueron ambos, durante dos décadas, como los ojos del Guadiana. Se turnaban en la presidencia del gobierno ‘semana sí, semana también’. Más cierto.
La población en España, 1890, era de 18 millones y medio de habitantes. A lo largo del siglo XIX, muchos, muchísimos, campesinos y obreros vivieron en la miseria, lo que lleva a la Comisión de Reformas Sociales, creada en 1883, a afirmar: ‘los obreros en España comen poco, mal y caro’.
Pues… ¡no se puede decir mejor!
