Suelo acercarme los sábados o domingos por la mañana a los campos de Nueva Segovia, tanto al Mariano Chocolate como al José Antonio Minguela, aunque lo hago cada vez con menos ganas por no encontrarme con algún que otro energúmeno. Gracias a Dios quedan muy pocos, pero no sé en qué cuna habrá nacido.
Hay sobre todo un paisano al que le gusta dar la nota y se pasa el tiempo (parece ser que así se divierte) insultando a todo lo que se mueve, al compás de donde vaya el balón, bien sea con el árbitro, o con los entrenadores y jugadores, propios o contrarios, que aquí no se salva nadie.
No llega a saltar la valla de separación del campo y el público, pero con ganas se queda. No digo que no lo haga algún día, aunque de momento se conforma con lanzar exabruptos que, eso sí, hace cada dos por tres. Va de un lado para otro, casi siempre por detrás de las porterías, dando órdenes, corrigiendo y diciendo a los jugadores lo que tienen que hacer y cómo, pese a tener a los entrenadores cerca. Eso sí, cuando le meten un gol a su equipo, todo son lamentaciones, diciendo eso de “ya lo decía yo y no me hacen caso”.
Lo había visto a ratos, pero el ultimo día subí a verle todo un partido. Lo que vi me dejo estupefacto, el caballero se desahogaba cada dos por tres con frases que terminaban en un “… me cago en Dios”. La gente del campo de al lado también estaba perpleja de lo que veía y oía. Bochornoso y patético.
Desde esta columna me dirijo al club de este ‘señor’, para que tome las medidas oportunas, le llame la atención y obren en consecuencia. Situaciones de este tipo son las que ensucian el deporte y marcan a los clubes que lo consienten.
