El Delta del Paraná es uno de los ecosistemas más ricos de la Argentina, pero la mano del hombre con las urbanizaciones y la actividad agropecuaria pone en riesgo los humedales y su biodiversidad.
«El principal peligro es el avance de actividades que no tienen relación con la región», advirtió hace unos días Carmen Penedo, bióloga de la Fundación Humedales, quien añadió que «el Delta es extremadamente vulnerable».
Declarada Reserva de la Biósfera y sitio Ramsar, la ecorregión con sus ríos, arroyos e islas abarca unos 22.590 kilómetros cuadrados y se extiende de norte a sur sobre las cuencas de los ríos Paraguay y Paraná hasta su desembocadura en el Río de la Plata. Es además una de las principales reservas hídricas del Cono Sur.
La zona posee características muy heterogéneas dependiendo de la sección que se observe, desde la zona turística y más habitada en el Bajo Delta, cerca de Buenos Aires, hasta las inhóspitas islas cubiertas de pajonales y juncos en las provincias de Entre Ríos y Santa Fe.
No se trata solo de un paisaje muy particular, es el quinto delta más importante del planeta, con la característica de que es uno de los pocos que se expande y que desemboca en otro río, de agua dulce, y no directamente en un mar. Crece unos 100 metros por año y se estima que en 2100 podría llegar frente a las costas de la capital argentina.
El Delta del Paraná cumple además funciones muy importantes, sin embargo este ecosistema se encuentra hoy en día en riesgo por la acción del hombre, como por ejemplo la amortiguación de las inundaciones y sequías, el control de la erosión, la protección de la costa, la provisión de recursos, la regulación del clima, la depuración del agua y la provisión de sitios de refugio, alimentación y reproducción para la fauna y la flora.
La bióloga de la Fundación Humedales alertó que muchas de estas funciones están en riesgo por el avance de la frontera agropecuaria sobre las islas del Delta.
«Antes se explotaba la ganadería acorde a las dinámicas del humedal, pero ahora se trasladan los métodos que se usan en tierra firme, por lo que la zona sufre una alta carga de ganado y se realizan obras para secar las zonas y evitar así que los animales mueran», advirtió.
Las islas del Delta tienen forma de cuenco, o plato hondo, con sus centros con zonas inundables. «Pero para aumentar la productividad se realizan grandes diques que alteran el curso de las aguas, se suben mucho los terrenos y se rellenan los centros de las islas», señaló Penedo. Gracias a estos cambios, la soja, el principal producto agrícola de Argentina, también llegó al Paraná.
Otro grave peligro para este ecosistema es el alto impacto de las nuevas urbanizaciones que se levantan en el área de las islas y en las zonas costeras.
Tanto en la zona de las ínsulas como en la costa, las nuevas viviendas «abren arroyos, o modifican otros existentes, o cierran la libre circulación de los ríos», lamentó la bióloga, que reclamó un ordenamiento territorial.
El drenado y la derivación de los cursos del agua aumentan el impacto de las inundaciones y reduce la capacidad de adaptación al cambio climático, advirtió la Fundación Humedales, que contabilizó 229 urbanizaciones.
Contra estas actividades, numerosas ONG, fundaciones y organizaciones ambientales realizan estudios y programas de concientización para rescatar el Delta.
Existen dos áreas de conservación administradas por el organismo Parques Nacionales, la de Predelta en la provincia de Entre Ríos y la Reserva Natural Estricta Otamendi, en la localidad bonaerense de Campana. Abarcan, sin embargo, solo 52.000 hectáreas de este vasto territorio.
La primera sección del Delta es la más cercana al área metropolitana de Buenos Aires y, en consecuencia, la más modificada por la acción del hombre.
En un territorio de 220 kilómetros cuadrados habitan unas 9.000 personas en las típicas casas levantadas sobre pilotes en terrenos del río limitados por defensas de madera y hormigón.
A tan solo 20 minutos de viaje en lancha desde el puerto de Tigre, el principal punto de acceso al Paraná, se creó el primer paisaje protegido de esta sección, Delta Terra, de unas 40 hectáreas de superficie.
«Es una reserva, en los alrededores de Buenos Aires, que tiene un rol más educativo que ambiental, por más que tenga un programa de conservación. El sentido de esta zona tan chica es que puede recibir una gran cantidad de público», destacó Adrián Giacchino, presidente de la Fundación Azara, que impulsa este proyecto.
«El Delta en la primera sección está muy modificado, pero aun así no pierde todos los elementos. Delta Terra tiene el paisaje muy cambiado cerca del arroyo y a medida que se avanza hacia el centro de la isla se vuelve más natural, porque también la actividad del archipiélago sucedió históricamente en el albardón», los bordes altos de las islas.
Allí los álamos, casuarinas y pinos reemplazaron al monte nativo de palmeras pindó, sauces criollos y ceibos.
Además, el proyecto busca recuperar la fauna autóctona. «El lobito de río, la pava de monte, el coipo, el carpincho y el ciervo de los pantanos son especies que son comunes, pero que en la primera sección se diezmaron y estamos tratando que regresen», señaló Giacchino, que también creó en el lugar un centro de rescate y cuidado de animales salvajes.
