Las tribunas nostálgicas sobre “la Segovia autonómica que no fue” constituyen género en sí mismo. El artículo ‘A unos tanto y a otros tan poco’, firmado por Félix García de Pablos hace días en El Adelantado, constituye ejemplo último. Debo confesar mi querencia por temas raros, exóticos; pero, también me gusta ejercer como abogado del diablo. La vinculación con Segovia conlleva ciertas conversaciones, muy ajenas al resto de españoles. Por estas razones, me adhiero al debate retrospectivo, abordable desde Historia y Economía Política.
Yo comprendo que Castilla y León acumula extensión mayor que Portugal, lo cual propicia regionalismos de ámbito provincial en sus periferias, casos de Soria y León. De forma paralela, entiendo la consolidación de un centralismo de nuevo cuño, que ha engrandecido a Valladolid cual epicentro de la España más vacía. La competencia entre ciudades es fenómeno antiguo, previo a la globalización. Así, el consistorio a orillas del Pisuerga arrebató a Madrid la capitalidad durante algunos años, en los inicios del siglo XVII, tras sobornar al Duque de Lerma, tal vez el gobernante más corrupto en la historia de España.
La cuestión de la autonomía uniprovincial de Segovia está rodeada por cierto halo romántico. Me recuerda a la ínsula de Barataria, anhelo de Sancho Panza. En ‘Pasaporte para Pimlico’ (1949), comedia hilarante de política-ficción, dicho barrio londinense quería independizarse: cómo saben reírse los ingleses de sí mismos. El lema del Quebec irredento aparece en las matrículas de todos los automóviles: “Je me souviens”, recuerdo amargo de la derrota del Canadá francés frente a los británicos en el siglo XVIII. ¿Y qué decir del anuncio legendario donde se animaba a los españoles a vivir en su propia ‘república independiente de Ikea’?
El individualismo ha sido marca hispánica; y la Revuelta Cantonalista (Cartagena, 1873) se ganó lugar en los libros de historia. Si empleáramos el ‘zoom’ de la cámara, la tendencia a la disgregación no se detendría. Existe un leonesismo; pero algunos bercianos, desde su cercanía a la galleguidad, serían defensores de otro ‘ismo’. Hubo también algún intento preautonómico por promover la anexión de Almería a la Región de Murcia, con la que afloran nexos, incluidos antiguos patrones migratorios hacia Barcelona, Argentina y Orán en la Argelia francesa.
En su configuración actual, la provincia de Segovia es fruto del Estado liberal (1833). La Comunidad de Ciudad y Tierra se extendía en otra dirección, por la Transierra, para llegar hasta Navalcarnero, como fruto de afanes repobladores y ganaderos. Yo tengo el mapa, adquirido en la Librería Cervantes, de esta especie de “Gran Segovia”, cuyo recuerdo daría lugar a expresión bien conocida: “Madrid es un pueblo de Segovia”. En Varsovia también venden plano correspondiente a la “Gran Polonia”, nación con perímetro disminuido tras guerras diversas. Por lo menos, siempre nos quedará Ayllón, cuya adscripción a la diócesis de Sigüenza se mantuvo hasta 1955, si bien parte de su antigua comunidad de Villa y Tierra quedó varada en las provincias de Guadalajara y Soria. Cuán arbitraria puede resultar la fijación de la muga.
En actividades cotidianas como ir de compras, Valladolid o Aranda de Duero son referentes más significativos que Segovia en muchos pueblos. Y la interacción con territorios distantes de Castilla y León viene de lejos. Tengo querencia por la metodología del estudio de caso; y uno me atañe. Como entusiasta de la genealogía, les puedo contar que, por mi costado segoviano —el materno—, me han salido antepasados directos de las nueve provincias de nuestra comunidad autónoma: un póker de ases. ¿Piensan que León está demasiado lejos? Negocio lanar, conducción de ovejas merinas y fundación del Real Sitio de San Ildefonso aportaron genes, desde las montañas de un norte casi asturiano, a la segovianidad durante el Siglo de las Luces. Moraleja: Castilla y León adquiere sentido como unidad desde aristas insospechadas.
Félix García de Pablos argumenta –vía método de verificación- el apoyo masivo registrado, hace cuarenta años, en los primeros pasos por alumbrar una comunidad autónoma segoviana, con respaldo de 178 municipios —llamémoslos “cisnes blancos”—. Sin embargo, el conocimiento objetivo y racional avanza a través de la falsación popperiana. Una sola observación —el “cisne negro”— puede refutar algunas hipótesis. Así, en el artículo referido, se reconoce cómo el Ayuntamiento de Segovia –localidad con mayor población- se posicionó en contra.
Las economías de escala en la provisión de servicios públicos penalizan a comunidades con demografía exigua –según habría ocurrido con la ucronía segoviana-. En mis clases de Política Económica en la Universidad Complutense, también remarco el razonamiento positivista de la Elección Pública. El famoso “triángulo de acero”, integrado por gobierno, burócratas y grupos de interés: marco para adopción de medidas a través del consenso.
¿Qué coalición se hilvanó en defensa del enclave autonómico? García de Pablos refiere el apoyo de instituciones como Cámara de Comercio e Industria o Cámara Agraria Provincial. Se trata de grupos de presión (empresarios y agricultores), cuya influencia se habría visto ampliada. Los vértices restantes quedaban reunidos en la Diputación. Si el proyecto hubiera cuajado, el poder reforzado de políticos segovianos —al transformarse el ente en comunidad autónoma—, se habría complementado con premio administrativo para funcionarios: gestión directa de mayor presupuesto desde las arcas de Segovia. Don Quijote ya refería la diferencia entre lo normativo —cómo deberían ser las cosas— y lo positivo —cómo son en realidad—.
