De nuevo ha recalado en la provincia de Segovia, el popular programa televisivo de Mastercheff emitido por TVE1 este pasado lunes. Más allá de fogones y de sensaciones personales (en la vieja fábrica de Otero de Herreros donde se grabaron las disputas culinarias celebró su boda mi hija hace un año) me impresionaron las maravillosas vistas aéreas de nuestra ciudad, que no por repetidas dejan de hacerte sentir ese pellizco de admiración por la contemplación de tanta belleza. Perspectiva esta que alguien como yo solo puede admirar desde el salón de su casa, por el miedo que me producen las alturas y que me ha llevado siempre a rechazar la posibilidad de avistar Segovia desde un globo aerostático, no sólo por la fobia a elevarme dos palmos del suelo, sino también por algún que otro prejuicio inconfesable que no viene a cuento citar ahora en este artículo.
En esta vista de pájaro en diferido, a uno sobre todo le maravilla apreciar el cinturón verde que circunda el casco histórico de Segovia, con su conjunto de arboledas, huertas, alamedas y jardines, que hace resaltar más el contraste con el tono ocre de las piedras milenarias. Desde las alturas se aprecia mejor el imaginario casco dorado del velero, que surca entre olas de esmeraldas el mar de la morada amarilla de Castilla, como así la denominara Miguel Hernández, en un bello poema dedicado precisamente a María Zambrano, tan relacionada con esta tierra.
Nada hay gratuito en esta vida y este paraje pintoresco, reconocido oficialmente como bien de interés cultural al menos desde 1947, se muestra como la parte intangible del conjunto monumental de una ciudad, que presenta orgullosa al mundo su condición de patrimonio universal de la humanidad. Por eso el cinturón verde que tan bellamente la rodea ha sido objeto de protección por las distintas políticas municipales que se han ido sucediendo en el gobierno de su Ayuntamiento. Sin menoscabo de las demás, no hay más remedio que destacar la que se llevó a cabo por el equipo de Ramón Escobar, el alcalde que se atrevió a cortar el tráfico rodado por debajo del acueducto, en la recuperación sobre todo del valle del Clamores.
Causa desazón el riesgo que amenaza a la ciudad con el hecho de que pueda echarse a perder el semicírculo de alamedas y huertas del sector norte
A la vista de las impresionantes imágenes de Segovia difundidas en la principal cadena nacional y en horario de máxima audiencia, causa desazón el riesgo que amenaza a la ciudad con el hecho de que pueda echarse a perder el semicírculo de alamedas y huertas del sector norte, si definitivamente no se pudiera recuperar para el riego la ancestral cacera del barrio de San Lorenzo, que lleva más de mil años transportando y distribuyendo la sabia húmeda del río Eresma con la que aquellas se nutren y florecen. Según las últimas noticias publicadas hace unos días, precisamente en este diario, parece ser que la Confederación Hidrográfica del Duero ha debido entrar en razón, reconociendo la importancia que atesora para el mantenimiento del patrimonio histórico, cultural y paisajístico de la ciudad, la pervivencia de esta peculiar instalación hidráulica, datada documentalmente en tiempos de Enrique IV, aunque de creación bastante anterior. Solo falta que las instituciones públicas que tienen a su cargo la protección de la acequia, especialmente el Ayuntamiento de Segovia, puesto que con esa condición tiene incluida a la cacera en su normativa urbanística, formalicen burocráticamente la solicitud y lleguen a un acuerdo para definir una nueva concesión que permita el mantenimiento de las huertas, puesto que sin agua sería difícil mantener estos espacios, también especialmente protegidos desde un punto de vista urbanístico municipal.
Cuando por fin se aclare políticamente, lo de la nueva Clara, que parece estar llamada a gobernar la ciudad, consolidar la realidad de la cacera de San Lorenzo, por las razones expuestas, debiera ser uno de sus objetivos prioritarios.
