Sigue siendo un mundo masculinizado. Tal es así, que hay quienes reconocen que aún es “raro” encontrarse a mujeres que se dediquen al sector agrario. No hay paridad. Esto es quizá otro de los incentivos que le lleva a actuar. Paula Calvo es de Cantalejo. Tiene 27 años. Conoce de primera mano que en el municipio tienen un “grave problema” con los purines. Lo que era tan solo una preocupación, acabó guiando su formación. Se licenció en Ingeniería Química. Tenía claro que su carrera profesional debía tomar el camino medioambiental. Así lo hizo. Cursó el máster de Ingeniería Ambiental. Realizó su Trabajo Final sobre el compostaje de residuos ganaderos. Para la joven, solo hay una vía para combatir cualquier dificultad: la investigación. Y ella hace tiempo que se puso manos a la obra.
Su proyecto es “muy interesante”. Tal es así, que le hizo quedar entre las seis finalistas del premio Cátedra AgroBank 2022 al mejor Trabajo Final de Máster – La ciencia en femenino. La repercusión de este galardón es nacional. Es una manera de fomentar que las mujeres se adentren en la agricultura y la ganadería. Que estudien e investiguen sobre ello.
Ahora se está doctorando en Ingeniería Agraria y de Bioprocesos. El sector agrario es clave en Castilla y León en general. Y en su pueblo en particular. Muchos dependen de él. Su familia entre ellos: son ganaderos. De ahí que sepa que el purín amenaza sus negocios. De hecho, algunos de los municipios de la provincia de Segovia no pueden beber agua del grifo debido a la contaminación por nitratos.
“En el laboratorio puedes hacer muchas cosas”, cuenta. Pero solo quienes van a la granja descubren los problemas a los que se han de hacer frente en ellas. Esta es su forma de aportar su granito de arena a la causa. De su estudio ha extraído varias conclusiones. La principal es que, a partir de un residuo como el purín, la gallinaza o el estiércol, se puede obtener un abono con un alto contenido en nitrógeno, fósforo y potasio. “Este abono orgánico sustituye, en parte, a los químicos que utilizan los agricultores”, explica. Considera que, compaginar el uso de ambos, puede ser una solución.
Calvo tiene una fuerte vinculación con su tierra. Cuando estudiaba en el instituto, ya descubrió que le gustaba la física y la química. Una vez que se introdujo en la Universidad, vio que había distintas salidas. Pero sabía que solo una le haría disfrutar. Reconoce que no es un camino sencillo. “En este país, la investigación está poco valorada, debería de incentivarse más”, lamenta. Trabaja en el Instituto Tecnológico Agrario de Castilla y León. Al mismo tiempo, estudia el doctorado. Solo de esta forma puede autofinanciarse: no ha logrado hacerse con una beca.
A pesar de que no cuenta precisamente con un gran apoyo, la investigación es la que “está subsanando los problemas que tenemos en la actualidad”. No solo a nivel sanitario. También en el caso del medio ambiente. Echa en falta que se incentive. Aunque Calvo no lo necesita. Para ella, el que es el motor de sus trabajos pesa más que cualquier cosa: la pasión por el municipio que le vio crecer. No cree que la solución pase por “criminalizar la ganadería”. Ella va a la raíz del asunto: al ganadero. A ellos trata de ayudar. Con tecnología. Pero, sobre todo, con mucha investigación.
