Ante las situaciones nuevas que la humanidad está viviendo, la pandemia, la guerra, nuevas enfermedades, eutanasia, aborto, etc… es oportuno recordar algunos efectos vivenciales (duelos, dolor, sufrimiento) con el fin de clarificarnos ante estas experiencias.
Hoy se habla mucho de duelo y existe toda una pedagogía sobre el mismo desde el campo de la psicología y del acompañamiento emocional. Tradicionalmente, el duelo se vivía en un ámbito recogido y familiar e incluso comunitario y popular: existía un clima religioso de forma que desde la fe y la creencia se asumía interior y comunitariamente el hecho natural de la muerte.
Hoy, al deshumanizarse la muerte, al anular la dimensión religiosa de la misma y alejarla de la vida (es el caso de ocultar la realidad de la muerte a la comunidad, niños y mayores) la sociedad ha profesionalizado el duelo convirtiéndolo en un ejercicio profesional. Esta nueva situación impide que los afectados por la muerte de un ser querido asuman una realidad que forma parte de la vida como es la muerte. Un ejemplo son las numerosas familias que han perdido un ser querido durante la pandemia y al no tener un profesional del duelo al lado, han sabido asumir el duelo desde la cercanía de otros seres queridos.
Y es que la ayuda profesional en el duelo hace referencia a aspectos externos del ser humano o aquellos que se refieren a la dimensión física y psicológica en la que se encuentran los que han perdido un ser querido. La dimensión sicológica del duelo se ha convertido en palabrería profesional que hace que después del primer momento del duelo, el sufrimiento sea mayor ya que el psicólogo ha continuado su vida y el doliente se ha encontrado solo con su soledad, con su oración y el recuerdo de la amistad.
Los psicólogos entienden que el duelo es solamente el nombre del proceso psicológico, pero hay que tener en cuenta que no se limita a tener componentes emocionales, sino que también los tiene físiológicos, religiosos y sociales. La intensidad y duración de este proceso y de sus correlatos serán proporcionales a la dimensión y significado de la pérdida.
En orden a ayudar a una persona a vivir el duelo y a asumir la situación es preciso distinguir el dolor del sufrimiento. Todo dolor lleva consigo algún tipo de sufrimiento, pero hay muchos sufrimientos que no incluyen dolor. En este sentido la eutanasia se ha impuesto para quitar el dolor pero no el sufrimiento. A nadie se le ocurre poner una inyección letal a los ucranianos que huyen de su país porque están padeciendo un dolor y sufrimiento irresistible: ellos tienen principalmente sufrimiento pero no dolor salvo el que se produce por sus largas caminatas o el cansancio de la huida, pero reciben los cuidados paliativos de las familias que les acogen.
El que pasa una situación de duelo necesita sobre todo asumir el sufrimiento. El dolor se elimina con pastillas o ayuda médica, el sufrimiento se asume pero no se elimina. El duelo no es una enfermedad en sí mismo, aunque puede convertirse en una si su elaboración no es correcta. Diferentes autores han dado diferentes tipologías de duelo, si bien se carece de una tipología comúnmente aceptada por todos.
Algunos determinantes que influyen en la elaboración del duelo en caso de muerte son los siguientes: Tipo de relación afectiva con el fallecido, duración de la enfermedad mortal y la agonía, caso de existir, grado de parentesco, carácter de la muerte, aspecto del cadáver, grado de dependencia, sexo del superviviente, soporte social, redes sociales, fe religiosa o planteamiento filosófico vital, presencia o no de otras experiencias de duelo.
A esto habría que añadir el factor cultural y social, que puede hacer que la elaboración del duelo difiera mucho, si bien no deja de ser fundamental el tipo de vínculo y el apego que se tenía con el fallecido. Otro factor a considerar sería la presencia de terceros a los que la pérdida les afecte, con lo que se puede dar un duelo solidario.
La experiencia del duelo conlleva mucho sufrimiento y menos dolor. Por ello, necesita un acompañamiento afectivo y efectivo de aquellos que le conocen y respetan en su integridad.
(*) Catedrático emérito.
